El poder de las historias
Cada uno puede elaborar su propia hipótesis, basándose en las pruebas existentes, y la suya tiene tantas posibilidades de acertar como la mía.
Holmes en «La casa vacía».
Pensemos en la vida de una persona de celebridad mediana como Linda Stanley Adams. No sé si el lector conoce algo de la vida de esta mujer, porque no es muy conocida fuera de Estados Unidos, pero, de no ser así, le contaré algunos detalles:
Linda tiene treinta y un años, es soltera, franca y muy brillante. Se especializó en filosofía. De estudiante le preocupaban mucho los asuntos de discriminación y justicia social, y también participó en manifestaciones antinucleares.
¿Qué sucedió después en la vida de Linda? Voy a proponer al lector varias posibilidades, que deberá ordenar del 1 al 8, siendo el 1 la mayor probabilidad y el 8 la menor.
Linda es profesora de primaria.
Linda trabaja en una librería y recibe clases de yoga.
Linda es cajera de un banco.
Linda es corredora de seguros.
Linda es activista del movimiento ecologista.
Linda es miembro de la Plataforma Antidesahucios.
Linda es cajera de un banco y activista del movimiento ecologista.
Linda presta asistencia social en psiquiatría.
A estas alturas del libro, sospecho que muchos lectores ya desconfiarán de mis preguntas. Buena señal. Eso significa que su pensamiento empieza a parecerse al de Holmes y que ya no se conforman con la primera respuesta intuitiva. Es posible que en vez de dejarse llevar por la intuición hayan decidido responder lo contrario de lo que parece. Eso, sin embargo, puede ser igual de peligroso que dejarse llevar por la intuición, porque vuelve a ser la simple respuesta a un impulso. En cualquier caso, el lector puede ahora revisar su respuesta y comprobar si ha considerado más probable que Linda sea ahora «cajera y activista» o que Linda sea «cajera». Casi todo el mundo contesta (el 85% según Kahneman y Tversky) que es más probable que sea «cajera y activista», en especial si no están entrenados en la desconfianza del pensamiento Holmes (compruébelo con sus amigos[338]).
Ahora bien, ¿se ha dado cuenta el lector de que si Linda es «cajera y activista» entonces es también siempre «cajera»? Es decir, las posibilidades de que Linda sea cajera incluyen todos los posibles casos en los que Linda es «cajera y activista», mientras que no sucede lo contrario. Linda, en efecto, no puede dejar de ser cajera si es «cajera y activista», mientras que sí puede ser simplemente cajera (pero no activista).
El juego de Linda fue inventado por Kahneman y Tversky para probar de qué manera somos influidos por las historias, por nuestro sentido de la coherencia narrativa: nos parece más razonable que Linda sea cajera y activista, a pesar del hecho de que el que sea activista no añade más probabilidades, sino que las resta. Es la llamada «falacia de la conjunción»: nos parece más probable que dos eventos ocurran juntos que cada uno de ellos por separado.
Este curioso experimento debería ponernos en guardia contra las historias, los cuentos y las narraciones. Se sabe, por ejemplo, que para convencer a alguien de una mentira se deben dar muchos detalles, incluso detalles sin aparente importancia, casi absurdos. En la moderna publicidad se emplean las historias protagonizadas por un héroe, lo que se ha llamado marketing storytelling, porque resultan más intuitivamente convincentes para los potenciales compradores que cualquier otro tipo de persuasión. También se emplea en política, contratando a guionistas profesionales para que conviertan a un político soso y distante en un personaje cálido, divertido y humano, mostrando sus torpezas y anécdotas concretas protagonizadas por su familia o amigos[339]. Los publicitarios y los asesores políticos saben que una buena anécdota puede conseguir muchos más votos que decenas de estupendas estadísticas. Es algo que también conocen quienes trabajan de manera desinteresada en campañas en favor de personas discriminadas o que viven en la pobreza: una campaña con la imagen de un niño con nombre y apellidos que necesita ayuda logra mejores resultados que la que solo ofrece datos, por muy elocuentes que sean. Las cualidades personales, las emociones y la búsqueda del sentido narrativo nos influyen de manera muy poderosa, pero no solo por la empatía que podemos sentir hacia alguien, sino también por nuestra necesidad de crear una narración coherente que dé sentido a datos dispersos.
Los detectives de Scotland Yard que visitan la escena del crimen con Sherlock Holmes, enseguida empiezan a crear historias, a buscar coherencias y similitudes con algo que ya conocen, y eso les impide observar aquello que tienen delante. Esa es la razón por la que Holmes insiste una y otra vez en que no le gusta establecer teorías antes de tener hechos. No porque esté en contra del uso de la imaginación o de la intuición, sino porque conoce sus peligros y sabe lo fácil que nos resulta dejarnos llevar por una historia sugerente. Aunque su entrenada intuición le ofrece muchas hipótesis, no las da por válidas hasta haberlas sometido a prueba:
Uno se forma teorías provisionales, y espera a que el tiempo o nuevos conocimientos las desbaraten. Una mala costumbre, señor Ferguson, pero el hombre es débil[340].