El amor consciente
Sacar a la luz el amor del hijo es, frecuentemente, todo lo que puede y debe hacer un terapeuta que conoce la envergadura de ese amor. Cualquiera que sea la carga que haya tomado sobre sí por este amor, el hijo tiene la seguridad de estar siguiendo fielmente a su conciencia, sintiéndose noble y bueno.
Ahora bien, en cuanto, con la ayuda de una persona entendida, haya podido salir a la luz el amor del hijo, quizás se haga patente también que la meta de ese amor permanece inalcanzable. Ya que ese amor alberga la esperanza de poder sanar a la persona amada a través de sus sacrificios, de poder protegerla de la desgracia, de poder expiar su culpa; y aunque haya muerto la persona amada, llega al extremo de pensar que incluso podría recuperarla de entre los muertos.
Por tanto, si junto con el amor infantil también se hacen patentes sus fines infantiles, el hijo, ahora adulto, quizás se dé cuenta de que con su amor y con sus sacrificios no puede superar ni la enfermedad ni el destino ni la muerte de otros, sino que debe encararlos con impotencia y con valentía, asintiendo a ellos tales como son.
Así, pues, las metas del amor infantil y los medios para alcanzarlas son «des-engañados» en cuanto salen a la luz, ya que forman parte de un concepto mágico del mundo que resulta insostenible ante el conocimiento del adulto. El amor, sin embargo, perdura. Una vez descubierto, el mismo amor que en otros momentos llevaba a la enfermedad, ahora se une al conocimiento para buscar otra solución, solución consciente, neutralizando así las influencias enfermizas donde aún sea posible. En este sentido, el médico y otros terapeutas quizás puedan señalar determinados pasos —pero sólo si el amor del hijo, porque ellos lo vieron, permanece a la luz, y sólo si este amor, por su reconocimiento, puede dirigirse a algo nuevo y más grande.