Sherlock Holmes en la bañera de Arquímedes

Y aquí es donde más echo de menos a mí Watson. Mediante ingeniosas preguntas y exclamaciones de asombro, él era capaz de elevar mi sencillo arte, que no es más que sentido común sistemático, a la categoría de prodigio. Ahora que soy yo el que cuenta la historia, no dispongo de tales ayudas. No obstante, voy a exponer mi proceso mental tal como se lo expliqué entonces a mi reducido público.

Sherlock Holmes en «El soldado de la piel descolorida».

Holmes, ya retirado, vive en una casita de campo en Sussex, volcado en una nueva pasión, la cría de abejas, cuando llega hasta la puerta misma de su casa uno de los casos «más extraños y complicados» que nunca ha visto. A Watson ya solo lo ve de tanto en tanto «algún que otro fin de semana», así que se ve obligado a convertirse en su propio cronista. Evitaré contar al lector toda la aventura, para que pueda disfrutar de las pequeñas sorpresas que contiene (también puede leerla antes de continuar), pero sí señalaré los momentos que más se relacionan con las etapas del proceso creativo.

Como es obvio, lo primero que se necesita es que suceda algo, un problema a resolver, un dilema, un proyecto, un caso. En «La melena de león», el caso es la muerte de un hombre, al que Holmes escucha decir en el último momento: «La melena de león». En esta ocasión, no hay duda en el planteamiento, pues el propio detective ha sido testigo del acontecimiento. Se trata, pues, de averiguar la causa de la muerte.

Una vez planteado el caso, lo primero que hace Holmes es investigar a fondo todos los elementos relacionados. Es la fase de documentación e investigación: «Como es natural, lo primero que hice fue averiguar quién había en la playa». Esa investigación le permite descubrir terribles heridas en el cuerpo del hombre, así como sus huellas en la arena, que son signos que le cuentan una historia: «Había depresiones redondeadas que indicaban que había caído de rodillas más de una vez». Lo extraño es que no se ven otras huellas por el sendero que lleva a la playa, excepto las del muerto, que indican que se ha caído varias veces y que se ha arrastrado en su agonía. También aparecen los primeros sospechosos, pero no se ve cómo pueden haber cometido el crimen: hay barcos pero están lejos, personas que pasean, pero también muy alejadas, y una nota con un mensaje en el bolsillo del muerto. Parece el típico problema de habitación cerrada, solo que ahora estamos a cielo abierto, en las playas de Sussex.

Aunque algunos teóricos de la creatividad opinan que las fases del proceso creativo se deben seguir en estricto orden, está claro que a veces se pueden mezclar y reordenar. En este caso, después de recoger toda la información, es cuando Holmes plantea el verdadero misterio a resolver: «Y allí tenía claramente definido el problema, tan extraño como el que más de los que he tenido que afrontar». En efecto, el problema no es tan solo la muerte del hombre, sino explicar cómo puede haber muerto en esas circunstancias, dónde está el asesino, cómo lo mató y cómo desapareció sin dejar huellas: «La investigación podía seguir varios caminos, pero ninguno de ellos parecía conducir a ninguna parte». Por eso, al inicio de una investigación, o al menos antes de formular hipótesis, es tan importante recopilar todos los datos posibles, para no dejarse llevar por las primeras impresiones: una muerte siempre es un problema, pero a veces no es el problema más difícil de solucionar, como vimos en aquella partida de ajedrez retrospectivo en la que lo difícil no era explicar la muerte del rey negro, sino cómo era posible que el alfil le hubiera amenazado antes sin matarlo.

Una vez planteado claramente el problema, Holmes se encuentra en la fase de formulación de hipótesis. Estas hipótesis le llevan a nuevas investigaciones, interrogatorios y búsqueda de nuevos datos. Tras una semana no aparece la solución: «Ni siquiera mi imaginación era capaz de concebir una solución al misterio». Afortunadamente, sucede algo más, un acontecimiento que los policías interpretan de una manera errónea pero que a Holmes le permite alejarse de sus primeras hipótesis, aunque no le da la solución: «En mi mente fue surgiendo la confusa sensación de que aquel suceso tenía una importancia vital».

Ya hemos visto, al analizar el método de Kepler, que durante esta fase todo está permitido y que cualquier hipótesis puede ser tenida en cuenta, porque nunca se sabe si una idea loca y exagerada nos puede llevar a la solución. Muchas veces es más fácil domesticar una idea salvaje que hacer algo interesante con una idea trivial y convencional, como recomiendan métodos creativos modernos como el brainstorming o «tormenta de ideas», creado por Alex Osborn en 1939: «Hay que alentar cualquier idea salvaje y exagerada». El propio Francis Bacon mencionaba entre los métodos que debían emplear los científicos uno, al que llamaba «azar», que definía de la siguiente manera:

Esta forma de experimentación es puramente irracional y parece una insensatez. Pero cuando a uno se le ocurre probar algo, no porque la razón ni otro experimento previo así lo aconsejen, sino simplemente porque hasta entonces nunca se había intentado algo semejante, el propio carácter absurdo del propósito puede en ocasiones resultar útil[311].

Holmes cuenta que se pasó horas en las playas de Sussex sumido en «profundas meditaciones» y que por su cerebro pasaron «multitud de ideas fugaces». Sin embargo, ninguna de las hipótesis le resultaba convincente:

Seguramente, ustedes sabrán lo que es tener una pesadilla en la que sientes que hay alguna cosa importantísima que tienes que buscar, y que sabes que está ahí, pero que se mantiene siempre fuera de tu alcance. Así me sentía yo aquella noche, solo en aquel lugar de muerte[312].

Si hubiese estado allí Watson, tal vez la conversación con él le habría sido de ayuda, pues se ha señalado a menudo el papel de muro de entrenamiento reflexivo que Watson representa para Holmes. El propio Holmes reconoce en varias de sus aventuras que contar a Watson sus hipótesis le ayuda a entenderlas mejor e incluso llega a exclamar en «Un escándalo en Bohemia»: «¡Estoy perdido sin mi Boswell!», recordando la célebre amistad entre James Boswell y Samuel Johnson, inmortalizada por el primero en la que muchos consideran la mejor biografía de la historia, la Vida de Samuel Johnson. Watson es un acompañante y aprendiz que estimula y humaniza a su maestro, como lo hace Sancho Panza con Alonso Quijano o Enkidu con Gilgamesh en la primera narración de la historia La epopeya de Gilgamesh.

En cuanto al misterio de la melena de león que ahora nos ocupa, Holmes decide renunciar a resolver el problema, al menos hasta que lleguen más datos: «Por fin, me di la vuelta y caminé despacio hasta mi casa». Y es precisamente poco después de haber renunciado a dar con la solución, cuando le sobreviene la revelación, esa inspiración de la que hablan los teóricos de la creatividad: «Acababa de llegar a lo alto del sendero cuando me llegó la idea. Como quien ve un relámpago, recordé qué era lo que tan ansiosamente y tan en vano había intentado captar». Es entonces cuando tiene aquella vaga sensación de que hay algo relacionado con el caso en su «trastero mental». Eso le lleva a consultar los libros de la biblioteca que tiene en su otro desván, el de su casa de campo en Sussex, y allí prosigue con la investigación, ya por una vía más segura. Pero ¿por qué le sobreviene a Holmes ese relámpago de inspiración?, ¿por qué sobreviene a menudo la revelación, la solución, precisamente en momentos en los que ya no se está trabajando en el problema, cuando ya se ha renunciado a dar con la solución?

No tan elemental
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