«Soy un hombre»

9 de diciembre de 1999

Apreciado Sr. Hellinger,

...en Holanda (en septiembre del año pasado), usted me llamó al escenario después de hacerle una pregunta en relación al comportamiento violento de mi padre. Usted hizo una Constelación Familiar conmigo, en la que en un lado se encontraban mis padres, y en el otro, el cristianismo y el judaísmo. La Constelación terminó con mi reconciliación con mi padre.

En Estados Unidos (a lo largo de dos talleres en marzo de este año), en varias Constelaciones representé a personas que necesitaban reconciliarse con sus padres. De esta manera, también yo pude llevar a término definitivamente el movimiento hacia mi padre.

Durante una pausa le hice una pregunta y, como respuesta, usted me sugirió dos ejercicios. El primero, que en mi imaginación fuera al Reino de los Muertos, allí buscara a los asesinos, me pusiera a su lado y les dijera: «Soy uno de vosotros.» El segundo, que ya no viera a mi muerte delante de mí, sino a mis espaldas, y que cada día recibiera una bendición especial. Después me dijo:

— Pero no haga estos ejercicios; no haga nada en este sentido. Su alma sabe cómo tratarlo en el momento oportuno.

Todo esto fue totalmente inesperado para mí, pero seguí sus indicaciones. Solté todo pensamiento en estos ejercicios; fueron penetrando en mi interior y yo confié en mi alma, en que ella ya se ocuparía de lo que correspondiera en cada momento.

Después, en mayo de este año, en sueños tuve una vivencia impresionante. Sé que fue un sueño, pero los efectos fueron absolutamente extraordinarios. Incluso días más tarde me movía como en un espacio totalmente distinto.

En ese sueño pertenezco a un grupo que ha matado a varias personas. Formo parte de este grupo y también he matado. Así, me encuentro ante un tribunal y me toca defenderme. He decidido defenderme personalmente y renunciar a cualquier defensor, aunque eso sea muy poco común. Pronuncio un discurso breve y sencillo. Me declaro culpable y asumo la responsabilidad de mis actos. Al juez y a las personas presentes les digo que mi única defensa consiste en confesar que soy un hombre. Les digo que sé que cualquier persona es capaz de los actos más atroces, y que depende de las circunstancias si una persona acaba siendo un hombre honesto o un monstruo. Si bien soy un asesino, al mismo tiempo también soy un hombre como todos los demás. Al decirlo, me siento tranquilo y sin ninguna excitación.

El juez me impone la pena de muerte y ordena la ejecución en un plazo de pocas semanas.

El sueño continúa, interminable, vivo los días y las noches, de alguna manera, todas esas semanas. Escribo cartas a mis seres queridos, hablo con mi familia y con mis amigos, y me voy preparando. Me mantengo sereno. A veces lloro y siento dolor, pero cada vez estoy más claro. La última mañana de esa semana me despierto y todo lo que hago tiene una calidad especialmente diáfana, vivo todo con absoluta nitidez. Me lavo las manos, me limpio los dientes y sé que en pocas horas ya no estaré. Al cabo de poco tiempo me llevan a la silla eléctrica. En la antesala, mientras espero, siento la muerte cercana y misteriosa, todo es tan inmediato, intenso y, a la vez, tranquilo. Espero, sentado, cuando de repente se me comunica que la ejecución ha sido aplazada. La espera empieza de nuevo, otra vez para varias horas. La claridad y la calma se mantienen, únicamente penetran y se posan en un nivel más profundo. A la tarde escucho que el juez ha modificado la sentencia y que se me pone en libertad. Me destierran, pero puedo seguir viviendo. Tengo que abandonar mi país e irme a un lugar de mi propia elección. Me ponen en libertad inmediatamente y me entregan un billete de tren válido para todos los recorridos. Finalmente me encuentro delante de la prisión, habiendo dejado atrás todo, habiéndome despedido de todos, habiendo sobrevivido de forma curiosa el morir — y soy otro hombre. Ya no existen ni la inocencia ni la culpa para mí.

Me desperté de este sueño, pero permanecía en el estado de tranquilidad y de claridad. Los colores me parecían más vivos, y todo lo vivía como a cámara lenta, porque todo ocupaba mi plena atención. Los latidos de mi corazón eran tranquilos y fuertes. Nada me podía alterar. Me mantenía centrado y atento, siempre consciente de que vivía, de que se me había regalado un nuevo tiempo de vida.

Esta experiencia me acompañó durante mucho tiempo. Al cabo de unos días se integró y volví a experimentarme más como yo mismo, de la forma que me resultaba familiar. No obstante, soy otro. Mi alma, a su manera, se ha hecho cargo de este ejercicio. Esto es lo que le quería contar...

Religión, psicoterapia, cura de almas
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