Cómo leer mentes ajenas
Tengo entre manos un pequeño problema cuya solución quizá no sea tan sencilla como este modesto experimento de lectura del pensamiento.
Sherlock Holmes
en «La caja de cartón».
El arte de Sherlock Holmes es considerado a menudo por Watson como pura adivinación, como en la célebre ocasión, contada en «La caja de cartón», en la que Holmes imita al detective de Poe, Auguste Dupin, y hace una demostración asombrosa de lectura del pensamiento:
Viendo que Holmes estaba demasiado abstraído para conversar, yo había echado a un lado el insulso periódico y, reclinándome en el sillón, me sumí en profundas meditaciones. De pronto la voz de mi acompañante interrumpió el curso de mis pensamientos:
—Lleva usted razón, Watson. Parece una forma absurda de dirimir una disputa.
—¡De lo más absurda! —exclamé, y de pronto, comprendiendo que Holmes se había hecho eco del pensamiento más íntimo de mi alma, me incorporé del sillón y le miré perplejo.
—¿Cómo es eso, Holmes? —grité—. Supera todo cuanto pudiera haber imaginado[116].
Holmes, que en sus primeras conversaciones con Watson se había burlado de la manera en la que el Dupin de Poe era capaz de leer el pensamiento ajeno, rechaza cualquier comparación con un adivino: «Jamás pretendo adivinar. Es una costumbre reprobable, que destruye las facultades lógicas[117]». El asombro que causa en los demás se debe, asegura Holmes, a la ignorancia de los pasos perfectamente razonables y lógicos que le llevan a sus conclusiones. Ante la incredulidad de Watson, le dice que para llevar a cabo su asombrosa demostración de lectura de pensamiento, le bastó con observar el rostro y los gestos de Watson, «y sobre todo sus ojos». Pero ¿qué pueden revelar los ojos?
Quizá nos lo aclare una observación que el director de cine John Huston hizo a un periodista y que recuerda la habilidad de Holmes:
Mire esa lámpara que está al otro lado de la habitación. Ahora míreme a mí. Mire esa lámpara nuevamente. Ahora míreme otra vez. ¿Ve lo que hizo? Pestañeó. Esos son cortes. Después de la primera mirada, se sabe que no hay ninguna razón para mirar continuamente desde la lámpara hasta mí porque ya sabe lo que hay entre nosotros. Su mente cortó la escena. Primero mira la lámpara. Corte. Me mira[118].
Como bien insinúa Huston, nuestros sentidos no se limitan a percibir el mundo, sino que lo perciben siguiendo las instrucciones que les da nuestra mente, y por ello reflejan qué tipo de cosas deseamos o necesitamos percibir. El simple hecho de que recorramos con los ojos abiertos la distancia que nos lleva de un extremo a otro de la habitación o que, por el contrario, parpadeemos puede indicar que seguimos un mismo curso mental o que hemos cambiado de asunto, como también descubrió el sonidista y montador Walter Murch, que decidió investigar lo que decía Huston y recogió sus conclusiones en un magnífico ensayo titulado En el momento del parpadeo:
Empecé a observar a las personas y a mirar cuando pestañean, y descubrí algo muy diferente a lo que se enseña en la biología de la escuela secundaria, aquello de que el parpadeo es simplemente un medio para humedecer la superficie del ojo. Si esa fuera su única función, entonces, para cada ambiente y cada individuo, habría un intervalo completamente mecánico y predecible entre parpadeos que dependerían de la humedad, de la temperatura, la velocidad del viento, etc. Uno solo pestañearía cuando su ojo comenzara a ponerse demasiado seco, y eso se reflejaría en un número constante de veces por minuto para cada ambiente. Claramente este no es el caso: las personas a veces sostienen sus ojos abiertos durante minutos en algunos casos, y en otros momentos pestañearán repetidamente, con muchas variaciones en medio. La pregunta entonces es: ¿qué es lo que les hace pestañear[119]?
Murch responde de una manera semejante a como lo haría el mejor Sherlock Holmes, ofreciéndonos una tipología del pestañeo:
Estoy seguro de que alguna vez se habrá encontrado con alguien que estaba tan enojado que no pestañeaba en absoluto: esta persona, creo, está aferrada a un solo pensamiento sostenido, que inhibe el impulso y ya no necesita pestañear. Y existe también el tipo opuesto: el que no para de pestañear. Esta persona es asaltada simultáneamente por muchas emociones y pensamientos contradictorios, y desesperadamente (pero en forma inconsciente) usa esos parpadeos para intentar separar estos pensamientos, y recobrar algún tipo de control[120].
A estas observaciones acerca del parpadeo se podrían añadir muchas otras, como que la ausencia de parpadeo a la que alude Murch es un rasgo común en aquellos a los que llamamos vulgarmente «iluminados», quienes se caracterizan por su mirada fija, que mantienen incluso cuando se mueven a nuestro alrededor o cogen cosas con las manos, cosas que no miran, porque siguen con sus ojos clavados en nosotros, concentrados en una idea fija: engañarnos. Murch aplicó sus observaciones acerca del parpadeo a su propia disciplina, la ciencia del montaje:
Para entender una idea, o una sucesión de ideas, pestañeamos, separando y puntuando, una idea de la siguiente. De manera semejante, en una película, un plano nos presenta una idea, o una sucesión de ideas, y el corte es un «parpadeo» que separa y puntúa esas ideas. En el momento en que usted decide cortar, lo que se está diciendo es, en efecto, «voy a terminar con esta idea y ahora vendrá algo nuevo».
Así, por ejemplo, si en la escena de un juicio vemos a un actor afirmar: «Soy inocente», y enseguida pasamos por corte a otro personaje, es fácil transmitir la sensación de que es, en efecto, inocente. Sin embargo, si mantenemos el plano un poco más y dejamos que el actor parpadee, es casi seguro que sospecharemos que está mintiendo. Cortar antes o después del parpadeo hará que los espectadores tengan una opinión distinta acerca de lo que piensa el personaje. Y aquí se encuentra uno de los fundamentos de muchos magos: la lectura en frío.