El gran juego
Es sorprendente que haya sido Holmes, y no Conan Doyle, quien haya despertado tanto interés.
Marcello Truzzi en «Sherlock Holmes: experto en psicología social aplicada».
Una de las más importantes decisiones que tuve que tomar al escribir este libro fue no seguir lo que los holmesianos llaman el Juego, el Gran Juego, el juego holmesiano, o el juego sherlockiano. Es decir, he admitido como cierto que Sherlock Holmes es un personaje de ficción creado por Arthur Conan Doyle. Los sherlockianos o holmesianos que practican el Juego parten de la certeza de que Holmes existió y, a partir de ahí, elaboran sus teorías.
A primera vista, puede parecer un procedimiento extravagante esto de tomarse a un personaje de ficción como si fuese real, pero los holmesianos (o al menos los holmesianos ateos) dicen que sucede algo parecido con personajes como Jesucristo, Mahavira, Lao Zi, Apolonio de Tiana o Buda. Aunque se sabe que existieron muchos profetas semejantes a Jesucristo, ningún historiador o testimonio de la época lo menciona de manera expresa, excepto los que se hacen llamar a sí mismos cristianos, claro, que escriben al menos treinta años después de su muerte. La mención más cercana a los hechos es la del historiador latino y judío Flavio Josefo, en un pasaje que muchos creen que pudo ser interpolado posteriormente. Sea o no cierto, ese testimonio es al menos treinta años posterior a la muerte de nuestro personaje, como lo son los evangelios de quienes (según su propio testimonio) convivieron con Jesucristo, Mateo y Juan. Pablo de Tarso, al que se puede considerar el verdadero creador del cristianismo, del mismo modo que Sariputra lo fue del budismo, ni siquiera conoció a Jesucristo, a pesar de ser coetáneo suyo, e incluso persiguió y mató a cristianos antes de su conversión. Después de su conversión, escribió muchas cosas, como sus célebres epístolas, pero asombra que no se preocupara de recoger los recuerdos de quienes sí conocieron a Jesús. Todo lo que Pablo sabe de su dios y su profeta llega a él, según afirma, por revelación directa, a pesar de convivir con quienes sí conocieron a Jesús: «Pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo[317]». A pesar de todo lo anterior, se han escrito miles de libros acerca de ese profeta llamado Jesucristo, discutiendo cada uno de sus actos e intentando resolver sus misterios, como el periodo que va desde los doce a los treinta años, en el que apenas se sabe nada de lo que hizo o dónde estaba. Como ya sabemos, también Holmes desapareció durante varios años, desde que cayó por las cataratas de Reichenbach hasta que regresó en el relato «La casa vacía». Los teóricos del gran juego cristiano y los del gran juego holmesiano proponen todo tipo de teorías para explicar esos años de silencio, y es significativo que en ambos casos se proponga que viajaron a la India y visitaron el Tíbet. Conan Doyle, en efecto, contó en «La casa vacía» que Holmes había viajado a la India, el Tíbet e incluso visitado La Meca. Entre los apócrifos o pastiches de Sherlock Holmes, es decir, las aventuras no escritas por Arthur Conan Doyle, que se cuentan por centenares, muchos de ellos se ocupan de esos viajes, como Los años perdidos de Sherlock Holmes, de Jamyang Norbu. En cuanto a las teorías acerca de los viajes de Jesucristo a la India o Tíbet, son amplísimas, en especial desde que en 1930 Burnett Hillman Streeter mostró las notables semejanzas entre las enseñanzas budistas y el «Sermón de la Montaña». En realidad, los «años ocultos» suelen ser algo frecuente y casi siempre se pueden explicar porque durante esos años esos personajes no eran famosos, por lo que no se creyó que mereciera la pena recordar lo que hacían o lo que decían. Le sucede a Shakespeare en los últimos años de la década de 1580, y les sucede a Diderot o a Descartes, entre muchos otros. Si la prueba de que existió Jesús, como decía Chesterton, es que existen los cristianos, ¿puede la existencia de los holmesianos probar la existencia de Sherlock Holmes?
En este libro se han ofrecido muchas razones a favor de la existencia de Holmes, puesto que aparece citado como precursor en todo tipo de profesiones y ciencias. La bibliografía acerca de la relación de Sherlock Holmes con diversas disciplinas científicas es impresionante[318], pero lo más asombroso es que ningún científico o experto se refiere a Conan Doyle, sino que todos atribuyen los méritos a su personaje.
Si olvidamos ahora la decisión que tomé de no participar en el gran juego holmesiano y examinamos la vida de Holmes como la de un personaje histórico o como la de Jesucristo, es obvio que muchos misterios se aclaran. Entendemos por qué se hizo llamar Sigerson durante sus años de ausencia, ya que, como nos dice Baring-Gould, su padre se llamaba Siger («Sigerson» significa «hijo de Siger»); también entendemos sus afinidades con Freud, porque Nicholas Meyer nos revela que fue a desintoxicarse con él de su afición a la cocaína. El propio Meyer nos explica en un pasaje de Elemental, Dr. Freud la teoría holmesiana cuando Freud interroga a Watson y este confiesa ser el autor de las aventuras del detective:
—¿Qué conexión tiene usted con el doctor Doyle? —preguntó Freud.
