«Aún viviré un poco»
Donde aparece la frase de «te sigo» como trasfondo de enfermedades graves, de accidentes o de intentos de suicidio, la solución que ayuda y que sana sería también que el hijo le diga y le prometa a la persona amada, con toda la fuerza del amor que le mueve: «Querido padre, querida madre, querido hermano, querida hermana —o quien sea— te sigo». También aquí es importante que la frase se repita todas las veces necesarias hasta que la persona amada sea vista como una persona real y, a pesar de todo el amor, pueda ser percibida y reconocida como separada del propio yo. Así, el hijo se da cuenta de que su amor no supera la frontera entre él y la persona amada muerta, y que tiene que parar ante estos límites. También aquí, la frase obliga a reconocer tanto el propio amor del hijo como el amor de la persona amada, y a comprender que ésta puede llevar y cumplir su destino con más facilidad cuando no le sigue nadie, sobre todo, no su propio hijo.
Así, pues, el hijo puede decirle también una segunda frase a la persona amada que murió, la frase principal que le libera y le redime de la obligación de imitar su suerte fatal: «Querido padre, querida madre, querido hermano, querida hermana —o quien sea—, tú estás muerto/muerta, yo aún viviré un poco, después moriré también.»
Cuando el hijo ve que uno de sus padres quiere seguir a alguien de su propia familia de origen a la enfermedad o a la muerte, tiene que decirle: «Querido padre, querida madre, aunque tú te vayas, yo me quedo.» O: «Aunque te vayas, te recuerdo con cariño, y siempre seguirás siendo mi padre/mi madre.» O, cuando uno de los padres se suicidó: «Respeto tu decisión y tu destino. Siempre seguirás siendo mi padre/mi madre, y yo siempre seguiré siendo tu hijo.»