Sherlock Holmes, semiólogo asesor

Me he adiestrado en darme cuenta de lo que veo[77].

Sherlock Holmes en

«El soldado de la piel descolorida».

En la interesante comparación que Thomas Sebeok y Jean Umiker-Sebeok establecen entre el creador de la semiótica, Peirce, y Sherlock Holmes, se refieren a Peirce como «detective asesor», recordando que así es como Holmes se describe a sí mismo en Estudio en escarlata. Pero, en contrapartida, los autores también definen a Holmes como «semiólogo asesor», que bien podríamos traducir como «buscador e interpretador de signos». En opinión de Watson, su amigo tiene un «extraordinario talento para las minucias», algo que el propio Holmes parece confirmar: «Ya conoce usted mi método. Se basa en la observación de las minucias». Y es cierto, porque, como hemos visto al hablar del connoisseur Morelli y del criminólogo Bertillon, las minucias pueden revelar muchas cosas, a veces porque un pintor no se toma la molestia de esmerarse en rasgos menores, otras porque al pintar esos detalles se deja llevar por su intuición, sin reflexionar de la misma manera en que lo haría si se tratase de un rasgo más importante del cuadro. Sin embargo, en el caso de Sherlock Holmes, se trata de algo más.

Morelli o Bertillon pueden detectar ciertos detalles significativos en los rasgos de una figura pintada o en los de un detenido y catalogarlos, para que les sirvan como signos para una identificación futura y así poder atribuir con justicia a alguien un cuadro o un crimen, pero Holmes no se limita a crear un catálogo más o menos amplio de minucias: Holmes contempla toda la realidad, y lo hace de una manera intensa e intensiva. Mientras que Watson ve solo «minucias», cosas que carecen de significado más allá de lo obvio, Holmes ve tanto la cosa en sí (por ejemplo, un poco de arena rojiza), como aquello de lo que es signo, es decir, la oficina de Correos que Watson acaba de visitar. Ya sabemos que Holmes mira y observa, mientras que Watson tan solo ve. Son muchos los momentos en los que Watson confiesa su ceguera ante las cosas que su amigo logra observar: «Continuó en su búsqueda por espacio de veinte minutos o más, midiendo con el mayor cuidado la distancia entre ciertas señales que eran completamente invisibles para mí[78]». Cuando Holmes le da a Watson un sombrero para que lo examine, el infatigable cronista, tras observarlo atentamente, asegura que no ve nada, pero su amigo replica: «Al contrario, Watson, usted lo ve todo. Lo único es que no razona a partir de lo que ve. Es demasiado tímido para sacar sus inferencias[79]». En otra ocasión, Watson también se da por vencido al examinar la escena del crimen:

—Es obvio que en estas habitaciones usted ha visto más cosas de las que eran visibles para mí.

—No, pero me figuro que he deducido un poco más. Ver, me imagino que he visto lo mismo que usted[80].

Pero donde percibimos claramente la diferencia entre los dos personajes es en «Un caso de identidad», cuando, tras una breve entrevista, Holmes concluye que la muchacha que les ha visitado resulta muy interesante:

—Parece que ha visto en ella muchas cosas que para mí eran invisibles —le hice notar a Holmes.

—Invisibles no, Watson, inadvertidas. No sabía usted dónde mirar y se le pasó por alto todo lo importante. No consigo convencerle de la importancia de las mangas, de lo sugerentes que son las uñas de los pulgares, de los graves asuntos que penden de un cordón de zapato[81].

En síntesis, parece que no cabe ninguna duda de que es muy acertado atribuir también a Sherlock Holmes la profesión de semiótico, de lector de signos. En todo lo que hace Holmes, en efecto, está implicada la lectura de signos, ya sea cuando descubre una conexión entre un nuevo crimen y un crimen antiguo, ya cuando observa una mancha que solo puede tener un origen preciso, o cuando detecta en el discurso de un sospechoso una pista que le lleva hacia la solución correcta.

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