El problema de la inducción
Creo haber resuelto un problema filosófico capital: el de la inducción.
Karl Popper.
Los cisnes negros encontrados en Australia son el símbolo del llamado «problema de la inducción», que nos obliga a desconfiar de las conclusiones extraídas de repetidas observaciones, aunque sean miles o millones de ellas. Aunque las observaciones repetidas de una misma situación nos pueden hacer pensar que hemos encontrado una ley de la naturaleza o al menos una explicación razonable para un fenómeno determinado, podemos equivocarnos y descubrir que la realidad refuta nuestras teorías a partir de una nueva e inesperada observación Un ejemplo de lo engañoso que puede ser el razonamiento inductivo es una estratagema que empleé hace años para tranquilizar a mi hermana Natalia en su aniversario:
—Hasta ahora, siempre que has cumplido años, han sido menos de 27, ¿no es cierto?
—Sí.
—Entonces, razonando por inducción, mañana también cumplirás menos de 27[237].
Pero al día siguiente, mi hermana cumplió 27 años. Karl Popper muestra otro ejemplo del mal uso de la inducción. Al recordar sus años de aprendizaje junto al psicólogo Alfred Adler, cuenta que en una ocasión le informó de un caso que no parecía «particularmente adleriano», pero el psicólogo, sin ni siquiera ver al niño, lo analizó sin dudarlo en función de su teoría de los sentimientos de inferioridad. Cuando Popper le preguntó, incrédulo, cómo podía estar tan seguro, Adler le respondió: «Por mi experiencia de mil casos»; a lo que Popper no pudo evitar contestarle: «Y con este nuevo caso, supongo, que ahora será gracias a su experiencia en mil y un casos[238]».
Holmes también hacía uso del razonamiento basado en la comparación de una observación con otras similares, pero era más consciente que Adler de las limitaciones del método, pues, después de decir aquello de su experiencia «en miles de casos semejantes», añadió: «En el caso presente, me veo en la obligación de reconocer que los hechos son, hasta donde alcanza mi conocimiento, algo nunca visto[239]».
De todos modos, aunque la experiencia o información previa no siempre es concluyente, sí ayuda en la elaboración de hipótesis y resulta imprescindible para enfrentarse a nuevas situaciones con ciertas garantías. Al referirse a un colega francés, el detective François Le Villard, Holmes opina: «Posee dos de las tres facultades necesarias para el detective ideal: la capacidad de observación y la de deducción. Solo le faltan conocimientos, y eso se puede adquirir con el tiempo[240]».