La oreja del muerto
No se fíe nunca de las impresiones generales, muchacho, concéntrese en los detalles.
Sherlock Holmes a Watson en «Un caso de identidad».
En 1893, una mujer llamada Rollin denunció la desaparición de su marido. Por casualidad, varios conocidos del señor Rollin que visitaban la morgue (un entretenimiento de la época) reconocieron a su amigo al ver uno de los cadáveres. La esposa fue citada para reconocer el cuerpo y atestiguó que, en efecto, se trataba de su marido. Sin embargo, Bertillon consultó la ficha que tenía del señor Rollin, no en tanto que delincuente, sino como borracho reincidente, y exclamó: «¡No es el mismo hombre! Miren sus orejas». Cuando todos observaron con atención las orejas, descubrieron que, efectivamente, eran muy diferentes. Días después, el método de Bertillon se confirmó de manera brillante cuando el marido apareció: había estado varios días en prisión, tras emborracharse y pelear con un policía[59]. Al comparar la ficha antropométrica de Rollin y la foto de su supuesto cadáver, se comprende que incluso su esposa y sus amigos se confundieran. Pero también se puede observar, como hizo Bertillon, que las orejas son muy diferentes.

Fotografías de la ficha antropométrica de Rollin y del cadáver del desconocido que fue confundido con él.
Bertillon ya había demostrado la importancia de las orejas en la identificación de sospechosos cuando un año antes había examinado a un tal Ravachol, que había puesto varias bombas en casas de jueces y fiscales y que se llamaba a sí mismo «el vengador de la clase obrera», cometiendo sus atentados en nombre del anarquismo. Bertillon consultó sus archivos y, tras apenas unos minutos, durante los cuales tomó diversas medidas a Ravachol, y en especial después de un examen cuidadoso de sus orejas, afirmó que el detenido era un delincuente común llamado François-Claudius Koenigstein, que ya había sido arrestado tres años antes cerca de Lyon. Sobre él recaían cargos por varios crímenes, desde desenterrar un cadáver para robar sus pertenencias hasta matar a un anciano y a su criado con un hacha.
La fama de Bertillon pronto traspasó las fronteras de Francia e incluso llegó a reflejarse en varias de las aventuras de Sherlock Holmes. En «El tratado naval», Watson recuerda que en un viaje en tren la conversación de su amigo «giró en torno al sistema Bertillon de medidas y expresó una entusiasta admiración por el sabio francés». Sin embargo, en la novela El sabueso de los Baskerville, Bertillon es mencionado por un cliente y eso produce un cierto malestar en Holmes:
—He acudido a usted, señor Holmes, porque no se me oculta que soy una persona poco práctica y porque me enfrento de repente con un problema tan grave como singular. Y reconociendo, como yo lo reconozco, que es usted el segundo experto europeo mejor cualificado…
—Ah. ¿Puedo preguntarle a quién corresponde el honor de ser el primero? —le interrumpió Holmes con alguna aspereza.
—Para una persona amante de la exactitud y de la ciencia, el trabajo de monsieur Bertillon tendrá siempre un poderoso atractivo.
—¿No sería mejor consultarle a él en tal caso?
—He hablado de personas amantes de la exactitud y de la ciencia. Pero en cuanto a sentido práctico todo el mundo reconoce que carece usted de rival. Espero, señor mío, no haber…
—Tan solo un poco —dijo Holmes.
¿Quién era el hombre que había descubierto la verdadera identidad del borracho Rollin y del anarquista Ravachol y en qué consistía su método, capaz de despertar los celos del mismísimo Sherlock Holmes?