«Mejor que sea yo que tú»
Durante una hipnoterapia, una joven paciente de esclerosis múltiple se vio a sí misma de niña, arrodillada delante de la cama de su madre paralítica, formulando interiormente este propósito: «Querida Mamá, mejor que sea yo que tú.»
Para los demás participantes del grupo fue una experiencia profundamente conmovedora ver cuánto una hija ama a sus padres, y la mujer joven se sentía en paz consigo misma y con su suerte. Una participante, sin embargo, no pudo soportar ese amor dispuesto a tomar sobre sí enfermedades, dolores e incluso la muerte por el bien de la madre. Le dijo al terapeuta:
—¡Deseo de todo corazón que puedas ayudarle!
El terapeuta se quedó perplejo; para él fue como si lo hubiera deshecho todo.
Ya que ¿cómo es posible que alguien trate el amor de la hija como si fuera algo malo? ¿Acaso no heriría el alma de la hija, agravando su sufrimiento en vez de aliviarlo? ¿Acaso la hija no guardaría aún más celosamente su amor a la madre, aferrándose aún más apasionadamente a su esperanza y a su propósito, surgidos en aquel momento, de salvar a la madre amada a través de su propio sufrimiento?
Aún quisiera presentar otro ejemplo más.
En un grupo, una mujer joven, que también padecía de esclerosis múltiple, configuró su familia de origen y la trama relacional que reinaba en su seno. Así, pues, había la madre y, a su izquierda, el padre. En frente de ellos se encontraba la paciente, como hija mayor; a su izquierda, el hermano siguiente, que murió de un paro cardíaco a los catorce años, y a la izquierda de éste, el hermano más joven.
Partiendo de esta Constelación, el terapeuta le pidió al representante del hermano muerto que saliera por la puerta, lo cual, en una Constelación Familiar, significa morir. En el momento en el que salió por la puerta, la cara de la hija se iluminó de golpe, y también la madre se sintió mucho mejor. Después, el terapeuta envió fuera al hermano menor, y después, al padre, porque había notado que también ellos tendían a salir del sistema. En cuanto habían salido todos los hombres —lo cual significa que todos estaban muertos—, la madre se enderezó con un gesto triunfante, quedando claro que era ella la que se sabía presa de la muerte —cualquiera que fuera el motivo—, y también, cuán aliviada se sentía al ver que otros estaban dispuestos a tomar sobre sí la muerte en lugar de ella.
A continuación, el terapeuta volvió a llamar a los hombres, y en su lugar, envió fuera a la madre. De repente, todos se sintieron librados de la obligación de participar en el destino de la madre, y se encontraban bien.
El terapeuta, sin embargo, sospechaba que también la esclerosis múltiple de la hija estuviera relacionada con el hecho de que la madre se sintiera obligada a morir. Por tanto, hizo entrar nuevamente a la madre, la puso al lado del padre, y llevó a la hija al lado de ella. A continuación, le dijo a la hija que mirara a la madre con amor y que le dijera a los ojos y a la cara: «Mamá, yo lo hago en tu lugar.» Al pronunciar estas palabras, la cliente se puso radiante, y el significado y la finalidad de su enfermedad quedaron claros para todos los presentes.
¿Qué puede hacer, pues, un médico o un psicoterapeuta, y de qué se debe guardar?