Imágenes de Dios
Los órdenes del amor que experimentamos en nuestras relaciones humanas, también actúan sobre nuestra relación con la vida, con el mundo como todo, y sobre nuestra relación con el misterio que detrás de él atisbamos.
Por tanto, podemos referirnos al Todo misterioso como un hijo se refiere a sus padres. Así, buscamos a un Dios Padre y a una Gran Madre, creemos como un niño, esperamos como un niño, confiamos como un niño, amamos como un niño. Y como un niño, también lo tememos, y como un niño, quizás también tengamos miedo de saber.
O, nos referimos al Todo misterioso como a los antepasados y a la red familiar, sabiéndonos consanguíneos suyos en una Comunidad de los Santos; pero, al igual que en la red familiar, también nos experimentamos como expulsados o elegidos, de acuerdo con una ley implacable, sin que podamos comprender su sentencia ni influir sobre ella.
O nos comportamos con el Todo misterioso como si en un grupo de iguales nos encontráramos, convirtiéndonos en sus colaboradores y representantes, aceptando y negociando con él, haciendo una alianza y reglamentando por contrato los derechos y los deberes, el dar y el tomar, la ganancia y la pérdida.
O nos comportamos con el Todo misterioso como si estuviéramos en una relación de pareja, en la que hubiera un amado y una amada, un novio y una novia.
O nos comportamos con el Todo misterioso como padres con su hijo, diciéndole lo que acaba de hacer mal y lo que tendría que hacer mejor, cuestionando su obra y, si este mundo no nos parece bien de la manera que es, pretendiendo salvarnos a nosotros mismos y salvar a otros de él.
O, por lo contrario, al referirnos al Misterio de este mundo, dejamos atrás los órdenes del amor que conocemos, abandonándonos al olvido, como si ya estuviéramos en el mar y todos los ríos hubieran alcanzado su fin.