Estadísticas de un solo caso

Es bueno ponerlo todo a prueba.

Sherlock Holmes en «Los hacendados de Reigate».

Kahneman y otros estudiosos hablan de los sesgos de confirmación. Es la tendencia que tenemos a hacer que todo lo que observamos se ajuste a una teoría previa, como en los casos analizados en el apartado anterior. También sucede cuando algo nos preocupa o atrae poderosamente nuestra atención: las mujeres embarazadas ven mujeres embarazadas por todos lados; si nos rompemos un brazo, vemos brazos escayolados en casi cualquier lugar y si nos hacemos un tatuaje descubrimos que casi todo el mundo lleva un tatuaje (percepción que no está muy lejos de la realidad). En Nada es lo que es, me referí a «la lógica del taxista», no por aquello del conocimiento que los taxistas de Londres tienen de todas las calles, sino por la tendencia a observar solo aquello que confirma nuestras teorías:

Es conocida la peculiar estadística de tantos conductores varones que cuando tienen un problema con un coche y descubren que lo conduce una mujer exclaman: «¡Mujer tenía que ser!», y añaden rápidamente el dato a su peculiar estudio estadístico; sin embargo, cuando tienen un problema con un hombre, sencillamente le insultan, pero no lo añaden a ninguna estadística.

Ahora bien, los sesgos de confirmación suelen aplicarse a teorías que hemos establecido a partir de un cierto número de informaciones, aunque sea mediante la ceguera selectiva del taxista a todo lo que pueda refutarlo, pero a veces somos capaces de aventurar teorías acerca del mundo y de la sociedad con muy pocas observaciones, incluso con una única información, algo que suele suceder cuando estamos en un país desconocido.

Cuando viajamos, en efecto, ponemos en marcha nuestro sistema estadístico de aficionados y nuestra tendencia irreprimible a establecer teorías y a confirmarlas cuanto antes. Si llegamos a París y el taxista es magrebí, enseguida concluimos que en París todos los taxistas son magrebíes; si el siguiente taxista es colombiano, modificamos levemente nuestro estudio de campo y afirmamos que todos los taxistas de París son inmigrantes; si el tercer taxista es marsellés, rápidamente concluimos que no hay taxistas parisinos en París. Suceda lo que suceda, somos capaces de establecer conclusiones estadísticas en un instante ante cualquier nueva observación y vanagloriarnos a nuestro regreso de haber descubierto un buen número de rasgos que definen a París.

Aunque nunca llegarán a saberlo, las primeras personas con las que nos encontramos en una ciudad desconocida soportan sobre sus hombros una tremenda responsabilidad: de ellos dependerá en gran parte la imagen del país que transmitiremos al exterior cuando nos vayamos. Si la recepcionista del hotel de Venecia es antipática, todas las recepcionistas de Venecia (o quizá de Italia, ¿por qué no?) serán antipáticas; si en uno o dos restaurantes de Shanghai se da la circunstancia de que se equivocan en la cuenta, todos los chinos serán timadores; si caminamos a altas horas de la madrugada por las calles de Buenos Aires y no nos sucede nada, la capital argentina será una de las más seguras del mundo; si una viejecita nos acompaña hasta la calle que buscamos en Budapest, todos los húngaros serán simpatiquísimos.

Las estadísticas de un solo caso no solo nos permiten elaborar una docena de teorías en poco tiempo, sino que una de sus indudables ventajas es que requieren muy poca calibración de datos.

Sin embargo, si el lector piensa que las estadísticas de un solo caso son las que requieren el menor número de observaciones, se equivoca.

No tan elemental
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