Sherlock Holmes, antropometrista

Su pensamiento se centró de nuevo en Beecher y le miró fijamente como si estuviera haciendo un detenido examen de sus rasgos.

Watson en «El paciente residente».

Un año antes de que el bertillonage se hiciese oficial en Francia, en 1887, Arthur Conan Doyle presentó al mundo a su detective, que compartía con Alphonse Bertillon y con el connoisseur Morelli la obsesión por los pequeños detalles y los rasgos habitualmente menospreciados, como la forma de las orejas. Son muchas las ocasiones en las que las orejas juegan un papel determinante en las investigaciones de Sherlock Holmes, a veces porque se trata de orejas con signos muy perceptibles, como sucede en «La liga de los pelirrojos»:

—¿Se ha fijado usted en si tiene las orejas perforadas, como para llevar pendientes?

—Sí, señor. Me dijo que se las había agujereado una gitana cuando era muchacho.

Algo parecido sucede en «La corbeta Gloria Scott», donde la forma de las orejas revela a Holmes la antigua profesión del padre de su amigo Víctor Trevor:

—En su juventud, usted practicó muchísimo el boxeo.

—¡Ha acertado otra vez! ¿Y cómo lo ha sabido? ¿Acaso tengo la nariz algo desviada?

—No. Se trata de sus orejas. Presentan el aplastamiento y la hinchazón peculiares que delatan al boxeador.

En «La desaparición de Lady Francés Carfax», Watson recibe una petición de Holmes relacionada con la oreja izquierda de un sospechoso, el doctor Shlessinger: «El sentido del humor de Holmes es extraño y a veces ofensivo, así que no hice caso de su inoportuna broma». Tiempo después, Holmes reprocha a su amigo su inacción: «Quizá recuerde mi pregunta aparentemente trivial acerca de la oreja izquierda del clerical caballero. No respondió a ella». Watson se excusa torpemente y Holmes le explica por qué ese dato era importante: «El reverendo Shlessinger, misionero de Sudamérica, no es otro que Peter El Santo, uno de los malhechores menos escrupulosos que ha producido Australia… la naturaleza de sus tácticas me sugirió su identidad, y esta peculiaridad física, fue mordido en la oreja en una pelea, en una taberna de Adelaida, en el 89, confirmó mis sospechas».

Ahora bien, los ejemplos citados son de orejas a las que les ha pasado algo (han sido golpeadas, agujereadas o mordidas) pero no tienen que ver con la forma que hace distinta a una oreja de cualquier otra. Al tratar el método de Giovanni Morelli, vimos que en «La caja de cartón» Holmes examina las orejas teniendo en cuenta su forma y deduciendo que una de ellas pertenece a una persona emparentada con la mujer que recibió el macabro paquete. Aplica, en consecuencia, uno de los aspectos más importantes dentro de las medidas que constituyen la ficha antropométrica: como ya sabemos, Bertillon estaba convencido de la absoluta importancia de las orejas.

Por su parte, el propio Holmes presume de haber escrito una monografía íntegramente dedicada a las orejas: Sobre las variedades de orejas humanas. A pesar de los celos que parece mostrar hacia su colega francés en El sabueso de los Baskerville, Holmes aprueba sus métodos, aunque nunca los llega a emplear de manera estricta, es decir, aplicando las once medidas.

El «Retrato hablado» (o «Retrato que habla») de Bertillon. Se puede observar la especial atención prestada a la oreja.

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