Filosofía y Psicología
Sin duda es uno de los méritos de la Filosofía y de la Psicología habernos abierto el camino a la contemplación sin prejuicios de la realidad y de sus límites, y de esta manera, haber contribuido también al reconocimiento de la religión en su forma natural. En Psicología habrá que señalar a Freud, que comprendió que muchas ideas religiosas no eran más que proyecciones. O también a C.G. Jung, quien reconoció las imágenes de Dios como ideales del yo, o como arquetipos transmitidos.
El análisis más radical de la religión judeo-cristiana y de sus fundamentos y consecuencias lo encontré en Wolfgang Giegerich, en sus libros de Die Atombombe als seelische Wirklichkeit (La bomba atómica como realidad del alma) y Drachenkampf oder Initiation ins Nuklearzeitalter (La lucha con el dragón o iniciación a la era nuclear). Se trata de un ensayo profundo sobre el espíritu del Occidente cristiano. Así, por ejemplo, Giegerich demuestra que tanto las Ciencias Naturales como la Técnica modernas no son más que una continuación de las intenciones fundamentales del Cristianismo, en el sentido de la religión del yo, y que, lejos de ponerla en cuestión, la aplican y la concluyen hasta la última consecuencia.
Yo mismo he comparado las experiencias de las relaciones familiares con las ideas y los comportamientos religiosos, y he podido ver cómo las relaciones con el misterio religioso se orientan en las imágenes y experiencias familiares. Este Dios es provisto de características, intenciones y sentimientos comparables a las experiencias con reyes y soberanos. Así, pues, este Dios está arriba, y nosotros, abajo. Así, pues, suponemos que él guarda celosamente su honor, que se le puede ofender, que juzga, premia y castiga, siempre en función de cómo actuemos con él. Al igual que un soberano ideal, también tiene que ser justo y benéfico, y tiene que protegernos de los contratiempos y de nuestros enemigos. Así, también le llamamos «nuestro» Dios con toda naturalidad. Al igual que un rey, también él tiene una corte —los ángeles y los santos—, y muchos esperan en algún momento poder formar parte de este séquito como elegidos suyos.
Otros patrones que de nuestra experiencia transferimos a lo otro oculto son: la relación de un niño con sus padres, y su relación con la familia y la red familiar. Así, nos imaginamos lo otro oculto como un padre o una madre, adhiriéndonos a la Comunidad de los Santos como a una familia o una red familiar. Asimismo también se puede observar que a muchos buscadores de Dios les falta el padre, y que su búsqueda de Dios se acaba cuando encuentran al padre de verdad; o que a muchos ascetas les falta la madre, por ejemplo, en el caso del Buda.
O se transfiere a lo otro oculto el patrón de dar y tomar como en una relación de negocios, por ejemplo, en los votos. O se transfiere a lo otro oculto el patrón de la relación entre hombre y mujer, por ejemplo, en la idea de las «nupcias sagradas» y de la unión amorosa con Dios. O, y quizás sea ésta la forma más extraña, nos comportamos con lo otro oculto como unos padres con su hijo travieso, estableciendo lo que tiene que hacer y cómo tiene que comportarse para poder ser nuestro Dios, afirmando por ejemplo: «Dios no debería permitir esto.»
Estas observaciones llevan a una desmitificación de las religiones, especialmente de las religiones reveladas. Muestran que los conceptos religiosos más comunes más bien dicen algo de nosotros mismos que de Dios o de lo divino. Estas observaciones nos obligan a purificar tales ideas y también nuestra actitud ante lo religioso. Sin embargo, también significa que se nos remite de nuevo a la experiencia religiosa original y a los límites que ésta nos traza.
A este respecto contaré una pequeña historia. Se titula: