El Dios más grande
HELLINGER a una participante ¿De qué se trata?
UNA PARTICIPANTE Quisiera recuperar la confianza.
HELLINGER ¿Confianza en qué?
UNA PARTICIPANTE En Dios. Eso sería lo primero. Después, en el amor y en mí misma. Eso sería lo más próximo.
HELLINGER Quisiera decir algo de Dios: es terrible. No conoce la piedad, tal como nosotros lo esperamos. Muchas veces pensamos en Dios como en nuestro padre, o en nuestra madre. Él es más grande. Y nosotros le exigimos que sea justo en el sentido en que nosotros lo entendemos. Así no es. Sea cual sea nuestro destino, liviano o grave, bueno o malo, él lo dirige sin tener en cuenta nuestros deseos. Lo dirige de forma que tengamos que morir y sufrir, y aquello que a nosotros nos parece fatal, para él no vale nada.
La religiosidad, la actitud religiosa, significa: me inclino ante mi destino, tal como es. Renuncio a la esperanza y a la felicidad soñada. Lo curioso es que cuando nos sometemos de esta manera, simplemente entregándonos, nos vemos sostenidos y todo se hace más grande. Mucho más grande. Y más pleno. ¿Algo más?
UNA PARTICIPANTE Muchas veces me siento muy lejos y separada de los demás, incapaz de comprometerme realmente. El trato entrañable es muy superficial; en realidad, me retiro. Así, por ejemplo, no soy capaz de encontrar a ninguna pareja.
HELLINGER El movimiento religioso se dirige a una altura, a la cima de una montaña. Abajo, en el valle, estamos cerca de los demás, en un trato íntimo y entrañable, quizás incluso felices. Quien sube a la montaña, se hace más solitario cuanto más asciende. Sin embargo, tiene la vista amplia y está unido con mucho más que en el valle. Con mucho más. Pero no de aquella forma entrañable. No como un hijo con su madre, sino orientado hacia la amplitud. Eso, de alguna forma es un morir, y también es grandeza. Quien, tras haber alcanzado la cima en soledad absoluta, vuelve a bajar al valle, tendrá la cara radiante.