Información organizada y accesible
Mire, Mac, la cosa más práctica que podría hacer usted en su vida sería encerrarse durante tres meses y leer durante doce horas al día los anales del crimen.
Holmes al comisario
MacDonald en El valle del terror.
Según Sherlock Holmes, una de las tres cualidades de un buen detective, junto a la observación y la deducción, es poseer abundantes conocimientos. Las intuiciones, deducciones, abducciones (pronto descubriremos qué es eso de la abducción), las inducciones, e incluso las observaciones y las teorizaciones de Sherlock Holmes, se sostienen sobre unos asombrosos conocimientos acumulados a lo largo de años de investigación y estudio, como él mismo nos explica:
Para llevar este arte a sus niveles más altos, es necesario que el razonador sepa utilizar todos los datos que han llegado a su conocimiento, y esto implica, como fácilmente comprenderá usted, poseer un conocimiento total cosa muy poco corriente, aun en estos tiempos de libertad educativa y enciclopedias[248].
Ya sabemos que Holmes no es un experto en todo, un todólogo u hombre renacentista, sino que sus conocimientos se relacionan estrechamente con su trabajo, es decir, con el estudio del mundo criminal, o al menos eso es lo que aseguró Watson cuando enumeró los conocimientos de su amigo en Estudio en escarlata[249]. Sin embargo, son muchos los que opinan que Sherlock Holmes fingió ignorancia: «no sabía que la Tierra gira alrededor del Sol», «no conocía a Thomas Carlyle». O tal vez suceda, como dice Edgar W. Smith, que si hiciéramos una lista de los conocimientos de Watson, en la casilla «Conocimientos acerca de Holmes» deberíamos escribir: «Nulos». En efecto, en otras aventuras podemos constatar que Holmes discute asuntos astronómicos de cierta complejidad como «las causas de los cambios en la oblicuidad de la eclíptica[250]», o habla de Carlyle con gran familiaridad, llegando incluso a citarlo en Estudio en escarlata, cuando define el concepto de genio: «Afirman que el genio es la capacidad infinita de tomarse molestias. Como definición, es muy mala, pero corresponde bien al trabajo detectivesco[251]».
El arte infinito de trabajar con paciencia, de recopilar todo tipo de datos e información, dijo exactamente Carlyle, como si estuviera pensando en el propio Holmes. Algo que puede conseguirse hoy en día gracias a internet y Google, pero que en la época de Holmes se lograba recurriendo a enciclopedias, diccionarios, biografías y libros de consulta, a los que el detective recurre una y otra vez en sus aventuras: «Haga el favor de pasarme la letra K de la Enciclopedia americana que hay en ese estante junto a usted[252]»; o bien: «Holmes estiró su largo y delgado brazo y sacó el volumen “H” de su enciclopedia de consulta[253]». En consecuencia, no cabe duda de que el piso de solteros que comparten Watson y Holmes en Baker Street está lleno de archivos, diccionarios, enciclopedias y tomos de biografías: «Holmes se lanzó con frenética energía sobre el montón de libros de consulta que había en un rincón. Durante unos minutos se oyó un constante rozar de hojas y por fin, con un gruñido de satisfacción, encontró lo que buscaba[254]».
Por otra parte, en una urbe cosmopolita como Londres, existen todo tipo de fuentes de información, pues ya sabemos que el Imperio británico se sostenía gracias a la recomendación de Bacon de recopilar datos, datos y más datos, de cartografiar el mundo para vencer al Imperio ruso en el Gran Juego que se desarrollaba en Asia Central, como nos cuenta Rudyard Kipling en Kim de la India, de registrar cada pequeño acontecimiento, de no menospreciar ninguna información, de guardarlo todo, incluso las noticias del día de ayer: «Consultando los archivos del Times, he descubierto que el mayor Sholto, de Upper Norwood, que sirvió en el trigésimo cuarto de Infantería de Bombay, falleció el 28 de abril de 1882[255]». Se pueden consultar cosas tan diversas como los horarios de trenes, los registros de los barcos llegados a Inglaterra en los últimos años[256], los bustos de Napoleón que se han hecho en un taller de escayola de un barrio londinense[257], o qué localidades han sido ocupadas en un teatro: «Yo ya estaba seguro de que se trataba de un caso grave, porque había consultado las actas de taquilla del Teatro Haymarket (otro de los aciertos del doctor Watson), comprobando que ni la localidad 31 ni la 32 de la fila B del anfiteatro se habían ocupado aquella noche[258]». Holmes, por supuesto, también posee un archivo completo de casos criminales, creado por él mismo a lo largo de sus años de investigación (que él llama su «índice»), y que le permite encontrar similitudes entre diferentes sucesos delictivos («encontrará casos similares en Andover, año 77, y otro bastante parecido en La Haya el año pasado[259]»), o averiguar en un instante quién es Irene Adler:
Durante muchos años Holmes había seguido el sistema de coleccionar extractos de noticias sobre toda clase de personas y cosas, de manera que era difícil nombrar un tema o una persona sobre los que no pudiera aportar información al instante. En este caso, encontré la biografía de la mujer entre la de un rabino hebreo y la de un comandante de estado mayor que había escrito una monografía sobre los peces de las grandes profundidades[260].
