Una curiosidad sin límites

Descartes estaba tremendamente obsesionado con las cosas del mundo. Estudiaba la nieve, las piedras, los granos de sal. Le fascinaba la idea de aplicar su método a la justicia y en una ocasión se ocupó del caso de un campesino acusado de asesinato. Investigó los detalles y apeló a las autoridades en nombre del reo, haciendo un uso de la razón que presagiaba a Sherlock Holmes y a la criminología.

Russell Shorto, Los huesos de Descartes.

En la primera narración en la que Sherlock Holmes es presentado al mundo, Estudio en escarlata, Watson, como ya sabemos, se pregunta cuál es la profesión de su amigo. Al principio piensa que es químico, puesto que se conocen en un laboratorio y Holmes le cuenta que ha descubierto un compuesto que permite detectar fácilmente manchas de sangre. El joven Stamford añade que Holmes es muy voluble y excéntrico en sus estudios, que sabe mucho de química y anatomía y que posee conocimientos poco corrientes «que asombrarían a sus profesores»; además, le ha visto golpear cadáveres, para observar qué tipo de magulladuras se producen tras la muerte. Después, en los primeros días y semanas de convivencia, Watson observa las costumbres de Holmes: sabe que visita mucho el laboratorio de química y las salas de disección, e incluso le permite montar un pequeño laboratorio en la vivienda que comparten en Baker Street. Holmes, observa Watson, también es aficionado a tocar el violín y está muy al tanto del mundo criminal.

Las conversaciones con su compañero de piso permiten a Watson confirmar que su amigo no se dedica a la medicina de modo profesional y que posee minuciosos conocimientos en disciplinas muy diversas, pero que también ignora muchas cosas, quizá lo más asombroso es que no sabe que la Tierra gira alrededor del Sol. Ya conoceremos más adelante algunas razones de esta ignorancia de Holmes, que él justifica diciendo que solo aprende y recuerda cosas que le puedan resultar útiles en su labor. Watson no se atreve a preguntar qué labor es esa, pero se propone averiguarlo: ¿en qué profesión podrían ser útiles las cosas que sabe que le interesan a su nuevo amigo? Para descubrirlo, redacta una lista que se ha hecho célebre entre los holmesianos, en la que detalla lo que su compañero conoce y lo que ignora:

Sherlock Holmes. Área de sus conocimientos:

1. Literatura… Cero.

2. Filosofía… Cero.

3. Astronomía… Cero.

4. Política… Ligeros.

5. Botánica… Desiguales. Al corriente sobre la belladona, opio y venenos en general. Ignora todo lo referente al cultivo práctico.

6. Geología… Conocimientos prácticos, pero limitados. Distingue de un golpe de vista la clase de tierras. Después de sus paseos me ha mostrado las salpicaduras que había en sus pantalones, indicándome, por su color y consistencia, en qué parte de Londres le habían saltado.

7. Química… Exactos, pero no sistemáticos.

8. Anatomía… Profundos.

9. Literatura sensacionalista… Inmensos. Parece conocer con todo detalle todos los crímenes perpetrados en un siglo.

10. Toca el violín.

11. Experto boxeador y esgrimidor de palo y espada.

12. Posee conocimientos prácticos de las leyes de Inglaterra[5].

¿Para qué profesión pueden servir todos estos conocimientos y habilidades? Watson le da vueltas y vueltas a esta pregunta, pero acaba renunciando a obtener una respuesta sensata y arroja la lista al fuego: «Si el coordinar todos estos conocimientos y descubrir una profesión en la que se requieren todos ellos resulta el único modo de dar con la finalidad que este hombre busca, puedo desde ahora renunciar a mi propósito[6]». Sin embargo, hay personas que elaboran listas tan disparatadas como la que resume los intereses de Holmes. Una de ellas fue redactada por Adelardo de Bath, un monje que vivió en el siglo XI y al que se considera uno de los precursores de la ciencia moderna. Entre sus notas se han encontrado listas de intereses y preguntas como la siguiente:

Cuando un árbol se injerta en otro, ¿por qué todos los frutos son de la porción injertada?

¿Por qué algunos animales rumian?

¿Por qué algunos animales carecen de estómago?

¿Por qué el agua del mar es salada?

¿Por qué los hombres se quedan calvos por delante?

¿Por qué los seres humanos no tienen cuernos?

¿Por qué algunos animales ven mejor de noche?

¿Por qué podemos ver objetos iluminados cuando estamos en la oscuridad y no al contrario?

¿Por qué no miden lo mismo todos los dedos?

¿Por qué los niños no caminan nada más nacer?

¿Por qué nos dan miedo los cadáveres[7]?

Cuando Umberto Eco decidió hacer viajar a Sherlock Holmes a la Edad Media, le puso el nombre de Fray Guillermo de Baskerville, recordando el nombre de uno de esos monjes protocientíficos semejante a Adelardo de Bath, Guillermo de Occam, y tomando el apellido de una de las novelas de Sherlock Holmes (El sabueso de los Baskerville), mientras que a Watson lo llamó, de manera casi transparente, Adso.

Una lista similar a la de Adelardo, en su caótico eclecticismo, fue redactada varios siglos después por Robert Hooke, el primer comisario de experimentos de la Royal Society, que realizó aportaciones en terrenos tan dispares como la microscopía, la cronometría, la astronomía y la mecánica de ondas. También aseguraba que las leyes de la naturaleza descubiertas por Newton las había pensado él antes, pero, como señala Isaac Asimov, la costumbre de Hooke de ocuparse de mil y una cosas a la vez y dejarlas después a medias, hacía que siempre pudiera afirmar que, hiciesen lo que hiciesen los demás, a él se le había ocurrido antes[8]. En los cuadernos de notas de Hooke podemos encontrar enumeraciones interminables acerca de los asuntos que se proponía investigar:

El uso de un carruaje.

