Cómo saber de todo sin saber nada
El prejuicio es el hijo de la ignorancia.
William Hazlitt.
La mayoría de las veces no establecemos conclusiones estadísticas a partir de lo que hemos observado acerca de los franceses o los malayos, o de lo que hace nuestro nuevo jefe en el primer día de trabajo, sino que ni siquiera necesitamos observar un caso o dos: ya sabemos cómo es nuestro nuevo jefe o cómo son los franceses y los malayos. Lo sabemos sin ni siquiera haber conocido a un francés o a un malayo y sin haber llegado a ver a nuestro nuevo jefe. En efecto, muchas veces saltamos directamente a las conclusiones estadísticas sin observar ni siquiera un caso. ¿Cómo es posible? La respuesta es que contamos con la ayuda inestimable de nuestros prejuicios. Si somos españoles, pensaremos de los franceses más o menos lo mismo que piensa cualquier español comme il faut; de los malayos, a falta de mejor información, pensaremos algo que tenga que ver con Sandokán o con cualquier malayo que nos venga a la cabeza, como Kabir Bedi, el actor indio que interpretó a Sandokán en la serie de televisión. Se trata, en todos los casos, franceses, malayos y nuevos jefes, de estadísticas elaboradas a partir de… ningún caso.
Un ejemplo de alguien que supo rectificar sus teorías iniciales, supuestamente basadas en la observación, es el del escritor de terror H. P. Lovecraft, quien siempre había detestado a los judíos: «Hay que esconderlos o eliminarlos, lo que sea para que el hombre blanco pueda transitar por la calle sin escalofríos ni asco». Un día, Lovecraft conoció a un judío muy inteligente y cambió de opinión, lo que le permitió librarse de muchos otros prejuicios, de muchas de las estadísticas de un solo caso o de ningún caso que habían alimentado su vida hasta entonces:
A pesar de que estaba casado con una mujer medio judía, comparaba su concepto acerca de los «judíos» con los judíos que menos le gustaban. O con personas que no le gustaban y que, a lo mejor, ni siquiera eran judíos, porque cuando uno tiene un buen prejuicio, los hechos ya no tienen ninguna importancia[342].
Por fortuna, y quizá por azar, Lovecraft tuvo el valor de enfrentarse a sus propios prejuicios y comprendió con gran claridad que muchas de sus ideas no tenían nada que ver con la observación de la realidad, sino más bien con sus propias teorías, propias o ajenas, acerca de la realidad:
En el transcurso de los años, mi progreso en conocimientos y discernimiento fue incompleto y desproporcionado, aceptando las ilusiones y prejuicios tradicionales de mi entorno (social, política y económicamente conservador). Así que puedo entender mejor la ceguera inerte y la desafiante ignorancia de los reaccionarios por haber sido uno.
Holmes también reconoce su error al dejarse llevar por prejuicios y teorías carentes de datos en «La banda de lunares»: «La presencia de los gitanos y el empleo de la palabra “banda”… bastaron para lanzarme tras una pista completamente falsa».