La enciclopedia de Holmes debía de ser una verdadera delicia, a juzgar por los extractos que Watson nos facilita en ocasiones y por la exhaustividad con la que se recogían todos los datos del mundo criminal, como intuimos cuando Holmes busca la biografía del coronel Moran:
Mi colección de emes es de lo mejorcito. Solo con Moriarty bastaría para dar prestigio a una letra, y aquí tenemos además a Morgan, el envenenador, Merridew, de funesto recuerdo, y Mathews, que me saltó el colmillo izquierdo de un puñetazo en la sala de espera de Charing Cross. Y aquí tenemos por fin a nuestro amigo de esta noche[261].
Tampoco está mal la letra «V», como descubrimos en «El vampiro de Sussex»:
«Viaje del Gloria Scott». Mal asunto aquel. Creo recordar que escribió usted un relato al respecto, aunque yo no le felicitaría por el resultado. «Víctor Lynch, el falsificador». «Veneno de lagarto: el monstruo de Gila». ¡Aquel sí que fue un caso curioso! «Victoria, la bella del circo». «Venderbilt y el ladrón de cajas fuertes». «Víboras». «Vigor, la maravilla de Hammersmith». ¡Vaya, vaya! ¡Este sí que es un buen índice! No lo encontrará mejor. Escuche esto, Watson: «Vampirismo en Hungría». Y más adelante, «Vampiros en Transilvania[262]».
Cuando no encuentra respuestas en los libros, Holmes recurre a un tipo muy especial de enciclopedias para enterarse de ciertos asuntos: «No volví a ver a Holmes en todo el día, pero puedo imaginar perfectamente lo que hizo, porque Langdale Pike era su enciclopedia humana para todo lo relacionado con escándalos sociales[263]». Del mismo modo que el cotilla Langdale Pike pone a Holmes al corriente de las novedades de la vida social, los célebres «Irregulares de Baker Street», un grupo de chavales dickensianos capitaneados por Wiggins, ponen a Holmes al tanto de cualquier cosa que haya sucedido o suceda en la ciudad: «Si la lancha está a flote, ellos la encontrarán. Pueden meterse en todas partes, verlo todo, escuchar cualquier conversación. Confío en que la encuentren antes de esta noche[264]». Pero si lo que interesa es saber qué se está cociendo en los bajos fondos, en el mundo criminal, lo mejor es recurrir a Shinwell Johnson:
Llegó a ser un colaborador valioso durante los primeros años de este siglo. Lamento decir que Johnson empezó por ganarse fama como maleante muy peligroso y cumplió dos condenas en Parkhurst. Más tarde se arrepintió y se alió con Holmes, actuando de agente suyo en el voluminoso mundo de los bajos fondos de Londres, y sus valiosas informaciones resultaron con frecuencia de vital importancia.
Johnson, que nunca intervenía en casos que pudieran llegar a los tribunales, para así salvaguardar su posición en el mundo del hampa, gracias a sus dos condenas, «tenía acceso libre a todos los clubes nocturnos, tugurios y antros de juego, y su rapidez de observación y despierto cerebro lo convirtieron en un agente ideal para adquirir informes».
Otra fuente de información de Holmes son los cocheros, verdaderamente útiles, no solo por su conocimiento (o Conocimiento, como hemos visto) de las calles de Londres, sino también porque se relacionan con muchas personas a lo largo del día y son una fuente de información a veces indispensable, como explica Holmes a Watson en «Un escándalo en Bohemia» tras describirle a un sospechoso: «Ya ve las ventajas de tener por confidente a un cochero; le han llevado una docena de veces desde el Serpentine y lo saben todo acerca de él». Otro lugar fundamental, como le explica a Watson en una de las aventuras en el mundo rural, son los bares: «Ese es el centro de todos los cotilleos del pueblo. Allí le habrían dado todos los nombres, desde el del propietario hasta el de la última fregona[265]».
Las anteriores son algunas de las fuentes de información de Sherlock Holmes, que le permiten concluir que es posible obtener un conocimiento suficientemente amplio, al menos si se limita el campo de estudio: «No es imposible que un hombre posea todos los conocimientos que pueden resultarle útiles en su trabajo, y esto es lo que yo he procurado hacer en mi caso[266]». A todo lo anterior, se debe añadir los libros y monografías que él mismo escribió, fruto se supone de años de investigación. Algunos de esos trabajos del detective ya han sido mencionados y otros lo serán más adelante, pero vale la pena recordar que uno de estos estudios está dedicado a los motetes polifónicos de Lasso, lo que quizá sirva para disipar la imagen popular de Holmes como un violinista infame. En realidad, Holmes era muy aficionado a la música y un gran violinista, capaz de tocar «los Heder de Mendelssohn y otras obras de mucha categoría[267]», aunque en sus momentos de melancolía rasgaba las cuerdas de manera poco ortodoxa, tal vez, ¿quién sabe?, anticipando algunas de las revoluciones musicales del siglo XX.