El corazón de la máquina
Por primera y única vez pude comprobar que aquel gran cerebro poseía también un gran corazón. Aquel instante revelador fue la culminación de todos mis años de humilde y esforzado servicio[126].
Watson en «Los tres Garrideb».
En la serie de televisión Sherlock se presenta a veces a Holmes como alguien carente por completo de empatía, incapaz de ponerse en el lugar de los demás y de sentir lo que ellos sienten Son características que se ajustan al retrato que Watson hace de su amigo en «Un escándalo en Bohemia»:
Todas las emociones, y en especial el amor, resultaban abominables para su inteligencia fría y precisa pero admirablemente equilibrada. Siempre lo he tenido por la máquina de observar y razonar más perfecta que ha conocido el mundo; pero como amante no habría sabido qué hacer.
Sin embargo, la empatía es uno de los rasgos fundamentales que debe poseer un buen detective, puesto que su trabajo consiste en gran parte en relacionarse con otras personas, entender sus problemas, detectar sus mentiras y aconsejarles qué hacer. A pesar de su imagen de máquina deductiva fría y sin sentimientos, Holmes demuestra simpatía y compasión a menudo. Leavitt señala al menos catorce ocasiones en las que no entrega al delincuente a la policía[127], mientras que otras veces trabaja sin percibir ningún honorario, al menos siempre que el caso sea interesante.
Sherlock Holmes también aplica sus capacidades empáticas para imaginar cómo puede haber actuado otra persona: «Situémonos ahora en el lugar de Jonathan Small, consideremos el problema desde su punto de vista[128]», y reprocha a Lestrade y otros policías el no ser capaces de ponerse en el lugar de los criminales.
En definitiva, el ejercicio empático es parte fundamental del proceder de Holmes en una investigación: «Me pongo en el lugar del otro y, después de calibrar ante todo su inteligencia, trato de imaginar cómo habría procedido yo en las mismas circunstancias[129]». No siempre resulta fácil, porque, como dice Douglas Hofstadter, es necesario ponerse tanto en el lugar de alguien «inconcebiblemente menos inteligente[130]» como en el de alguien «inconcebiblemente más inteligente que uno mismo». Según Holmes, la tarea resulta sencilla cuando se trata de una inteligencia semejante: para saber lo que piensa Moriarty, su archienemigo y «doble» en el mundo criminal, Holmes tan solo debe «pensar como yo mismo pienso».
Una vez aclarado que Holmes no carece de empatía, sino que la tiene y además en grandes dosis, sí se puede matizar que, cuando Holmes se pone en el lugar de otra persona para imaginar qué habría hecho, debe realizar un esfuerzo de empatía preliminar, pero después necesita ir más allá, porque Holmes no se limita a empatizar, sino que lo que busca es emular. No basta con ponerse en el lugar de otras personas, sino que a veces hay que intentar ser otra persona, y en esto Holmes era un verdadero experto, no solo por su capacidad de emular, sino porque a lo largo de sus aventuras demuestra ser un maestro del disfraz, capaz de fingir cualquier apariencia, desde un vagabundo a un cochero, desde una anciana a un sacerdote italiano. Como dice Watson: «El teatro perdió un magnífico actor y la ciencia un agudo pensador cuando Holmes decidió especializarse en el delito[131]».