Una lectura muy fría

Al hombre le son dadas las facciones para que se sirva de ellas a la hora de expresar sus emociones, y las suyas, sus facciones, le son fieles sirvientes.

Sherlock Holmes en

«El paciente residente».

Derren Brown es un conocido mago, prestidigitador y mentalista británico. Aunque no se escapa de grandes tanques de agua tras ser encadenado, sí realiza asombrosas lecturas de pensamiento a personas que no conoce o descubre secretos del más allá contactando con los muertos. Brown ha demostrado en numerosas ocasiones en sus shows televisivos que es capaz de leer el pensamiento de otra persona tan bien como Holmes. A pesar de lo asombroso de sus actuaciones, Brown repite una y otra vez, como hacía el legendario Houdini y como hace Holmes, que no posee ningún tipo de poder mágico y que ni siquiera es capaz de leer el pensamiento ajeno. Sus poderes, aparentemente inexplicables, se basan en diversos «trucos de magia, en la sugestión, psicología, engaño y las artes del espectáculo». Por si esto fuera poco, Brown ha dedicado varios programas a denunciar los fraudes de aquellos que presumen de contactar con el más allá. En definitiva, Brown no descubre los secretos del más allá contactando con los muertos, sino que tan solo accede a los secretos ocultos en la mente de quienes quieren hablar con los muertos, cosa que logra observando sus gestos y escuchando sus respuestas, como harían un médico, un semiólogo o un buen detective. Por cierto, en el capítulo de la serie Sherlock dedicado a la aventura «La casa vacía», Brown aparece en escena para ayudar a Holmes a fingir su muerte en el combate con Moriarty. Brown, en cualquier caso, no solo condiciona a sus víctimas mediante sutiles sugestiones, sino que también observa pequeños signos reveladores en su lenguaje corporal, que le revelan, como a Holmes al observar a Watson, en qué están pensando. Algunos de estos métodos son conocidos como «lectura en frío» y los emplean tanto los prestidigitadores y magos del espectáculo como los echadores de cartas, quiromantes, videntes y todo tipo de adivinos. La lectura en frío se basa en la observación de cualquier detalle, desde la ropa a los gestos, desde la manera de hablar al movimiento de la mirada. A ello se suman técnicas para obtener información sin que el participante, cliente o víctima sepa que la está proporcionando. Puede emplearse también un poco de hipnotismo o condicionamiento, algo que encontramos en las aventuras de Holmes, aunque no es él quien lo emplea, sino uno de sus peores enemigos, el barón Gruner, quien desafía a Holmes a lograr cambiar la opinión de una mujer que se encuentra bajo su influencia:

¿Ha oído usted hablar, señor Holmes, de la sugestión poshipnótica? Pues bien: va usted a ver sus fenómenos en la práctica, porque un hombre que tenga personalidad es capaz de emplear el hipnotismo sin nada de pases ni otra clase de comedias. Ella le espera a usted: no me cabe la menor duda de que le otorgará una cita, porque se presta con amabilidad a los deseos de su padre; con excepción únicamente de nuestro pequeño asunto.

Sin embargo, no hace falta recurrir a tales tipos de condicionamiento para encontrar información en los demás. En lo que se refiere a los ojos, como ya hemos visto tanto en aventuras de Holmes, como en las reflexiones de John Huston y de Walter Murch, ofrecen mucha más información de la que parece. Siguiendo los consejos de Brown y otros expertos en lectura en frío, yo mismo he conseguido en varias ocasiones leer el pensamiento de otras personas, adivinar una carta en la que han pensado sin siquiera tocar la baraja, o saber tan solo con mirarles a los ojos, si estaban recordando un momento agradable, una lesión que padecieron o si estaban haciendo un cálculo matemático. En la mayoría de las ocasiones resulta bastante sencillo, pero aunque no soy mago profesional, seguiré aquí la primera de las reglas del oficio: no contar el truco.

En realidad, siempre se ha sabido que nuestros gestos y nuestras expresiones faciales revelan muchas veces lo que pensamos sin que ni siquiera nosotros seamos conscientes de ello, y se han escrito muchos libros acerca de la comunicación gestual consciente e inconsciente, desde el clásico de Flora Davis La comunicación no verbal a los trabajos de estudiosos de la sinergología, la kinésica y la proxémica, disciplinas que estudian la comunicación no verbal, los microgestos y las relaciones de proximidad entre las personas. También los animales parecen capaces, hay que suponer que gracias a la zoosemiótica, de interpretar con gran precisión nuestros gestos casi invisibles, como muestran casos célebres como el del caballo matemático Hans, que no sabía calcular, como acabó descubriéndose, pero que sí sabía ver en la expresión de su amo cuál era la respuesta correcta; o la manera en la que delfines, gatos, perros y cuervos detectan lo que pensamos con solo mirarnos[121]. Existe un complejísimo y sutil lenguaje de gestos que va más allá de los signos más detectables, un lenguaje que Holmes sabe leer con precisión, pero que todos percibimos en mayor o menor medida, a menudo sin darnos cuenta. Cuando Charles Sanders Peirce (¿se acuerda el lector de Sherrinford Holmes?) reconoció al camarero que le robó el reloj entre todos los que estaban alineados frente a él, se mantuvo en «un estado pasivo y receptivo», que le permitió darse cuenta de manera inconsciente de ciertas «señales reveladoras[122]». Tal vez una de esas señales fue la manera en la que sonreía el camarero, porque la sonrisa puede llegar a resultar tan reveladora como los ojos.

No tan elemental
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