El proceso creativo de Sherlock Holmes

Yo sigo mis propios métodos y cuento tanto o tan poco como me place. Es la ventaja de ir por libre.

Sherlock Holmes en «Estrella de plata».

Otra coincidencia entre Holmes y Kepler es que a los dos les gustaba contar el proceso que les llevaba a sus soluciones, mientras que otros científicos, detectives y artistas prefieren ocultarlo para causar más asombro y se limitan a presentar sin más sus brillantes resultados. Gracias a estas confesiones cándidas, podemos observar que la manera en la que Holmes y Kepler se enfrentan a un problema tiene muchas semejanzas con las fases que los estudiosos han establecido para el proceso creativo.

El estudio de la creatividad, como el de la estadística, es bastante reciente. Hasta casi mediados del siglo XX se pensaba que la creatividad era algo incontrolable, intuitivo, casi mágico, que no se podía estudiar ni mucho menos enseñar. Todavía hoy en día es para muchos eso que David Stove llamaba «palabras— éxito», cuando no sencillamente una palabra mágica, como «intuición», «originalidad» o… «magia». Sin embargo, la historia del estudio de la creatividad ofrece aspectos muy interesantes, que aquí intentaré sintetizar, con la inevitable simplificación que eso conlleva.

En la Grecia clásica se llamaba techné a todas las disciplinas artísticas y se entendía técnica como «hacer algo siguiendo unas reglas». Más que de creación, se hablaba de descubrimiento o de imitación. La única creación o «hacer» (poiesis) era la poesía, aunque solía considerarse que también se necesitaba de la inspiración de las Musas o los dioses, como reflejó burlonamente Platón en su Ión, donde presenta a un poeta inspirado por las musas, Ión, como a un idiota memorioso e incapaz de pensar por sí mismo. La llegada del cristianismo hizo que durante siglos se reservara la «creación» a Dios y se le quitara al ser humano: puesto que Dios creaba de la nada, crear, lo que se dice crear, solo lo hace la divinidad. Durante el Renacimiento, se devolvió a los poetas la facultad de crear y después a los pintores y a los artistas en general. Poco a poco, todos quisieron ser creadores, incluidos los científicos. Sin embargo, en especial tras la influencia de la época romántica y la reinterpretación que hizo el poeta Shelley del Ión de Platón, se llegó a considerar que el fenómeno creativo escapaba a cualquier tipo de estudio metódico y racional. Hubo que esperar casi hasta el siglo XX para que científicos como Poincaré o Von Helmholtz intentaran analizar el proceso creativo, pero no fue hasta 1926 que Graham Wallas publicó El arte de pensar, el primer intento científico de entender la creatividad.

No tengo noticia de que Sherlock Holmes haya sido considerado como uno de sus precursores por los expertos en creatividad, pero no me cabe duda de que deberían situarle en la sala de honor junto a sus padres fundadores, como lo hacen los semiólogos o los expertos en ciencia forense y criminalística. Los expertos distinguen diversas fases en el proceso creativo, que, con diversas variantes, son las siguientes[306]:

1. Preparación o planteamiento del problema.

2. Investigación y documentación.

3. Primeras hipótesis y aplicación de métodos creativos.

4. Incubación o descanso.

5. Iluminación y primeras teorías o soluciones.

6. Comprobación o evaluación.

Estas fases se pueden encontrar tanto en el método de Kepler como en el de Holmes. Como es obvio, la primera fase consiste en definir claramente cuál es el verdadero problema.

La documentación e investigación es por supuesto la búsqueda de datos: esos «datos, datos, datos» que implora Holmes.