—No es una relación médica, le aseguro. El doctor Doyle tiene influencia en ciertas publicaciones literarias en Londres. Se dedica más a escribir que a ejercer la medicina actualmente, y es a él a quien le debo el haber podido publicar mis modestos relatos acerca de las aventuras de Holmes[319].
Si Sherlock Holmes existió y sus relatos fueron escritos por el doctor Watson, resulta más sencillo entender que Arthur Conan Doyle detestase a un personaje al que ni siquiera había creado. También se explican muchas de las incoherencias y errores de los relatos, como que Watson sea llamado «James» por su esposa, pero «John» por todos los demás[320], o que el barón Graner, personaje de «El cliente ilustre», embarcase en el Ruritania un viernes, lo que es imposible porque la compañía solo tenía salidas para Nueva York los martes, miércoles y sábados[321]; o que algunos relatos tengan un estilo diferente e incluso mucha menor calidad: la razón es que esos relatos no fueron escritos por Watson. En los comentarios a El archivo de Sherlock Holmes, Klinger señala que es «curioso» que la recopilación se inicie con un prólogo de Conan Doyle, y añade que es dudoso que Watson escribiera todos los cuentos; en su opinión, los de menor calidad se pueden atribuir a un primo, a la esposa de Watson o «incluso a Sir Arthur Conan Doyle[322]». La existencia real de Holmes también permitiría explicar la extraordinaria semejanza entre Sherlock Holmes y el semiólogo americano Charles Sanders Peirce, al que en este libro me he permitido identificar con Sherrinford Holmes: John Kendrick Bangs propuso en 1908, en «Un enigma pragmático», que Holmes llegó a conocer a William James, cofundador del pragmatismo americano junto a Peirce.
En cualquier caso, sea o no cierto que Holmes existió, los practicantes del Gran Juego son holmesianos en todos los sentidos del término, no solo por su afición hacia Sherlock Holmes, sino también porque aplican el pensamiento Holmes a conciencia, es decir, dudan de todo y se preguntan acerca de cualquier pequeño detalle que aparece en las aventuras. Ya lo hizo Baring-Gould y otros precursores, como Ronald Knox, Vincent Starrett, Dorothy L. Sayers y Christopher Morley, para ser todos superados por Leslie Klinger con sus tres volúmenes cuidadosamente anotados. Solo conozco un ejemplo de crítica textual más refinado que el de los holmesianos, el de los talmudistas judíos que analizaban los textos sagrados para dilucidar y aclarar cualquier pequeño detalle, por ejemplo, el pasaje del Éxodo en el que Moisés habla con el faraón:
Y Moisés dijo: «Así dice el Señor: “Como a la medianoche Yo pasaré por toda la tierra de Egipto, y morirá todo primogénito en la tierra de Egipto[323]”».
Los talmudistas señalan que es obvio que Dios no pudo haberle dicho a Moisés «como a la medianoche», porque Dios lo sabe todo, incluido el momento exacto en el que descenderá sobre Egipto, así que se preguntan si es que Moisés había olvidado lo que le había dicho Dios, o si lo que sucedió es que no se lo dijo al faraón por alguna razón, por ejemplo porque tenía dudas acerca de que Dios se presentara aquella noche para cumplir su palabra.
En la crítica literaria y estética, esa disciplina que, según Borges, los especialistas franceses han convertido en algo parecido a hablar de astronomía sin mirar jamás a las estrellas[324], se habla mucho de la intertextualidad y la intratextualidad, pero los holmesianos, aunque también se interesan por las concordancias internas, se dedican más que nada a la extratextualidad, a las relaciones de un texto literario (el canon holmesiano) con el mundo exterior, con la realidad.
En los próximos capítulos vamos a examinar en detalle ese otro aspecto de lo holmesiano que no tiene que ver con la afición a las aventuras de Holmes, sino con el estímulo a pensar mejor. Aunque hemos visto ya muchos ejemplos a lo largo de todo el libro, ahora examinaré algunos aspectos importantes de la manera de pensar de Holmes y también revelaré algunas curiosidades de este libro que quizá no todos los lectores hayan percibido porque estaban ocupados en otra cosa (en conocer mejor a Sherlock Holmes, por supuesto).
Pero, antes de continuar con la lectura, invito al lector a que haga una breve visita a la página web de No tan elemental[325] para poner a prueba de una manera divertida su capacidad de observación con una prueba fascinante llamada «Atención selectiva». Cuando haya disfrutado con la prueba, puede continuar leyendo.