Juegos de realidad alternativa

Yo juego por puro amor al juego.

Sherlock a su hermano Mycroft.

En su libro El club de los negocios raros, Gilbert K. Chesterton presenta una empresa llamada Agencia de Aventuras Ltd. Que se dedica a planear aventuras para que sus clientes disfruten en la vida real de las emociones propias de personajes de ficción. El cuento, que fue adaptado al cine por David Fincher en The Game, se puede considerar el precursor de lo que hoy se conoce como Juegos de Realidad Alternativa (ARG, Alternative Reality Games), en los que se mezclan ficción y realidad para proporcionar emociones casi reales a los participantes. Eso sí, el juego resulta mucho más divertido cuando se ignora que se trata de un juego, por lo que la Agencia de Aventuras recomienda que se contrate una de sus aventuras como regalo para alguien que no está en el secreto:

Cuando el hombre en cuestión sale de casa, se le acerca un individuo excitadísimo que le asegura que existe un complot contra su vida, o bien el hombre coge un coche y se ve conducido a un fumadero de opio, o recibe un telegrama misterioso o una visita dramática, e inmediatamente se encuentra envuelto en una vorágine de acontecimientos[188].

Es decir, al cliente le suceden el mismo tipo de cosas que le pasan una y otra vez a Holmes. La diferencia es que los clientes de la Agencia de Aventuras tienen que pagar para disfrutar del juego, mientras que nuestro detective recibe dinero a cambio de su participación.

Si Holmes comparte con los científicos su pasión por el descubrimiento hasta tal punto que en ocasiones parece demasiado insensible a quienes lo conocen, eso sucede porque para él la investigación del mundo criminal es en primer lugar un juego, un gran juego que le rescata de la melancolía y el fatalismo. Lo interesante de este juego es que las reglas son cambiantes, porque cada jugador puede establecer nuevas normas, aunque sí existen métodos y herramientas para enfrentarse a los nuevos enigmas. Cuando los grandes jugadores como Moriarty se retiran, Holmes los echa de menos, porque aunque es un lector, un intérprete, un fabricante de signos y un científico, es antes que nada un jugador, casi podríamos decir que un jugador compulsivo, un adicto, que en cuanto se queda sin su ración de emociones cae en estados depresivos. Ya hemos visto que la admiración de Holmes hacia su archienemigo no tiene límites; no solo lo considera el Napoleón del crimen, sino también «el mayor intrigante de todos los tiempos», «un cerebro capaz de forjar o destruir el destino de naciones enteras», «un genio, un filósofo, un pensador abstracto». La conclusión es que «por fin había dado con un antagonista que era intelectualmente igual a mí». Y confiesa finalmente: «Mi horror por sus crímenes se perdió en medio de mi admiración por su habilidad». Finalmente, describe su lucha con Moriarty como una caza y una competición: «Si se escribiera un informe detallado de esta silenciosa competición, ocuparía su lugar como el fragmento escrito sobre la caza y captura más brillante de la historia detective sea».

A pesar de que en sus primeros encuentros con Watson, Holmes define su profesión de detective asesor como algo parecido a sentarse en una silla a esperar la visita de los detectives y policías de Scotland Yard y resolver los casos a partir de la información que le proporcionan, cualquier lector de sus aventuras sabe que esa imagen está muy lejos de la verdad. Holmes es un hombre de acción, que no solo necesita, sino que, al contrario que su hermano Mycroft, disfruta con la actividad física, con el peligro, con la búsqueda sobre el terreno, lo que hace que Watson lo compare con una fiera excitada ante el peligro, como vimos al examinar sus bruscos cambios de personalidad: «Salió a la pradera, volvió a entrar por la ventana, recorrió la sala y volvió a subir a la alcoba, exactamente igual que un perro de caza husmeando en la maleza[189]». Además, se sabe que era un boxeador temible, como se muestra en las recientes películas de Sherlock Holmes protagonizadas por Robert Downey y Jude Law: «Como sabe, poseo ciertos conocimientos del noble y antiguo deporte británico del boxeo[190]». También dominaba el arte marcial del baritsu, que es lo que le permitió sobrevivir al caer por las cataratas de Reichenbach:

«Poseo ciertos conocimientos de baritsu, el sistema japonés de lucha, que más de una vez me han resultado muy útiles».

En realidad, el baritsu o bartitsu es un arte marcial para caballeros británicos, inventado por Edward William Barton-Wright, que mezclaba técnicas y armas occidentales cotidianas, como el paraguas, con artes marciales japonesas como el jiu-jitsu y el judo.

En definitiva, cuando el juego se desenvuelve en el mundo real no basta con las capacidades puramente intelectuales.

Caballeros practicando bartitsu (el baritsu de Holmes).

No tan elemental
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