XVIII

AL observar Anna que Dolli parecía muy cansada y que iba cubierta de polvo, estuvo a punto de decirle que había enflaquecido; pero conociendo que era para su amiga objeto de admiración, se contuvo.

—Veo que me examinas —dijo a Dolli, dejando escapar un suspiro—, y sin duda te preguntas cómo puedo parecer feliz en mi posición. Confieso que lo soy de una manera imperdonable. Lo que ha pasado en mí tiene alguna cosa de encanto, pues he salido de mis miserias como se sale de una pesadilla. ¡Qué despertar, sobre todo desde que estamos aquí!

Y miró a Dolli con tímida sonrisa.

—Me complace oírte hablar así, y te doy la enhorabuena —contestó Daria Alexándrovna, más fríamente de lo que hubiera querido—. Pero ¿por qué no me has escrito?

—No he tenido valor.

—¿Aun tratándose de mí? Si supieras cuánto… —y Dolli iba a explicar sus reflexiones durante el viaje, cuando se le ocurrió que el momento no era oportuno—. Ya hablaremos más tarde —añadió—. ¿Qué agrupación de edificios es esa, semejante a una pequeña ciudad? —preguntó después, señalando unos tejados verdes y rojos que se divisaban a través de los árboles.

—Dime lo que piensas de mí —repuso Anna, sin contestar a la pregunta.

—Creo… —comenzó Daria Alexándrovna, pero en aquel instante Váseñka Veslovski pasó junto a ellas. Dolli pensó de nuevo que el coche no era el lugar apropiado para aquella conversación. Y se limitó a decir—: No pienso en nada; te estimo y siempre te estimaré; cuando se ama a una persona, se la quiere tal como es y no como se la desearía.

Anna apartó la vista y cerró los ojos a medias —Dolli no había conocido ante ella esa costumbre— como para reflexionar mejor sobre el sentido de estas palabras.

—Si tuvieras pecados, se te dispensarían por tus visitas y tus buenas palabras —dijo Anna, interpretando favorablemente la contestación de su cuñada, y fijando en ella sus ojos llenos de lágrimas.

Dolli estrechó su mano silenciosamente.

—Esos tejados son los de las dependencias de las cuadras —contestó Anna a una segunda pregunta de la viajera—; y ahí comienza el parque. A Vronski le gusta mucho esta propiedad, que estaba muy abandonada, y con gran asombro mío, ahora se aficiona a la agronomía. ¡Qué notables disposiciones las suyas! Se distingue en cuanto emprende. Será un agrónomo de primer orden, económico, casi avaro, aunque solo en agricultura, pues ya no cuenta cuando se trata de gastar en otros objetos miles de rublos. ¿Ves ese gran edificio? Es un hospital. Le ha costado más de cien mil rublos. ¿Y sabes por qué lo mandó construir? —añadió, con la sonrisa de una mujer que habla de las debilidades de un hombre amado—. Pues solo porque lo acusé de avaro a consecuencia de una disputa con varios campesinos que reclamaban una pradera. El hospital está ahí para probarme la injusticia de mi acusación; será una pequeñez, si quieres; pero yo no lo aprecio menos. Ahí verás también la mansión; data de su abuelo, y no se ha cambiado nada exteriormente.

—¡Es magnífico! —exclamó involuntariamente Dolli al contemplar el edificio, adornado con columnas y circundado de árboles seculares.

—¿Verdad que es hermoso? Desde el primer piso la vista es magnífica.

El coche rodó sobre la fina arena del patio de honor, adornado con arbustos, que varios obreros rodeaban en aquel momento de piedras toscamente cortadas, y se detuvo bajo un peristilo cubierto.

—Esos señores han llegado ya —dijo Anna, al ver que traían los caballos de silla—. ¿No te parece que son hermosos animales? Ahí tienes mi favorito… ¿Dónde está el conde? —preguntó a dos lacayos con librea—. ¡Ah! míralos ahí —añadió, al ver a Vronski y Veslovski que iban a su encuentro.

—¿Dónde alojaremos a la princesa? —preguntó Vronski, volviéndose hacia Anna, después de besar la mano de Dolli—. ¿En la cámara del balcón?

—¡No! Es demasiado lejos; me parece mejor la cámara del ángulo, porque así estaremos próximas una a otra. Bueno, vamos —dijo Anna mientras daba azúcar a su caballo favorito—. Et vous oubliez votre devoir —se dirigió a Veslovski.

Pardon, j’en ai tout plein les poches —respondió sonriente Veslovski e introdujo los dedos en el bolsillo del chaleco.

Mais vous venez trop tard —dijo Anna secándose la mano después de dar azúcar al caballo—. ¿Supongo que permanecerás algún tiempo con nosotros? —añadió, dirigiéndose a Dolli—. ¿Un solo día? Es imposible.

—Lo he prometido a causa de los niños —contestó Dolli, avergonzada del mezquino aspecto de su saco de viaje y del polvo que cubría su ropa.

—¡Oh!, es imposible, querida Dolli; pero, en fin, ya hablaremos de eso. Ahora subamos a tu cuarto.

La habitación que se le destinaba, con excusas de que no fuera la de honor, tenía un lujoso mobiliario, que recordó a Dolli el de los más suntuosos hoteles del extranjero.

—¡Qué dichosa soy al verte aquí, querida amiga! —repitió Anna, sentándose junto a Dolli con su traje de amazona—. Háblame de tus hijos; Tania debe de ser ya una mujercita.

—Sí, sí —replicó Dolli, admirada de hablar tan fríamente de los niños—. Todos estamos en casa de Lievin, y a la verdad muy contentos.

—Si hubiera sabido que no me despreciabais, habría rogado que vinierais aquí; tu esposo es un antiguo amigo de Alexiéi —añadió Anna, ruborizándose.

—Sí, pero allí estamos perfectamente —contestó Dolli, algo confusa.

—La felicidad de verte me hace desatinar —dijo Anna, abrazando a su amiga tiernamente—; pero prométeme ser franca y no ocultarme nada de lo que piensas sobre mí, ahora que ves el género de vida que hago. No tengo otra idea sino la de no hacer daño a nadie más que a mí misma, y creo que esto me será permitido. Hablaremos despacio sobre el particular ahora voy a cambiar de traje, y te enviaré la doncella.

Ana Karenina
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