Tras las pistas de la intuición
El sentido común es el depósito de prejuicios adquiridos antes de los dieciocho años.
Albert Einstein.
En su libro Inteligencia intuitiva: ¿por qué sabemos la verdad en dos segundos?, Malcolm Gladwell investiga el complejo asunto de la intuición y, aunque el título de su libro parece refrendar esa especie de poder mágico de la intuición, una lectura atenta nos demuestra lo contrario. El propio Gladwell afirma que en su libro habla de la intuición tal como se entiende popularmente («impresiones que parecen no ser racionales»), pero que lo que de verdad le interesa es algo que podría llamarse «cognición rápida», un tipo de reflexión que sucede en apenas un parpadeo, pero que esconde un complejo proceso mental inadvertido. El título original ni siquiera menciona la palabra intuición: Parpadeo, el poder de pensar sin pensar (Blink, the power of Thinking without thinking).
Algunos de los ejemplos de Gladwell revelan que cuando nos dejamos llevar sin más por la intuición lo que hacemos es aceptar que nuestro juicio lo determinen nuestros prejuicios. Gladwell cuenta cómo en las orquestas alemanas se decidió poner una mampara que separara a los músicos candidatos de sus examinadores porque se sospechaba que los directores rechazaban sin justificación a las mujeres cuando se trataba de instrumentos que precisan de «cierta fuerza pulmonar o física». A partir de ese momento, teniendo los jueces como único criterio lo que escuchaban y no lo que veían, el número de mujeres intérpretes de instrumentos «varoniles» aumentó de manera muy significativa. Otro ejemplo es el de un hombre considerado el mejor vendedor de coches de su empresa, quien explica su éxito no porque emplee su intuición para detectar los gustos de sus clientes, sino porque fue capaz de darse cuenta de que cuando empleaba el pensamiento intuitivo lo que hacía era dejarse llevar por prejuicios basados en el aspecto o la manera de actuar de sus posibles clientes. Decidió entonces no precipitarse en sus conclusiones nada más ver a un cliente y aplicar una estrategia de venta idéntica para todos ellos, aunque uno le pareciera un muerto de hambre y otro un millonario deseoso de comprar el coche más caro.
Son pocas las ocasiones en las que alguien decide controlar el impulso intuitivo de un director de orquesta o en las que un vendedor se da cuenta de que el mejor método no consiste en basarse en la intuición, sino todo lo contrario. Cuando en mis cursos de guión dedico una clase a explicar a los alumnos que un guionista no debe dejarse dominar por sus intuiciones, si es que quiere contar historias que vayan más allá de lo obvio, sé que me enfrento a la clase más difícil, así que tengo que poner en marcha toda una batería de recursos, razones y argumentos y recurrir a la ayuda de la persona más inteligente del planeta. Y no, no se trata de Sherlock Holmes.