La humildad
Este trabajo y lo que revela tiene una dimensión religiosa, o espiritual, independientemente de lo que entendamos por ello. A veces reflexiono sobre las consecuencias de este trabajo, y de aquello que revela, para la actitud religiosa. Nos obliga a reconocer la tierra y a reconocer que de muchas maneras formamos parte de una trama terrenal, de algo que nos obliga y nos dirige sin que lo comprendamos. Me parece que muchas religiones precisamente nos impiden mirar de frente esta realidad.
Sólo cuando encaramos esta realidad, tenemos la profunda humildad que nos une con aquello que actúa detrás de todo esto, creando una actitud de confianza, de que al final ocurrirá algo que tendrá sentido. Lo que sobre todo me impresiona es cuando a veces no configuro a más que una o dos personas, y empieza a desarrollarse algo que apunta a unas soluciones que superan cualquier planificación humana, y esta fuerza se sostiene en el amor. A este respecto contaré un ejemplo.
En un seminario, un hombre contó que su mujer, a raíz de un accidente de tráfico, ya llevaba varios años en coma lúcido. En ese estado había dado a luz a una niña. El cliente me pidió que lo configuráramos. Le dije que eligiera representantes para la mujer, para la hija, para un compañero anterior de la mujer y para sí mismo. En la imagen, la hija estaba enfrente de la mujer; el amigo anterior, algo más lejos; y él mismo, algo apartado. A continuación, yo no hice absolutamente nada, únicamente me senté y todo el proceso se fue desarrollando por sí sólo.
Primero, el compañero anterior de la mujer se fue acercando lentamente a ella, con profundo amor. Se puso detrás de ella, y ella se dejó caer hacia atrás, con los ojos cerrados. La hija se acercó lentamente a la madre. El representante del marido, el padre de la niña, en un principio no mostraba ninguna emoción. Lo retiré un poco para que no interfiriera en la escena. La hija fue hacia la madre, la abrazó, y el compañero de la madre, desde atrás, las abrazó a ambas.
Después, el representante del marido se puso detrás de la hija, abrazando a la hija y a la madre desde atrás, y el compañero anterior de la madre se fue retirando lentamente.
No hay forma más bella de experimentar qué son los vínculos, qué, el amor, y qué crea una unión. Pero todo se fue desarrollando por sí sólo.
Es decir, existe una fuerza, una fuerza terrenal, que muy profundamente actúa para lograr el reconocimiento de cada uno. Para esta fuerza, cada uno tiene el mismo valor, el mismo respeto y la misma importancia. Ésta es la solución hacia la que se dirige, éste es el actuar de un alma para mí. ¿Cuál es su envergadura? No lo sé. ¿Hasta dónde llega? No lo sé. Ahora bien, no puede ser nada divino; es algo terrenal. Al mismo tiempo, también actúa un fuerza terrible en ella; las dos cosas a la vez. Una fuerza horrible que exige incluso lo más grave. A pesar de todo, me parece que si permitimos que actúe, su movimiento se dirige hacia este tipo de unión, a unir aquello que está dividido.
Ahora bien, si interviniéramos a través de ideas religiosas, tal como las conocemos de las diversas confesiones —del cristianismo, por ejemplo, o también de otras religiones—, todo este proceso no podría desarrollarse tan profundamente. Aquello que en otros contextos solemos considerar religioso, aquí perturbaría lo religioso.
Y después, aún hay que tener en cuenta otro punto más: el verdadero misterio siempre se encuentra más allá de todo esto. No se puede imaginar de otra manera que permaneciendo siempre más allá. Por tanto, no hay que tomarlo como un movimiento religioso, sino, respetándolo tal como es, se respeta algo que se halla aún más allá.
Si a la luz de estas experiencias se observa qué ocurre con las personas que toman un camino religioso, o espiritual, de una forma radical —por ejemplo, los monjes budistas o muchos santos en la Iglesia Católica, o muchos místicos—, me parece que todos estos caminos necesitan una purificación. Lo ascético, muchas veces es una negación de una realidad actual, un alejarse, un rechazo a reconocer lo normal y lo corriente. Casi siempre esta ascética va unida a un sentimiento de superioridad frente a la llamada «gente común». Eso es lo sospechoso en ello; contradice las experiencias que nos obligan a ver a todos en un mismo nivel: los buenos y los malos, los vivos y los muertos.