Los ojos de los cachorros de perro recién nacidos.

Las plumas, picos y uñas de las aves que aún no han roto el cascarón.

La pólvora, entera y molida.

Insectos y otras criaturas que parecen exánimes en invierno.

La serpiente de Moisés y el agua transmutada.

Que la belleza no hace a las partes, sino que resulta de ellas, así como la salud.

La armonía, la simetría.

Que las formas internas acaso no sean sino disposiciones duraderas forjadas por los objetos externos.

El barómetro sellado y las consecuencias de semejante aparato.

Monstruos, y los antojos y temores de las mujeres encinta.

La reparación torpe de muelles a martillazos.

Pinchar una burbuja en el cristal de un barómetro[9].

El aparente caos y dispersión de los intereses de Holmes, Adelardo y Hooke esconde un propósito y obedece también a un impulso irreprimible: la curiosidad. Los tres personajes coinciden en su afán por descubrir los secretos de la naturaleza, aunque Holmes delimita su campo de estudio un poco más que Adelardo y Hooke y parece conformarse con aquello que se relaciona con la vida criminal. En realidad, tanto la curiosidad como esa caótica pluralidad de intereses es propia de los investigadores y filósofos de la naturaleza, ya desde los tiempos de los pensadores presocráticos. Demócrito no solo concibió el sistema atómico (o el molecular, según se interpreten sus «átomos»), sino que también estaba interesado por el origen de las palabras, por el movimiento de los planetas, por la causa de los colores y los sabores o por cuestiones relacionadas con la geometría, la física, el arte y la matemática. En su obsesión por descubrir misterios ocultos, abandonó todo lo que poseía, por lo que fue llevado ajuicio, pero salió airoso al leer uno de sus tratados. Su actitud de ensimismamiento investigador, tal como la describe el poeta latino Horacio, nos recuerda inevitablemente a Sherlock Holmes: «Qué asombroso que el ganado entre en los campos de Demócrito y eche a perder la cosecha, mientras su alma, olvidándose del cuerpo, se va corriendo veloz[10]». Por otra parte, si Holmes «odiaba cualquier forma de vida social con toda la fuerza de su alma bohemia[11]» y buscaba la soledad para entregarse a sus ensoñaciones o reflexiones, Demócrito, «para poder dejar un mayor espacio a su propia imaginación», solía pasar largos periodos de tiempo «en la soledad del desierto o entre las tumbas de los cementerios». Además, el filósofo griego era capaz de hacer deducciones asombrosas, como cuando al tomar un vaso de leche dijo: «Esta leche ha sido ordeñada de una cabra negra y primeriza[12]», cosa que se comprobó correcta. En otra ocasión saludó a una amiga del médico Hipócrates con la frase «buenos días, muchacha», y al día siguiente la saludó con un «buenos días, mujer»: la muchacha, nos dice el cronista, que no es otro que el propio Hipócrates, había tenido aquella noche su primera experiencia sexual[13]. En el primer caso, podemos imaginar una explicación holmesiana en la que lo asombroso acaba por resultar sencillo, como que en el vaso de leche había algún pelo de cabra negro y que la persona que había ordeñado al animal tenía la ropa manchada o rasguños en los brazos, lo que podía revelar que la cabra todavía no estaba acostumbrada a ser ordeñada. Tampoco resulta difícil imaginar algún detalle en la muchacha, en su actitud o en su atuendo que le revelase al filósofo la experiencia que había tenido aquella noche. Por otra parte, se atribuían a Demócrito poderes adivinatorios, porque en sus viajes había estudiado con los magos persas y caldeos, pero nunca recurrió a lo sobrenatural en sus explicaciones y, como Holmes y los miembros de la Royal Society, siempre acababa contando las observaciones que le habían llevado a sus conclusiones. Como el propio Demócrito escribió: «Prefiero descubrir una ley causal que convertirme en rey de los persas».

Ahora bien, según Aristóteles, gran admirador de Demócrito[14], el amor y la búsqueda del conocimiento es el mayor fin al que puede aspirar un ser humano, pero esconde peligros, pues el investigador apasionado puede superar los límites marcados por los dioses o la naturaleza, lo que los griegos llamaban la hybris, soberbia y orgullo desmedido, palabra que no en vano está emparentada con la ebriedad o borrachera. Dédalo, quizá uno de los primeros científicos conocidos, fue castigado por sus inventos y perdió a su hijo Ícaro; Mary Shelley, en Frankenstein, presenta a un científico que se atreve a crear vida, algo que está reservado a Dios[15]; Robert Louis Stevenson imaginó a un doctor llamado Jekyll que también es castigado al traspasar los límites humanos y dar forma a su doble naturaleza, la del malvado señor Hyde. Sin llegar a los extremos de Frankenstein o Hyde, el arquetipo o estereotipo del científico que, llevado por la curiosidad y el amor al conocimiento, desentraña los secretos de la naturaleza, pero que, al mismo tiempo, demuestra una gran torpeza en lo cotidiano y ciertos rasgos de extravagancia, hace que existan muchas semejanzas entre los primeros científicos modernos y Sherlock Holmes.

No tan elemental
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