La compensación a través del tomar y de los actos de reconciliación
¿Cuál sería, pues, una solución para este hijo, adecuada para él y para su madre? El hijo tendría que decir: «Querida Mamá, ya que pagaste un precio tan alto por mi vida, que no haya sido en vano; le sacaré provecho, en tu memoria y en tu honor.»
En consecuencia, el hijo tiene que actuar en vez de sufrir, rendir en vez de fracasar, y vivir en vez de morir. De esta manera, su unión con la madre sería muy diferente que siguiéndole a la desgracia y a la muerte.
Pereciendo en una unión simbiótica con la madre, su vínculo es tan sólo ciego y despersonalizado. En cambio, si realiza algo que fomente la vida, en memoria de su madre y de su muerte, si toma su vida haciendo que también otros participen en ella, su unión con la madre es totalmente distinta: se encuentra delante de ella mirándola con amor. Ya que si de esta manera toma su vida, conduciéndola a su plenitud, el hijo tiene presente a su madre y la lleva en su corazón. Así, de la madre al hijo fluyen la bendición y la fuerza, porque por amor a ella convierte su vida en algo especial.
A diferencia de la compensación procurada a través de la expiación, que no es más que una compensación a través de la fatalidad, del daño y de la muerte, ésta sería la compensación positiva. Sin embargo, a diferencia de la compensación a través de la expiación, que resulta barata y perjudicial, que toma sin llegar a la reconciliación, la compensación positiva es cara. Pero ella aporta la bendición, permitiendo que la madre se reconcilie con su destino, y el hijo, con el suyo. Ya que lo positivo que el hijo realiza en memoria de su madre se logra a través de ella; a través de su hijo, la madre participa en ello. Ella sigue viviendo y actuando en los actos de su hijo.
A diferencia de la compensación mágica, ésta sería la compensación que corresponde a la tierra. Sigue a la comprensión de que nuestra vida es única y que, pasando, hace sitio para la vida futura, y aunque ya haya pasado, nutre la vida presente.