Más información a veces significa menos información

—La principal dificultad en su caso estaba en el hecho de que había demasiados datos. Lo que era vital estaba cubierto y oculto por lo irrelevante.

Holmes en «El tratado naval».

En el ejemplo de Linda se puede apreciar que más información a veces significa menos información: nos preguntan si Linda es cajera y consideramos que hay pocas posibilidades; nos sugieren que es cajera y activista y entonces las posibilidades aumentan, a pesar del absurdo lógico y estadístico que eso implica. Lo mismo sucede en muchas situaciones de la vida cotidiana. Cuando vemos a un desconocido, nuestro cerebro se pone en marcha buscando información, algo que nos permita entender quién es y cómo es; si ese desconocido nos dice su nombre, entonces parece que nuestra información aumenta. Sin embargo, casi siempre sucede lo contrario y nuestro conocimiento acerca del desconocido disminuye. ¿Por qué? Porque, al escuchar ese nombre, nuestro cerebro comienza a buscar a personas que conocemos con ese mismo nombre y, de manera inevitable, enseguida establecemos ciertas conexiones. Si además nos dicen la edad de esa persona, nuestra fabulosa máquina de prejuicios vuelve a activarse y situamos a esa persona en la tabla comparativa de la opinión que tenemos acerca de las personas de esa edad. Quizá hace un momento pensábamos que esa persona tenía diez años más o diez años menos, lo que nos daba una impresión vaga e indeterminada. Ahora, al descubrir su edad, empezamos a considerar que sus gustos serán semejantes a personas de esa edad, pero no a todas las personas de esa edad que existen, claro, ni siquiera a las personas de esa edad que conocemos, sino tan solo a las personas de esa edad que conocemos y que acuden a nuestra mente en ese momento. Si, además, nos dicen su profesión, parece que nuestra información sigue aumentando, pero en realidad sigue disminuyendo. Es lo que Kahneman llama sesgo de disponibilidad: juzgamos los acontecimientos en relación con aquellos otros que nos acuden más fácilmente a la mente: si el mes pasado tuvo lugar un espectacular accidente de avión, nuestra opinión acerca de la seguridad de viajar en avión será muy negativa, a pesar de lo que nos digan las estadísticas[341]. Y a todo ello hay que añadir que nuestras simpatías o antipatías instintivas e intuitivas buscarán rápidamente en nuestra memoria algo con lo que justificarlas. Recuerdo dos anécdotas muy significativas que me revelaron el poder de los sesgos de disponibilidad y de confirmación de prejuicios. La primera sucedió en unas clases de claqué. Tras asistir algunos días yo solo, se sumó a las clases mi novia; la profesora pareció un poco decepcionada por su incorporación y enseguida le preguntó su signo zodiacal; al saber que era piséis, dijo que los piséis eran muy complicados porque la novia de su hermano era piséis, y resultaba que se llevaba muy mal con la novia de su hermano. Era bastante obvio que la profesora también quería llevarse mal con mi novia ya desde que la vio, por lo que no le resultó nada difícil lograrlo tras obtener esa jugosa información que venía a confirmar su primera impresión: era piséis. Tal vez, si hubiese conocido a alguien que le interesara, su memoria habría sido capaz de encontrar un piséis con el que se llevaba bien. La otra anécdota tuvo lugar en un viaje con dos amigos a Lisboa durante un fin de año. Estábamos en un bar del Barrio Alto y conocimos a tres hermanas, con las que empezamos a hablar en una mezcla de inglés, español y portugués. Enseguida, como suele suceder en estas situaciones, nos preguntaron a qué nos dedicábamos: yo dije que era escritor y guionista de televisión y las tres se mostraron muy interesadas; mi amigo Marcos dijo que era diseñador y de nuevo las tres mostraron cierto interés; mi amigo Luis dijo entonces que era… informático. La respuesta de las tres muchachas fue una muy elocuente indiferencia (no había llegado todavía el tiempo de la actual atracción hacia los geeks).

Las preguntas acerca de la nacionalidad, ciudad, profesión, edad, propias de una ficha policial, puede parecer que dan más información, pero casi siempre lo que hacen es poner en marcha nuestra máquina de hipótesis («el hombre es débil», como nos dice Holmes), que después querremos ver confirmadas. Me permito recomendar al lector que intente no hacer ese tipo de preguntas, o que al menos no las haga todas de manera inmediata y refleja, y que primero conceda a su cerebro una oportunidad de entender a las otras personas más allá de ese tipo de datos, que ofrecen mucha menos información de lo que parece. En cuanto a los signos del zodiaco o los números del eneagrama, si el lector quiere disfrutar de la complejidad del mundo, olvídese de ellos y dele una oportunidad a la persona que tiene delante, no a arquetipos ni estereotipos.

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