Una palabra-éxito

Sus brillantes dotes de razonador se elevaban hasta el nivel de la intuición.

Watson en «La liga de los pelirrojos».

David Stove habla en El culto a Platón de las palabras— éxito:

Demostrar es una palabra-éxito, mientras que creer, por ejemplo, no lo es: solo es posible demostrar lo que es cierto, pero se puede creer lo que no es cierto.

Muchas palabras-éxito están dotadas de un aura que las hace casi intocables. Al margen del interés, corrección o utilidad que contengan, su uso es casi siempre cercano a lo que se podría definir como pensamiento mágico, una creencia acrítica y entusiasta en la palabra en sí, lo que las convierte en talismanes verbales. Algunas de las palabras-éxito más admiradas son: «creatividad», «originalidad», «democracia», «libertad», «libertad de mercado», «revolución», «identidad», «justicia», «lealtad» y «fidelidad». Pero quizá la palabra-éxito más universal sea «intuición», porque gusta a personas de muy diversas ideologías y temperamentos, cosa que no sucede con «libertad de mercado» o «revolución», cada una con partidarios enfrentados. Lo bueno de la intuición, además, es que casi todo el mundo está convencido de que posee una intuición extraordinaria, por lo que parece que nos encontramos ante el conocimiento mejor repartido que existe.

La intuición, entendida en su acepción corriente, es esa especie de conocimiento que nos permite expresar una opinión o emitir un juicio acerca de algo o alguien de manera casi instantánea. Se suele expresar en frases como: «No sé por qué, pero en cuanto lo vi tuve la intuición de que era el hombre de mi vida» o «Estaba seguro de que el asesino era él»; o bien: «Tengo la intuición de que la economía no mejorará el próximo año». El pensamiento intuitivo se identifica en gran parte con el sistema 1 de Kahneman, el que nos asegura que la primera impresión es la que cuenta. Y es cierto que la primera impresión es determinante, pero no porque acertemos con ella, sino porque con muy pocos datos hemos hecho un retrato instantáneo de un desconocido y a continuación intentamos que nuestras siguientes impresiones se adapten a ese retrato apresurado:

Si la intuición se confirma no es por nuestra finura psicológica, sino porque cuando nos hacemos una idea de la persona que tenemos delante inconscientemente tratamos de buscar los indicios que confirman la impresión inicial y descartamos todos aquellos que la contradicen[219].

Holmes se refiere en varias ocasiones de manera elogiosa a la intuición, como cuando felicita a un prometedor funcionario de la policía: «Usted llegará muy arriba en su profesión, porque tiene instinto y facultad intuitiva[220]». A veces también define la intuición de manera inevitablemente tópica: «He visto demasiado como para no saber que la intuición de una mujer puede resultar más útil que las conclusiones de un razonador analítico[221]». En «La corona de berilos», un cliente dice algo parecido: «Eso es lo que pienso, y así piensa también mi pequeña Mary, que posee una gran intuición femenina para la cuestión del carácter[222]». La propia muchacha insiste en el mismo sentido: «Estoy segura de que es inocente. Ya sabes cómo es la intuición femenina. Sé que no ha hecho nada malo[223]». Al final del relato, descubrimos que la muchacha tenía razón y que el tal Arthur era inocente, pero también que ella no lo sabía gracias a su intuición femenina, sino porque era cómplice del verdadero culpable, un hombre peligroso y mezquino, con el que ella decide escaparse, sin que ahora su intuición parezca alertarla. Es difícil saber si Conan Doyle pretendía, con este desenlace, burlarse o no de la idea tan popular, defendida incluso por Holmes, de la intuición «femenina». El lector (¿lectora?) sin duda ya habrá observado que las alusiones a la intuición femenina siempre apuntan a terrenos que se suponía eran propios de las mujeres. Al fin y al cabo, la intuición femenina siempre se usaba de un modo paternalista, para excusar la supuesta poca profundidad intelectiva de las mujeres, algo que Holmes no siempre hizo, o al menos no lo hizo en el caso de Irene Adler, a quien consideraba, junto con Moriarty, casi su único rival digno.

En lo que se refiere al propio detective, Holmes llega a definir sus habilidades como intuición, o al menos como «algo parecido»:

—De modo, según eso, que usted, sin salir de su habitación, es capaz de hacer luz en líos que otros son incapaces de explicarse, a pesar de que todos han visto los detalles por sí mismos.

—Así es. Poseo una especie de intuición en ese sentido.

Pero enseguida Holmes nos descubre que esa «especie de intuición» tiene detrás «una cantidad de conocimientos especiales» que puede relacionar con el problema en cuestión, «lo que facilita de un modo asombroso las cosas», y que, como ya sabemos, aplica «las reglas para la deducción» y «la facultad de observar», que consiste para él en «una segunda naturaleza». Watson pronto es consciente de que las intuiciones de su amigo Holmes son bastante diferentes de aquellas que solían atribuirse a las mujeres: «No existía para mí mayor placer que seguir a Holmes en todas sus investigaciones y admirar las rápidas deducciones, tan veloces como si fueran intuiciones, pero siempre fundadas en una base lógica, con las que desentrañaba los problemas que se le planteaban» (la cursiva es mía[224]).

En cualquier caso, Holmes es muy consciente de los peligros del pensamiento intuitivo. Ante el disgusto de Watson, que no entiende por qué su amigo no se queda deslumbrado por la belleza de Mary Morstan, le explica que dejarse llevar por las cualidades personales y emocionales impide el razonamiento claro:

Es de importancia primordial no permitir que el propio juicio se desvíe a causa de cualidades personales. Para mí un cliente no es más que una unidad, un factor del problema. Las cualidades emocionales son antagónicas [del razonamiento seguro[225]].

No tan elemental
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