Leer con todos los sentidos
El mundo está lleno de cosas obvias que a nadie se le ocurre, ni por casualidad, observar.
Holmes en El sabueso de los Baskerville.
Aunque la vista es sin duda el sentido más privilegiado en las investigaciones de Holmes, también el oído juega un gran papel, a veces porque un sonido puede señalar hacia algo más o menos extravagante, como el silbido de «La banda de lunares» o los aullidos de El sabueso de los Barskerville. Pero el sonido juega un papel protagonista, en tanto que signo, siempre que Holmes y Watson están al acecho, pues en el silencio de la noche puede revelar la presencia de alguien, incluidos ellos mismos: «Debo rogarle que no haga tanto ruido —dijo Holmes con tono severo al señor Merrywheater—. Acaba de poner en peligro el éxito de nuestra expedición[153]». En otras ocasiones, es la ausencia de sonido, el silencio, lo que revela algo a Holmes, en especial, como ya sabemos, en aquel curioso incidente del perro que no ladró.
Los olores también pueden ser muy reveladores, por lo que no es extraño que en varias aventuras sean determinantes para que Holmes encuentre la solución. En «La banda de lunares» deduce que hay un conducto que comunica dos habitaciones porque desde una de ellas se podían oler los cigarros que se fumaban en la otra: «Recuerde usted que la chica dijo que su hermana podía oler el cigarro del doctor Roylott. Eso quería decir, sin lugar a dudas, que tenía que existir una comunicación entre las dos habitaciones». En otra ocasión huele los labios de un cadáver: «Cuando olisqueé los labios del muerto pude percibir un olorcillo agrio, y llegué a la conclusión de que se le había obligado a ingerir un veneno[154]». También en «El fabricante de colores retirado», un olor demasiado penetrante indica a Holmes que con él se quiere ocultar otro. Holmes, en definitiva, considera fundamentales los olores en la investigación criminal: «Hay setenta y cinco perfumes que el criminalista debe ser capaz de distinguir, y, en mi propia experiencia, en más de una ocasión ha habido casos cuya solución ha dependido de un reconocimiento rápido de dichos perfumes[155]».
Richard Feynman, uno de los grandes físicos del siglo XX, cuenta en su divertido libro ¿Está usted de broma, señor Feynman? Que cuando leyó en la revista Science un artículo en el que se decía que los sabuesos podían identificar objetos tocados por personas decidió hacer un experimento al estilo de Sherlock Holmes para ver hasta dónde llegaban los poderes olfativos de los seres humanos. Para ello, llevó a su esposa una caja con seis cascos vacíos de Coca-Cola, cuidando de no tocar las botellas: «Ahora, cuando yo salga, coges una de las botellas, la manipulas un par de minutos, y luego la vuelves a colocar en su sitio. Entonces volveré a entrar, y trataré de averiguar qué botella has tocado». Feynman salió y su esposa estuvo manipulando durante un rato una de las botellas; cuando ella regresó, Feynman no tuvo ninguna dificultad en identificarla: «¡Era absolutamente obvio cuál había sido tocada! Y ni siquiera tuve que oler la maldita botella, porque, claro, tenía diferente temperatura. Y también era obvio por el olor. En cuanto se la acercaba uno a la cara se podía notar que estaba más húmeda y tibia. Así que el experimento no resultó demostrativo, porque era demasiado obvio».
A pesar de descubrir que también la temperatura puede ser reveladora, Feynman siguió experimentando y se fijó en los libros de una estantería: «Hace tiempo que no tocas esos libros, ¿verdad? Esta vez, cuando salga, coge uno de los libros y ábrelo, nada más. Luego vuelve a cerrarlo, y a colocarlo en el estante». En esta ocasión, Feynman comenzó a olisquear los libros como un sabueso y enseguida descubrió cuál había sido tocado por su esposa: «Basta acercar el libro a la nariz y olisquear unas cuantas veces, y se sabe. Es muy distinto. Un libro que ha permanecido intacto tiene una especie de olor seco, desprovisto de interés. Pero cuando ha sido tocado por una mano tiene una humedad y un olor muy distinto». Tiempo después, Feynman contó la anécdota en la Universidad de Caltech y, ante la incredulidad general, se vio obligado a demostrarlo. En esta ocasión tres personas distintas tocaron tres libros de una colección de ocho volúmenes. Cuando Feynman regresó a la sala, olió las manos de las personas y los libros y logró identificar dos de los libros y a la persona que había tocado cada uno de ellos. Feynman termina con una recomendación:
Las manos de las personas tienen olores muy diferentes; por eso los perros pueden identificarlas. ¡No dejen de hacer la prueba! Todas las manos tienen una especie de olor húmedo; las manos de las personas que fuman tienen un olor muy distinto de las manos de quienes no lo hacen; las mujeres usan distintos perfumes, etc. Si por casualidad alguien ha estado jugueteando con las monedas que lleva en el bolsillo, también se pueden oler.
A pesar de todo, Feynman acabó por admitir que los perros nos superan en sus capacidades olfativas, algo que ya sabía Holmes, quien a menudo recurre a la ayuda de perros, como el célebre Toby, en sus investigaciones: «Preferiría tener la colaboración de Toby que la de todos los detectives de Londres[156]».