Psicología de la investigación

Uno de los inconvenientes de poseer una mente activa es que a uno siempre se le ocurren explicaciones alternativas, que pueden hacerle seguir pistas falsas.

«El problema del puente de Thor».

Al hablar de los métodos de Sherlock Holmes y los del connoisseur Morelli dije que existían grandes semejanzas entre las teorías del crítico italiano acerca de cómo los artistas pintan los pequeños detalles de forma casi instintiva y algunas ideas de Freud, como la de los actos fallidos o lapsus linguae, cuando alguien dice, sin quererlo, lo que piensa, lo que desea o lo que teme. Ya vimos entonces que Morelli lo expresaba de manera explícita cuando decía que es frecuente que las personas digan involuntariamente sus frases o palabras favoritas, «a veces incluso de un modo muy inadecuado». Se sabe que Freud admiraba el trabajo de Morelli y lo consideraba muy cercano a sus propias investigaciones: «Creo que su método de investigación se relaciona íntimamente con la técnica del psicoanálisis; está también familiarizado con el adivinar secretos encubiertos o rasgos no detectados en los montones de escombros, como si dijéramos, de nuestras observaciones[108]».

La coincidencia con Holmes y su búsqueda obsesiva de indicios, signos y detalles significativos es también evidente. Como Morelli y Holmes, Freud decidió llevar a la práctica el verso de Virgilio que encabeza su Interpretación de los sueños: «Si no puedo mover los cielos, moveré los infiernos». Freud abandonó los cielos de lo sublime y miró en los lugares escondidos, despreciados, ocultos y sin aparente importancia, como los sueños, los errores, los pequeños deslices y las confusiones al decir una palabra.

El método de Holmes se ha comparado más de una vez con el de Freud no solo porque a partir de indicios y detalles visibles se intenta descifrar lo oculto, sino también porque el detective se comportaba a menudo como un gran psicólogo, capaz de entender y descubrir las motivaciones de clientes y criminales y las consecuencias de sus deseos, inseguridades o comportamientos. También sabía que tras la apariencia de un padre sonriente y encantador podía esconderse un submundo familiar lleno de sombras, algo que Freud creyó descubrir en la vida, y en especial en la infancia de cualquier persona:

Querido Watson, usted mismo, en su práctica médica, está continuamente sacando deducciones sobre las tendencias de los niños, mediante el estudio de los padres. ¿No comprende que el procedimiento inverso es igualmente válido? Con mucha frecuencia he obtenido los primeros indicios fiables sobre el carácter de los padres estudiando a sus hijos. El carácter de este niño es anormalmente cruel, por puro amor a la crueldad, y tanto si lo ha heredado de su sonriente padre, que es lo más probable, como si lo heredó de su madre, no presagia nada bueno para la pobre muchacha que se encuentra en su poder[109].

Pero ¿qué pensaba Freud acerca de Holmes? Uno de los pacientes de Freud nos permite descubrir que el creador del psicoanálisis sentía un gran interés hacia el detective, pues recuerda que en una ocasión hablaron de Conan Doyle y Sherlock Holmes: «No hubiera pensado que Freud se interesara por este tipo de lectura ligera, y me sorprendí al descubrir que no era así en absoluto, y que Freud había leído atentamente a este autor[110]». En opinión de este paciente, que no es otro que el célebre «Hombre Lobo» (o el hombre de los lobos), había una explicación evidente: «El hecho de que testimonios o pruebas circunstanciales sean útiles al psicoanálisis para reconstruir la historia de la niñez puede explicar el interés de Freud por este tipo de literatura[111]». Freud, en efecto, se daba cuenta de la estrecha relación entre sus investigaciones y las de Holmes, como escribió en su Introducción al psicoanálisis: «Suponga que es usted un detective comprometido en la investigación de un asesinato, ¿espera de verdad encontrarse con que el asesino ha dejado su fotografía con nombre y dirección en la escena del crimen? ¿No se verá obligado a contentarse, por fuerza, con las más débiles e inciertas pistas de la persona que busca?»[112].

En uno de sus casos, Freud incluso presumió de haber imitado al célebre detective: «Lo hice aparecer como si el más tenue de los indicios me hubiese permitido, a la manera de Sherlock Holmes, adivinar la situación[113]». Por otra parte, del mismo modo que Freud detecta en ciertos testimonios de sus pacientes un símbolo de algo que está reprimido (los ejemplos más repetidos, pero también más simplistas, son el paraguas, que representa al falo, y una caja, que remite al útero materno), Holmes descubre en los gestos o las actitudes de sus clientes lo que realmente piensan, como asegura él mismo en su artículo «El libro de la vida»:

Guiado de señales tan someras como un gesto, el estremecimiento de un músculo, o la mirada de unos ojos, es posible adentrarse en los más escondidos pensamientos de otro hombre. La simulación y el engaño resultan impracticables delante de un individuo avezado al análisis y a la observación. Lo que este deduzca será tan cierto como las proposiciones de Euclides. Tan sorprendentes son los resultados, que el no iniciado en las rutas por donde se llega de los principios a las conclusiones, habrá por fuerza de creerse en presencia de un auténtico nigromante[114].

No es extraño que esa cercanía entre los métodos de Freud y los de Holmes haya dado pie a varios ensayos, algunos extraordinarios, como el del psicólogo Michael Shepherd, Sherlock Holmes y el caso del doctor Freud, o a una de las más célebres novelas holmesianas apócrifas (las que no escribió Conan Doyle), Elemental, Dr. Freud, de Nicholas Meyer, que también fue llevada al cine. El título original de la novela es Una solución al siete por ciento, aludiendo a la dosis de cocaína que se inyectaba Holmes, afición que también compartía con Freud. En la novela de Meyer, Mycroft Holmes, John Watson e incluso su enemigo Moriarty, preocupados por la salud de Sherlock, logran hacerle viajar a Viena para que Freud le intente desenganchar de su adicción a la cocaína.

La novela de Meyer tiene su origen en un estudio acerca de la adicción de Holmes por la cocaína publicado por el psiquiatra David Musto, en el que examina a Holmes como si se tratase de un personaje histórico, cosa que es norma entre los holmesianos, y sugiere que el detective padecía una enfermedad delirante asociada con el cocainismo crónico a la que llamó «paranoia moriartii». Aunque pueda parecer asombroso, el estudio clínico no se publicó en una revista literaria, sino en The Journal of the American Medical Association y causó una gran controversia, pero no por presentar como real la existencia de un personaje de ficción, sino por el diagnóstico aplicado. Algunos lectores, médicos de profesión, sostuvieron que en realidad Holmes era tan solo un maniaco depresivo o que sufría una «inercia ocupacional». Musto amplió su examen del caso Holmes en «A study in cocaine» (1966), un juego de palabras con la primera aventura publicada de Holmes, donde sugirió que Holmes había estado curándose de su adicción junto al doctor Freud entre 1891 y 1894, los tres años durante los que el público creyó que el detective había muerto en las cataratas de Reichenbach[115]. En la actualidad, Nicholas Meyer prepara una serie de televisión para la BBC protagonizada por Sigmund Freud, en la que el célebre terapeuta demostrará sus habilidades detectivescas.

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