La fuerza
18 de febrero de 1998
En relación a tus objeciones ante mi procedimiento, quisiera decirte que serían acertadas si otro procedimiento estuviera a disposición del terapeuta, de manera que él pudiera responder de ello. ¿Pero qué si aquí se halla guiado para ir hasta el límite último? Algunos, espantados, retroceden ante este límite último, y se lo hacen fácil adjudicando este actuar al terapeuta, y no a la fuerza que le obliga a lo extremo. Quien retrocede, aunque sólo sea como espectador, se opone a este movimiento último, y con ello, también al cliente. Lo que en tu texto escribes sobre la realidad y la percepción, aquí, en el fondo, contradice tu actuar. De esta forma te encuentras guiado por imágenes, por ejemplo, del «ángel vengador», y ya no por una realidad que se apodera de nosotros aunque nos atemorice.
A veces tengo la impresión de que tus expresiones, por ejemplo cuando hablas de tomar a los padres, acaban sustituyendo la percepción de la realidad, sobre todo cuando ésta se muestra dura e irremediable. Así se emplean para mitigar la fatalidad, por lo que más bien separan de la realidad en vez de conducir a ella.
Si nos hallamos al servicio de algo, no podemos elegir para qué. Quien retrocede ante lo extremo, no sólo pierde su percepción, sino también, su fuerza. Es posible que uno mismo no esté realmente dispuesto a ir hasta el límite. Sin embargo, establecer este reparo como medida también para otros, significa convertir en medida el propio miedo y ya no lo grande que —lo queramos o no— nos obliga a superarlo.
6 de mayo de 1999
La última consecuencia del procedimiento fenomenológico es la renuncia a todo control, y el sumergirse en un campo que sobrepasa en mucho las dimensiones del yo. Así, la pregunta por la culpa o la inocencia, o la preocupación de qué resultará de ahí, acaban pasando enteramente a un segundo plano, ya que en este nivel no existe la libre elección, a no ser la libertad de entregarse a algo desconocido. Que esto no se puede exigir de otros, también lo sé.
16 de diciembre de 1999
Se puede intervenir cuando se está en sintonía con el destino del otro, y cuando este destino nos llama y nos capacita para ello.