Perpetradores y víctimas
En esa Constelación elegí a siete representantes para las víctimas, y detrás de ellos puse a siete representantes de los perpetradores. Después, ya no hice nada más; únicamente les indiqué a las víctimas que se giraran y miraran a los ojos de los perpetradores. A continuación empezó a desarrollarse un proceso que duró unos doce minutos, en el que yo no intervine para nada, y donde se inició una toma de contacto, un encuentro entre víctimas y perpetradores. En todo ese tiempo fue impresionante ver la necesidad de ambas partes, víctimas y perpetradores, de encontrarse. En ese encuentro, ambas partes de repente comprendieron que se hallaban al servicio de unos poderes que disponían de ellos, convirtiendo en perpetradores a unos, y en víctimas, a otros. Y en ese entendimiento, de repente se sentían reconciliados los unos con los otros. Al mismo tiempo, sin embargo, quedó patente que los muertos no consienten ninguna intromisión en este proceso por parte de los vivos. Ellos dicen: «Esto es asunto nuestro, los vivos no deben inmiscuirse aquí.»
Mirando, por ejemplo, la discusión sobre la conmemoración de las víctimas y de las fechorías de la época nazi, frecuentemente no es más que una intromisión en un proceso que en el fondo debería quedar reservado a los muertos. Ya que los descendientes vivos de perpetradores y víctimas actúan como si ellos tuvieran que asumir este proceso, proceso que únicamente les corresponde a los muertos. Eso sería una transgresión.
HARTMUT WEBER Es decir, la transgresión sería el inmiscuirse o el querer seguir a los muertos; en cambio, no sería ninguna transgresión para usted si intentamos integrar a los muertos, procurando reconciliarnos con ellos —tal como usted lo propone muy claramente—, reconociéndolos, pidiéndoles su bendición, si bien lo he entendido.
Perfección y plenitud
HELLINGER Sí. En la mística cristiana y, en general, en la religiosidad cristiana, existe el gran concepto de la perfección. Así, por ejemplo, la aspiración a la perfección desempeña un papel muy importante en la vida de las órdenes y comunidades religiosas. Ahora bien, a través de mi trabajo he podido comprobar que una persona experimenta la sensación de perfección, o de plenitud, cuando todos los que en el más amplio sentido de la palabra pertenecen a su familia —también, los muertos, también los malos, los excluidos, los olvidados—, en su corazón y en su alma reciben un lugar. De repente se siente completo. Esto refleja lo que ocurre en la Constelación Familiar: los miembros de la familia sólo se sienten a gusto cuando todas estas personas excluidas también están representadas, cuando son reconocidas y reintegradas.
HARTMUT WEBER Quisiera volver brevemente sobre el fondo de esta idea, que para mí se presenta como religioso y teológico. Un terapeuta, Albrecht Mahr, lo expresó de la siguiente manera: no podemos saber dónde están los muertos realmente, pero el trabajo con Constelaciones Familiares nos sugiere que ellos y su destino se hallan comprendidos y actúan en el mismo espacio atemporal que nosotros mismos. Eso encaja con bastante exactitud con aquello que también usted presenta como premisa.
HELLINGER Sí. Una vez conocí un ejemplo fatal. Fue una familia en la que, a lo largo de los últimos 100 años, tres hombres habían puesto fin a sus vidas suicidándose siempre a la edad de 27 años un 31 de diciembre. Había, pues, alguna relación entre sus muertes, pero ellos no sabían nada el uno del otro. El hombre que me lo contó empezó a investigar y descubrió que el primer marido de su tatarabuela murió a la edad de 27 años un 31 de diciembre y que, probablemente, fue envenenado por la tatarabuela y su siguiente marido. Aquí se puede apreciar que un acto fatal actúa a través de muchas generaciones, que aquí, en el alma, en el alma familiar, existe una tendencia a expiarlo de manera que personas inocentes resultan implicadas en este destino.
La solución fue que ese hombre, que personalmente también estuvo en peligro de suicidio, mirara a este antepasado muerto, que lo honrara y le dijera: «En mi corazón tienes un lugar.» En ese momento se sintió libre de todas sus ideas de suicidio. Al mismo tiempo tuvo que decir: «La culpa se queda donde tiene que estar, con la tatarabuela y con su segundo marido.»
Es decir, a veces hay que arreglar algo en el pasado para que los vivos queden libres.