Solo cuando se tienen datos se pueden formular las primeras hipótesis verosímiles, lo que no significa, como vimos páginas atrás, que por la mente de Holmes no pasen mil y una posibilidades desde el primer momento, pero el detective intenta no ser víctima de esas primeras impresiones o intuiciones, aunque las deja pasar por su cabeza y las examina intentando que encajen las piezas. Pero también aplica estrategias creativas para obtener más datos, del mismo modo que Kepler probaba todo tipo de fórmulas o figuras, o como hacen las empresas al aplicar la tormenta de ideas o brainstorming, o los laboratorios creativos como el Media Lab del MIT[307] al emplear diversas técnicas de conexión azarosa. Holmes dispone de todo tipo de trucos para descubrir lo oculto, ya sea empleando las herramientas intelectuales que hemos examinado (desde la observación a la abducción) o todo tipo de instrumental y asistentes: lupas, perros, microscopios, archivos criminales o sistemas tan ingeniosos como el que emplea en «El delantero desaparecido» y que es un anticipo de un moderno rastreador remoto:

Un truco venerable y gastadísimo, pero que resulta muy útil de cuando en cuando. Esta mañana me metí en las cocheras del doctor y descargué mi jeringa, llena de esencia de anís, en una rueda trasera de su coche.

En cuanto a la fase de reposo o incubación es una de las más sorprendentes en el esquema de la creatividad, pero todos los expertos están de acuerdo en su importancia: hay que distanciarse, separarse, alejarse y olvidarse del problema. Pensar en otra cosa y cambiar de tema:

Una de las características más notables de Sherlock Holmes era su capacidad para desconectar su cerebro y dedicar todos sus pensamientos a cuestiones más livianas cuando estaba convencido de que no le era posible avanzar más. Recuerdo que durante todo aquel memorable día permaneció absorto en una monografía que había empezado a escribir sobre los motetes polifónicos de Lasso[308].

Tras el descanso suele suceder algo que nos podría hacer pensar que los científicos se han pasado al campo de la magia, pues aseguran que sobreviene una revelación o inspiración. Sin embargo, la revelación o inspiración, lo que se ha llamado también el momento ¡Ajá! O ¡Eureka!, sobreviene precisamente porque ha habido un trabajo previo en las fases anteriores y porque nuestro cerebro nos ofrece ahora los resultados de ese trabajo que ha tenido lugar en segundo término o de manera no consciente. A lo largo de las aventuras, son muchos los momentos en los que Holmes parece activarse como un resorte. Watson, ya familiarizado con la manera de pensar de su amigo, sabe que ha tenido una súbita iluminación, que de pronto ha logrado encajar dos hechos que parecían inconexos, o que ha caído en la cuenta de la clave del misterio: «De pronto, su rostro pálido y emotivo había adoptado aquella expresión tensa y ausente que yo había aprendido a asociar con las manifestaciones supremas de su genio[309]».

La última fase es en muchos aspectos la más importante, porque consiste en examinar las diversas soluciones que se nos han ocurrido, revisarlas, ponerlas a prueba, verificarlas o refutarlas. Por muy poderosa que sea la iluminación o solución que creamos haber alcanzado, ya sea fruto de una rápida intuición o el resultado de un proceso de investigación, hay que ponerla a prueba. El propio Holmes también se equivoca a menudo; según él, muchas más veces de lo que Watson ha dado a entender. Un ejemplo muy interesante se encuentra en el relato «La segunda mancha». Holmes llega a la rápida revelación de que existe una conexión entre el hecho de que haya tres sospechosos del robo de un importante documento y la muerte de uno de ellos, y afirma: «Las posibilidades de que se trate de una coincidencia son tan ínfimas que no existen números para representarlas», y añade que no cabe duda alguna de que los dos sucesos están relacionados «y a nosotros nos toca descubrir la relación». Sin embargo, cuando llegamos a la resolución de esta historia de espionaje en las altas esferas, descubrimos que la muerte de aquel sospechoso no tuvo ninguna relación con el caso y que fue una simple y vulgar coincidencia. Por eso, Holmes insiste siempre en que «hay que comprobarlo todo[310]».

¿Se acuerda todavía el lector de aquel momento de la aventura «La melena de león» en el que Holmes se daba cuenta de que había algo en su desván mental que se relacionaba con el caso que tenía entre manos? Vale la pena analizar con cierto detalle el proceso creativo de Holmes en esa aventura.

No tan elemental
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