Religión como huida
En las religiones tradicionales, en cambio, se encuentran muchos elementos que no son más que intentos de esquivar esta realidad y de buscar la redención de ella; un intento de cambiar la realidad experimentable de acuerdo con los propios deseos e imágenes; de reinterpretarla en vez de encararla; de descubrir su misterio en vez de respetarlo. Pero sobre todo es el intento de oponerse a la corriente de la efimeridad, y el intento del yo de apoderarse de una realidad inabarcable para servirse de ella.
Detrás de estas ideas se hallan esperanzas y miedos arcaicos, de tiempos en los que el hombre en todos los aspectos se experimentaba como dependiente. En consecuencia intentaba conjurar lo inquietante y lo peligroso con la ayuda de medios y ritos mágicos. De estas profundidades arcaicas del alma nace la necesidad de sacrificio, de apaciguamiento, de expiación, de influencia. Con el tiempo y con la costumbre, estas necesidades se cristalizan en convicciones, sin que a su alrededor se encuentren indicios de que estas convicciones realmente correspondan a la realidad. Seguramente, estas imágenes arcaicas son en gran parte transferencias de experiencias humanas a lo oculto. Ya que esa actitud religiosa transfiere las experiencias de compensación, de apaciguamiento, de expiación y de influencia de las relaciones humanas a lo otro oculto, que intuimos pero no conocemos.
Ante este trasfondo resalta tanto más el esfuerzo que la religión natural le exige al individuo, cuanta más purificación y renuncia a toda influencia y poder.