La compensación a través de la expiación causa un doble sufrimiento
La expiación sacia nuestra necesidad de compensación. Pero si la compensación se busca a través de enfermedades, accidentes o de la muerte, ¿qué se logra realmente? En lugar de un perjudicado hay dos, y en lugar de un muerto aún hay otro más. Aún peor: para las víctimas de la culpa, la expiación significa un doble daño y una doble desgracia, puesto que su desgracia nutre otra desgracia, su daño aún causa más daño, y su muerte aún trae la muerte a otras personas.
Pero también hay que tener en cuenta otro aspecto más: la expiación es barata. Al igual que en el pensar y actuar mágicos, donde la salvación de otros únicamente se gana a través de la propia desgracia, pensando que el propio sufrimiento bastaría para redimir al otro, así también ocurre en la expiación: sólo basta con sufrir o morir, sin tener en cuenta la relación ni ver al otro, y sin sentir el dolor por su desgracia teniéndolo presente como persona, y sin que, después, con su asentimiento y con su bendición, haya que hacer nada para otros.
Por tanto, también en la expiación se intenta pagar una deuda devolviendo exactamente lo mismo. También aquí el actuar se sustituye por el sufrir, la vida por la muerte, y la culpa por la expiación, de manera que también aquí bastan el sufrimiento y la muerte sin actuar ni esforzarse. Y al igual que la desgracia, el sufrimiento y la muerte aún aumentan y crecen a través de las frases de «mejor que sea yo que tú» y de «te sigo», una vez realizadas, así también, en el caso de la expiación realizada.
Un hijo, cuya madre murió al darle la vida a él, siempre se sentirá en deuda con ella, ya que ella pagó su vida con su propia muerte. Ahora bien, si el hijo lo expía haciéndose sufrir a sí mismo, es decir, si se niega a tomar su vida aunque sea al precio de la vida de su madre, o si en expiación incluso se suicida, la desgracia resulta doblemente grave para la madre. Así, el hijo no toma el obsequio de la vida que ella le dio, ni tampoco respeta su amor ni su voluntad de dárselo todo. Su muerte, por tanto, fue en vano; aún más: en vez de dar vida y felicidad, aún produciría más desgracia, y en lugar de un muerto habría dos.
Si pretendemos ayudarle a un hijo en esta situación, tenemos que tener en cuenta que en su interior siente tanto el deseo de expiar como también el deseo de: «Mejor que sea yo que tú», y de: «Te sigo». Así, pues, únicamente podemos influir positivamente sobre el deseo nefasto de expiar si también logramos encontrar la solución positiva para las frases de «mejor que sea yo que tú» y de «te sigo».