Cuerpo y alma

Además de la habilidad artesanal, la Psicoterapia también requiere la cura de almas. Esto se aplica sobre todo a la Psicosomática, es decir a aquel tipo de Psicoterapia que, en colaboración con la Medicina pretende aliviar y curar también las enfermedades físicas a través del alma.

De hecho, podemos comprobar que ciertos sucesos, por ejemplo una separación de la madre en temprana edad, no sólo repercuten en el alma, sino también en el cuerpo. Así, pues, se puede intentar sacar a la superficie aquello que en aquel entonces hizo daño al alma y posteriormente también afectó al cuerpo. La persona lo mira una vez más, se reconcilia, asintiendo a ello tal como fue, y desde la concordancia con este destino, encuentra también el alivio y la sanación para el cuerpo.

A este respecto, un ejemplo:

Durante un curso en Londres, una mujer en silla de ruedas contó que a la edad de dos años había contraído una poliomielitis que pudo superar sin secuelas graves. Desde hacía unos cuantos años, sin embargo, se sentía discapacitada, por lo que ahora se encontraba en silla de ruedas.

Le pregunté:

—¿En aquel entonces tu salvación fue agradecida?

Como en tantos otros casos, no había sido así.

Cuando alguien se salva de una situación o de una enfermedad mortales, frecuentemente dice que él ha superado o —aún más chocante— que ha vencido a la enfermedad. Entonces el yo se siente como un héroe, manteniendo el control. Pero en consecuencia, aquello que actúa, es decir, el alma, se vuelve a retirar, abandonando al yo a su propia suerte, frecuentemente con la consecuencia de que algo más grande desengaña a nuestro yo de una forma dolorosa.

A esa mujer le propuse que cerrara los ojos y que interiormente dijera: «Si mi discapacidad es el precio de mi supervivencia, lo pago a gusto.»

Ella se resistió y le conté la historia de un hombre joven que a raíz de una poliomielitis estaba tan disminuido que únicamente podía mover levemente la cabeza y una mano. Cuando le pregunté qué historia tocaba más profundamente su alma, me contó una historia zen:

Un montañista se cae, queda colgando de su cuerda sobre un precipicio y arriba, los ratones empiezan a roer la cuerda. De repente ve al alcance de su mano dos fresas silvestres entre las rocas. Las coge, se las lleva a la boca y dice: «¡Qué dulces!»

A continuación le pregunté a la mujer:

—Si en un lado te imaginas que tu vida hubiera transcurrido con salud, y en el otro te imaginas tu vida tal como ha sido de verdad, ¿cuál de las dos es más valiosa?

Ella se resistió largamente alegando subterfugios. Finalmente rompió a llorar y dijo:

—Esta es la más valiosa.

Ésta fue una realización religiosa, abandonando el yo y su control para dirigirse a la entrega y a la concordancia. Pero justamente de esta realización nace una fuerza aliviadora y sanadora.

A veces, el alma también desea estar enferma y morir en concordancia con algo más grande, es decir, por una actitud religiosa que ha renunciado a actuar. Ya que a veces el alma necesita una enfermedad para su purificación o quiere morir porque siente que su tiempo ha pasado.

Hace poco, una mujer enferma de cáncer me contó un sueño extraño. Se estaba mirando al espejo y se vio sin cabeza.

Le dije:

—Éste es un sueño de muerte.

Ella me contestó:

—Pero no sentía ningún miedo.

Le dije:

—Exacto. En lo hondo, el alma no tiene miedo ante la muerte.

En el alma existe un movimiento que anhela volver al fondo último. Cuando ha llegado el momento justo, el alma se inclina hacia este fondo último y se halla en paz. En este movimiento hay una belleza y una profundidad increíbles; es el movimiento más profundo de todos. Algunos, sin embargo, realizan este movimiento antes de tiempo, interfiriendo en el movimiento natural. De esta manera perjudican al alma. A esas personas hay que ayudarles para que se detengan. Ya que el que antes de tiempo emprende este camino peca contra este movimiento. En cambio, quien silenciosamente se abandona a este movimiento natural, a veces se da cuenta de que por sí solo se detiene.

También a este respecto, un ejemplo: En un programa de televisión sobre curaciones espontáneas se presentó un paciente que había sido operado de cáncer. Cuando los médicos vieron que ya no había nada que hacer, le dieron de alta de la clínica como caso incurable. Como el hombre era consciente de que su vida se estaba acabando, en casa se sentó junto con su mujer para hacer su testamento. En cuanto lo hubo terminado, sintió que todo su cuerpo se estremeció, y a partir de ese momento las células cancerosas empezaron a morirse. Como los médicos confirmaron, el hombre se sanó por completo.

¿Qué había ocurrido? El hombre llegó a la sintonía con la muerte, con el destino y con el final, con el fondo último, por así decirlo, del que surge y al que vuelve a caer la vida, y de esta sintonía, el movimiento se invirtió conduciéndolo nuevamente hacia la vida.

Religión, psicoterapia, cura de almas
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