El bien supremo
UNA PARTICIPANTE Si para el alma el bien supremo no es necesariamente la vida ni la salud, ¿sería entonces el amor?
HELLINGER Para el niño es el amor, en el sentido de: «quiero ser uno de vosotros, me cueste lo que me cueste, aunque el precio fuera mi vida.» Así es el niño; éste es el amor del niño. Este amor es ciego, porque al mismo tiempo el niño tiene la idea de que podría salvar a sus padres si él mismo padece. Por eso, el hijo no siente ningún miedo ante la muerte, ni tampoco ningún miedo ante el sufrimiento ni ante la culpa si los toma sobre sí por el bien de los padres. La fuerza del amor en los niños es increíble. Es este amor el que enferma, porque es ciego.
En este contexto, la tarea de la terapia sería revelar el amor del hijo, mostrar cuánto y cómo ama. Una vez sale a la luz este amor, el hijo ya no puede amar de esta forma ciega, porque ve que la madre, por ejemplo, por la que pretende sufrir, no lo quiere así, porque también ella ama a su hijo. Así, el hijo tiene que abandonar las ideas que antes relacionaba con su amor.
Esto lleva a una purificación del alma y, al mismo tiempo, a un desprendimiento. Así, el hijo vive la salud y la vida como una renuncia al poder, una renuncia a experimentarse como inocente y grande. Por eso, el paso del amor ciego al amor que ve y sabe es como una realización espiritual que le exige algo al hijo. De esta forma, la felicidad le exige mucho más que salir, y llorar a moco tendido, y sufrir.
PARTICIPANTE ¿Qué es el bien supremo para el adulto?
HELLINGER Nada es el bien supremo. Ya no se distingue. En la concordancia no hay nada supremo. La concordancia misma es algo sublime, algo grande, pero no hay nada supremo. Es igual. ¿Te das cuenta de qué se mueve en el alma cuando asumes que todo es igual?
PARTICIPANTE Una gran amplitud.