El final del bertillonage

Con un gesto dramático, encendió una cerilla e iluminó con su llama una mancha de sangre en la pared encalada. Era la huella inconfundible de un dedo pulgar.

Watson en «El constructor de Norwood».

El principio del fin del sistema Bertillon se produjo por una circunstancia extraordinaria. Un detenido llamado Will Kemp fue ingresado en la prisión de Leavenworth, en Kansas. El prisionero negó haber estado alguna vez allí, pero resultó que el alcaide de la prisión era Robert W. McClaughry, quien había introducido en 1887, junto a su colega Gallus Muller, el sistema antropométrico en Estados Unidos cuando era guardia de la prisión del estado de Illinois. Al tomarse a Kemp las medidas siguiendo el método antropométrico de Bertillon, resultó que coincidían con una de las fichas, la de un condenado a cadena perpetua por asesinato. Se daba la circunstancia de que ese prisionero se llamaba precisamente William Kemp, así que parecía probado que se trataba de la misma persona. El único problema era que William Kemp ya estaba encerrado, y precisamente en aquella prisión de Leavenworth. Los dos Kemp fueron puestos frente a frente, quedando demostrado que el preso no había escapado. Ante las asombrosas semejanzas bertillonianas lo único que quedaba era tomarles las huellas dactilares, algo que Bertillon despreciaba y que tan solo recomendaba pero no exigía. Las huellas dactilares sí mostraron una clara diferencia, con lo que el bertillonage fue derrotado ante el método rival de manera elocuente.

En cualquier caso, es justo reconocer que, como dice la autora de novelas policiacas Dorothy L. Sayers, la fatalidad que cayó sobre Bertillon era tan improbable que no habría sido aceptada como argumento de ficción por su inverosimilitud:

Esto plantea la oposición básica entre lo Probable y lo Posible. Es posible que dos negros puedan coexistir y que no solo se parezcan tanto que no sea posible distinguirlos a simple vista, sino que además posean las mismas medidas de Bertillon; y que además ambos tengan el mismo nombre y apellido; y que además ambos estén encerrados en la misma prisión al mismo tiempo: es posible porque realmente así ocurrió. Pero si queremos basar una trama en una serie de coincidencias como esta, no podremos evitar la apariencia de improbabilidad[62].

El caso de William y Will Kemp acabó con la reputación del método de Bertillon, que con el tiempo fue abandonado ante la mayor certeza que ofrecían las huellas dactilares. Fue un percance en cierto modo previsible, puesto que las once medidas de Bertillon garantizaban que había una posibilidad entre cuatro millones de encontrar a dos personas con las mismas medidas, pero el éxito del método en todo el mundo había hecho que se aplicase a probablemente más de diez o veinte millones de personas, así que las leyes estadísticas parecían hacer posible al menos cuatro o cinco coincidencias: algo que habría resultado mucho más improbable si se hubiesen aplicado las 14 medidas que Bertillon propuso al principio, puesto que en tal caso la probabilidad de encontrar dos personas que compartieran todas las características era de una entre más de 260 millones de posibilidades. De hecho, en los últimos años estamos asistiendo a una pequeña venganza y reivindicación de Bertillon gracias a los sistemas informáticos, que han permitido desarrollar su antropometría, ahora llamada biométrica, capaz de registrar los rasgos de una persona de manera menos invasiva que mediante la toma de huellas dactilares (y desde luego mucho menos que el bertillonage) «los escáneres biométricos han llevado las ideas de Bertillon a un nivel mucho más preciso», a través de un método que consiste, en sus pasos esenciales, en capturar una imagen, por ejemplo de un rostro, extraer los aspectos clave y crear una plantilla o perfil que identifica de manera única a esa persona y permite la comparación e identificación de cualquier individuo en los registros. Del mismo modo que hizo Bertillon en su momento, los modernos investigadores han seleccionado ciertos rasgos que tienen poca probabilidad de modificarse a lo largo de la vida del individuo y que son muy difíciles de alterar de modo artificial, como la línea superior de los ojos y la forma de los carrillos[63]. Los investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) han creado una serie de cerca de 125 imágenes en escala de grises a las que llaman eigenfaces y que permiten caracterizar cualquier posible rostro, haciendo muy rápida la comparación entre el sospechoso o usuario y los perfiles archivados en la base de datos.

Bertillon, Morelli y Holmes compartían el interés por los pequeños detalles, por los rasgos considerados menos importantes. La razón de ese interés es, por supuesto, que no se trata de detalles sin importancia, sino que todos ellos esconden un significado: no son detalles, sino signos.

No tan elemental
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