Johannes Kepler de Baker Street
Una vez formada mi opinión, ya conoce usted las medidas que adopté para ponerla a prueba.
Holmes en «La banda de lunares».
La comparación quizá más adecuada para intentar entender los métodos de Holmes y su relación con la filosofía de la ciencia, con la deducción, la observación, el análisis, la síntesis, la formulación de hipótesis y la experimentación, es acercarnos a uno de los científicos más excéntricos y también más extraordinarios de la historia, el hombre que descubrió no aquello que Holmes parecía ignorar, que la Tierra se mueve alrededor del Sol, sino de qué manera se mueven todos los planetas.
Cuando Johannes Kepler heredó el mejor observatorio de la época, el de Tycho Brahe, intentó comprobar qué explicación del cosmos concordaba mejor con las observaciones, la de Tolomeo y Aristóteles que situaba la Tierra en el centro del universo, o la de Copérnico, que consideraba que ese centro era el Sol. Las dos concepciones explicaban los movimientos celestes con gran precisión. Aparte de la posición del cuerpo central, las dos aceptaban que el movimiento circular era el más perfecto y que, por tanto, planetas y astros se movían siguiendo círculos. El problema era que las observaciones parecían indicar que en realidad los cuerpos celestes no se movían de esa manera, pero ambos sistemas incorporaron ingeniosos artilugios teóricos, círculos dentro de círculos, llamados epiciclos, deferentes y ecuantes que lograban hacer que, al fin y al cabo, todo siguiese siendo circular. Se moviesen como se moviesen los planetas en la realidad, tolemaicos y copernicanos lograban representarlo todo mediante círculos; de hecho, en el célebre prólogo de Osiander al De revolutionibus de Copérnico, se decía, para escapar a cualquier censura, que la nueva teoría no pretendía explicar cómo era el universo, sino tan solo «salvar los fenómenos». Sin embargo, había algunos pequeños detalles que ninguno de los dos sistemas lograba encajar del todo en sus precisos círculos, como el movimiento retrógrado de Marte o el perihelio de Mercurio. Minucias sin importancia tal vez, pero Galileo y Kepler, como Morelli, Bertillon, Freud o Holmes, decidieron que esas minucias eran la clave del misterio. Para dar cuenta de ellas, Galileo acabó con la perfección cristalina del cosmos, demostrando que las manchas que se veían en la esfera de la Luna eran imperfecciones en su superficie, mientras que Kepler sustituyó el perfecto movimiento circular por elipses.
Sin embargo, no todo el mundo sabe que Kepler cambió toda la astronomía buscando lo contrario de lo que encontró. Él también quería explicar el cosmos recurriendo a los perfectísimos círculos, pero, al no lograr que sus diseños circulares coincidieran con las observaciones, decidió probar suerte con otras figuras, que quizá no fueran tan perfectas como el círculo, pero que todavía tenían un gran prestigio: los llamados sólidos platónicos. Kepler intentó que todo el universo y los movimientos de los astros encajaran en una sucesión de sólidos platónicos y esferas, pero después se tomó el trabajo de verificar sus hipótesis con observaciones astronómicas, pues disponía del mejor observatorio de la época, que heredó de Tycho Brahe. Los resultados no coincidieron con sus predicciones, así que lo intentó con otras figuras no tan perfectas, como el ovoide. Finalmente, no tuvo más remedio que recurrir a lo que él llamaba «la carreta de estiércol» y probar suerte con la elipse, una figura con dos focos. De este modo, Kepler aplicó avant la lettre la que es quizá la más célebre afirmación de Holmes: «Una vez descartado lo imposible, lo único que queda, por improbable que parezca, tiene que ser la solución[303]».

El extravagante intento de Kepler de explicar el movimiento planetario con los sólidos perfectos
(en su Mysterium Cosmographicum).
Lo interesante del proceso creativo de Kepler es que durante las fases iniciales de sus investigaciones permitía que su imaginación volara hacia cualquier lado y abrazaba casi cualquier teoría imaginable, dejándose llevar por intuiciones y fantasías, como el inspector Jones decía que hacía Holmes, o por decirlo con las palabras de Peirce, a través de arriesgadas abducciones. En su época muchos consideraron a Kepler más un brujo que un científico, en parte porque su madre casi había sido quemada por brujería (él mismo logró salvarla con un discurso elocuente en su defensa), y en parte porque se ganaba la vida haciendo horóscopos y predicciones astrológicas en las que, según parece, no creía.
Lo que distingue a Sherlock Holmes de otros detectives y a Kepler de otros científicos es que están dispuestos a recurrir a cualquier método o hipótesis que les pueda llevar a la solución de un caso, exceptuando las criminales (aunque Holmes se salta la ley muy a menudo). Una de las hipótesis más o menos disparatadas de Kepler era que la Luna es la causa de las mareas, algo que a Galileo le parecía una «fantasía ocultista». Hoy sabemos que Kepler tenía razón, pero no lo sabemos porque hayamos aceptado algún tipo de fantasía ocultista como la astrología, sino por las leyes de Newton de la gravitación universal, obtenidas en parte gracias a las leyes de Kepler que explicaban el movimiento de los planetas. Lo que diferenciaba a Kepler de los simples charlatanes es que él era completamente consciente de que las intuiciones pueden servir para crear teorías, pero no para confirmarlas. Da igual cómo obtengamos nuestras hipótesis, pero luego hay que someterlas a un proceso de comprobación que cualquier otra persona pueda llevar a cabo, ya se trate de científicos que recopilan datos y más datos o de los grises funcionarios de Scotland Yard: Gregson, Gregory y Lestrade, esos funcionarios aburridos pero necesarios para que Holmes disponga de los datos suficientes. La imaginación lleva a Holmes a lugares a veces tan extravagantes como los sólidos platónicos, la ovoide y la elipse de Kepler, pero es al intentar comprobar o refutar las diversas hipótesis, cuando descubre que algunas no le conducen a la solución, lo que le hace seguir imaginando nuevas posibilidades. Cuando el doctor Mortimer dice a Holmes que se está moviendo en el terreno de las conjeturas, el detective replica: «Digamos, más bien, en el terreno donde sopesamos posibilidades y elegimos la más probable», y añade: «Es el uso científico de la imaginación, pero siempre tenemos una base material sobre la que apoyar nuestras especulaciones».
En definitiva, Holmes imagina todo eso que imaginan los demás, pero también va más allá de lo obvio. Por lo general, quizá para no aburrir a sus oyentes, no cuenta todo lo que se le ha pasado por la mente, sino la depuración final, que sobreviene cuando dispone de datos suficientes o cuando ha logrado hacer encajar todas las piezas:
—¿No tiene ninguna alternativa, señor Holmes?
—Puede que sí. Pero no quiero mencionarla hasta que tenga algo más sólido de lo que hablar[304].
Observación, intuición, deducción, teorización, abducción, imaginación… cualquier recurso puede ser utilizado para avanzar en la investigación de un misterio o enigma. En esto coincide Holmes con Kepler y con el enfant terrible de la filosofía de la ciencia, Paul Feyerabend, que resumía su teoría del anarquismo epistemológico en el lema: «Todo vale[305]». Todo vale en el proceso que lleva al descubrimiento científico, pero no todo vale en la puesta a prueba de ese conocimiento. Todo vale en la investigación detective sea, que es el equivalente del contexto de descubrimiento en filosofía de la ciencia, aunque después, en el momento de verificar, refutar o falsar lo obtenido, uno deba atenerse a los parámetros científicos de justificación, como el experimento reproducible o la comprobación de los datos y su interpretación.