«Aunque tú te vayas, yo me quedo»
¿Cuál sería, pues, la solución que realmente ayuda y sana cuando esta dinámica aparece en la conversación con el enfermo?
Toda buena descripción de un problema siempre contiene ya su solución, y ésta obra ya a través de la misma descripción. La solución comienza en el momento en el que se descubre la frase nociva y el paciente la pronuncia y la afirma ante la persona amada, con toda la fuerza del amor que le impulsa: «¡Prefiero desaparecer yo antes que tú!» En este punto es importante que la frase se repita hasta que la persona amada aparezca realmente como persona y, a pesar de todo el amor, se perciba y se reconozca como separada del propio yo. De lo contrario, se mantienen la simbiosis y la identificación, malográndose la distinción y la separación fundamentales para una solución.
En cuanto se logra pronunciar esta frase con amor, se trazan unos límites claros, tanto alrededor de la persona amada como alrededor del propio yo, separando así el propio destino del de la otra persona. Además, la frase obliga a la persona a ver no sólo su propio amor, sino también el amor de la persona amada. Y la obliga a darse cuenta de que aquello que pretende hacer en lugar de la persona amada, más bien supone una carga para ésta en vez de una ayuda.
Entonces también es el momento de decirle aún otra frase más a la persona amada: «Querido padre, querida madre, querido hermano, querida hermana —quienquiera que sea—, aunque tú te vayas, yo me quedo.»
A veces, sobre todo si la frase se dirige al padre o a la madre, el paciente aún añade: «Querido padre, querida madre, bendíceme, aunque tú te vayas y yo aún me quede.»
Contaré un ejemplo:
El padre de una mujer tenía dos hermanos disminuidos, el uno sordo, el otro psicótico. Él mismo sentía la necesidad de unirse a sus hermanos para compartir su suerte y mostrar su lealtad con ellos, ya que no podía soportar su propia felicidad al lado de la desdicha de ellos. Su hija, sin embargo, notó el peligro y saltó a la brecha: en lugar de su padre, se puso ella al lado de los hermanos, y en su corazón le decía al padre: «Querido Papá, prefiero irme yo con tus hermanos antes que tú.» Y: «Querido Papá, prefiero compartir yo su desgracia antes que tú.» — La hija desarrolló una anorexia.
¿Pero cuál sería la solución para ella? Tendría que pedirles a los hermanos del padre, aunque sólo fuera en su interior: «Por favor, bendecid a mi padre si se queda con nosotros, y bendecidme a mí si me quedo con mi padre.»