Hazañas de la deducción inversa

Nos hemos visto obligados a razonar hacia atrás, de los efectos a las causas.

Sherlock Holmes en «La caja de cartón».

En espera de que alguien realice una demostración deductiva holmesiana entre gotas de diferentes ríos, mares y océanos, se pueden ofrecer ejemplos de deducción inversa de dificultad semejante, como la capacidad que tienen los expertos en espectroscopia astronómica no solo de saber si una estrella se está acercando o alejando de nosotros (según su color tienda al azul o al rojo), o incluso si el astro cuya luz analizamos contiene elementos como oxígeno, nitrógeno, sodio, hierro o calcio, entre muchas otras cosas, que permiten distinguir entre cuerpos estelares como cuásares, agujeros negros, galaxias o cometas. No está mal para un pequeño punto brillante situado a miles de años luz.

Sin necesidad de irnos tan lejos, basta con pensar en la asombrosa deducción que hizo el físico británico Geoffrey Ingram Taylor, quien en 1950 fue capaz de descubrir la potencia explosiva de una bomba nuclear mediante el simple examen de una fotografía que el gobierno de Estados Unidos había hecho pública, pensando que no podría revelar nada realmente importante. Ingram Taylor, mediante la técnica que se conoce como análisis de escala o razonamiento dimensional, pudo poner en relación el radio de la explosión y el tiempo transcurrido desde la detonación para averiguar con precisión asombrosa la energía liberada en la deflagración[295].

La fotografía de la prueba nuclear Trinity de 1945 publicada en Life, que permitió a Taylor deducir la potencia y el alcance de la bomba.© World History Archive/TopFoto/Cordon Pres.

Otro ejemplo asombroso de análisis retrospectivo es la llamada tecnología inversa, que permite reconstruir una máquina a partir de la observación y el análisis de un objeto creado por ella. Hemos visto cómo Holmes y los detectives y policías modernos son capaces de identificar una máquina de escribir a partir de un texto escrito con ella, pero la tecnología inversa podría reconstruir la máquina entera a partir de ese papel y, de este modo, crear un duplicado exacto, para así, por ejemplo, incriminar falsamente a alguien. Se ha llegado a sospechar que eso sucedió en un célebre caso de espionaje, el del estadista Alger Hiss en 1950, que fue declarado culpable en gran parte gracias al testimonio de los expertos que testificaron que los documentos incriminatorios habían sido escritos sin duda con la máquina Woodstock propiedad de Hiss. En 1978 los abogados de Hiss sugirieron que el FBI había construido una máquina exactamente igual a la de Hiss para escribir con ella los documentos comprometedores, indistinguibles de los que Hiss escribía con su propia máquina[296]. La segunda máquina se habría reconstruido a partir de textos impresos con la original.

Sin embargo, no siempre se puede deducir o identificar el origen de algo a partir de sus efectos y, por ejemplo, resulta difícil creer que alguien pueda identificar un ordenador concreto a partir de una página impresa, distinguiendo si se trataba de un Macintosh o un Toshiba, por ejemplo. Pero no sucede lo mismo con las fotocopiadoras o las modernas impresoras láser, o al menos eso aseguraba un agente del FBI en 1995: «La gente cree que no se pueden rastrear las fotocopiadoras, y eso no es cierto[297]».

Se podrían citar muchos ejemplos de los análisis retrospectivos de Holmes, porque hay al menos uno en cada aventura, pero siento cierta preferencia por el de «Las gafas de oro», cuando Holmes, a partir de la observación de unas gafas, reconstruye no a un animal desconocido como hacía Cuvier, sino a una persona también desconocida: «Una mujer educada y refinada, vestida como una señora. De nariz bastante gruesa y ojos muy juntos. Tiene la frente arrugada, expresión de miope y, probablemente, hombros caídos». A continuación, Holmes explica su proceso deductivo, que, una vez más, resulta de una sencillez pasmosa. Vale la pena que el lector lo descubra en la aventura mencionada. Otro ejemplo notable es la ocasión en la que Holmes examina un reloj y, ante el evidente disgusto de Watson, declara: «Era un hombre de costumbres desordenadas…, muy sucio y descuidado. Tenía buenas perspectivas, pero desaprovechó las oportunidades, vivió algún tiempo en la pobreza, con breves intervalos ocasionales de prosperidad, y por último se dio a la bebida y murió. Eso es todo lo que puedo sacar». El lector puede admirar el proceso de observación de Sherlock Holmes y descubrir por qué Watson se ha sentido tan molesto al escuchar las conjeturas de Holmes, si lee el comienzo de El signo de los cuatro.

No tan elemental
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