El problema de la habitación cerrada

¿Ha notado algo particular en la habitación?

Holmes en «El paciente residente».

Piense ahora el lector en una última variante del problema de los calcetines. En este caso, sabemos que en un cajón hay calcetines, pero no sabemos cuántos hay y tampoco sabemos de qué color son. Podrían ser decenas o cientos de calcetines de cualquier color imaginable: azul, rojo, amarillo, negro, blanco… La pregunta es la misma: ¿cuántos calcetines se deben extraer para estar seguros de tener dos del mismo color?

Por más que lo pensemos, no podremos encontrar la respuesta. Este último ejemplo demuestra que la efectividad del método deductivo depende de que no exista ninguna duda respecto a las condiciones iniciales, por ejemplo cuántos calcetines hay en el cajón y de qué colores son. Cuando nos encontramos ante un sistema cerrado en el que conocemos todos los datos, resulta posible dar una respuesta segura gracias a la deducción. El problema es que los sistemas cerrados son difíciles de encontrar en la naturaleza, aunque sí se pueden encontrar en ciertos lugares de las matemáticas, como el conjunto de los números que van del 1 al 12, o el conjunto de los objetos con todos sus lados iguales, que son cinco, los llamados sólidos perfectos o platónicos. Por más que lo intentemos, no podemos encontrar ningún objeto geométrico tridimensional de lados iguales que no sea uno de los cinco sólidos platónicos, así que, si tenemos que deducir algo relacionado con objetos con todos sus lados iguales, tenemos muchas posibilidades de lograr salir con éxito del desafío. Pero ¿cuántos casos criminales conoce el lector en los que los sólidos perfectos jueguen un papel fundamental[282]?

En los relatos detectivescos encontramos a veces sistemas cerrados: son los casos llamados, precisamente, de «habitación cerrada». En ellos el detective, y a menudo también el lector, debe resolver un misterio, por lo general un asesinato, que se ha cometido en un recinto cerrado. De nuevo Edgar Allan Poe es considerado un precursor, con «Los crímenes de la Rué Morgue» (1841), relato en el que el detective Dupin debe resolver el espantoso asesinato de dos mujeres que se ha cometido en una habitación cerrada. En varias de las aventuras de Sherlock Holmes encontramos un misterio de «habitación cerrada», por ejemplo en «La banda de lunares», «El jorobado», «El paciente residente», El valle del terror y El signo de los cuatro. Pero también se puede incluir en este grupo «Las gafas de oro», que ya hemos recordado al hablar de las pisadas y del bíblico Daniel.

Aparte de los casos de «habitación cerrada», en los que la deducción puede aplicarse con la precisión de un silogismo, Holmes emplea deducciones que se basan en observaciones significativas, aplicándolas a Londres, que no es que sea un sistema cerrado, pero que sí tiene ciertas características que no suelen defraudar a un buen observador. Ya sabemos que a partir de unas manchas de barro rojizo, Holmes era capaz de deducir que su amigo había estado en la oficina de Correos. Como él mismo explica: «Lo primero era observación, el resto deducción».

Como se ve, la insistencia de Holmes en definir su método como una mezcla de observación y deducción tiene mucho sentido: no se trata tan solo de observar y suponer que algo que se repite mucho volverá a repetirse, como la salida del Sol. Ese sería el método inductivo, que Holmes aplica de vez en cuando, basándose en sus amplios conocimientos del mundo criminal, pero lo que el detective hace con más frecuencia es observar algo casi único, como un poco de barro rojizo, y a partir de ahí deducir el origen de esa huella. Los expertos holmesianos han examinado a fondo este método de observación-deducción y han llegado a la conclusión de que no puede considerarse ni deductivo ni inductivo. ¿Qué es entonces?

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