La cautela
Esta mañana, en una ponencia, alguien se refirió a la conciencia como nivel intermedio entre lo humano y lo divino. Desde hace mucho tiempo vengo observando detenidamente las maneras en que la conciencia actúa. Así, he podido comprobar que la mayor parte de aquello que comúnmente se define como conciencia, en el fondo no es más que una presión que el sistema al que pertenecemos ejerce para conseguir nuestra adaptación. Es decir, en el fondo, la conciencia sirve al vínculo con el sistema del que provenimos. Esta presión es tan fuerte que toda desviación de los valores de este sistema se vive como una culpa.
Esta conciencia no tiene ninguna dimensión religiosa. Quien aquí sigue a su conciencia, se halla determinado por fuerzas ajenas, es decir, determinado por el sistema al que pertenece. A través de la vinculación con el grupo, en el alma existe tal confusión de sentimientos y de conceptos, que la purificación —tal como la mística la exige— tiene que ir aún más lejos. Ya que en la mística, esta purificación se concebía como un proceso intrapsíquico, y también en Psicoterapia, en gran parte se concibe a un nivel intrapsíquico. Esta purificación se logra cuando una persona, a través de la reconciliación, se desprende interiormente de los vínculos con la familia.
Una vez logrado este paso, se llega a un punto en el que se experimenta: estoy al servicio de algo, muy personalmente. O: tengo una vocación. En ese punto, de repente y de lo más profundo, surgen determinadas comprensiones que espantan a la persona. En ese punto, uno se ve impulsado a hacer algo que a otros quizás les parezca extraño, pero que uno experimenta como un cumplir con un cometido que uno mismo no comprende.
Éste sería, pues, el punto más próximo a la llamada experiencia religiosa —de momento lo diré así. Ya que estoy convencido de que también frente a esta experiencia hay que guardar la máxima discreción y cuidarse de llamarla religiosa. Es decir, aún hay que intercalar otro espacio más entre aquello que experimento y el misterio que quizás esté actuando detrás. Sólo en esa máxima contención —que también es un desprendimiento de mis propios sentimientos y experiencias— actúa una fuerza extraña. Únicamente esto sería la concordancia. Esta concordancia está muy cerca de la Tierra. Eso es lo extraño en ello.
A este respecto aportaré un ejemplo. Hace poco tuve un participante en uno de mis grupos que, de joven, sufrió un accidente de moto que él mismo causó. Él fue gravemente herido, su acompañante se rompió ambos brazos. En ese accidente, el hombre tuvo la experiencia de estar desligado de su cuerpo y de poder observar todo lo que le pasaba, como si estuviera flotando encima de sí mismo, y lo consideraba una experiencia religiosa. Sin embargo, se había separado de su familia a la ligera. Le dije: «Te negaste a volver a la tierra. Las consecuencias para tu familia son fatales. Te quedas totalmente desconectado.»
Para él, la realización religiosa hubiera sido volver a la realización normal y corriente, conscientemente. Por eso, cuando alguien habla de una experiencia religiosa, lo veo con un cierto escepticismo.