XIII
LA superstición sobre el primer tiro no dejó de confirmarse esta vez; Lievin volvió a la casa a eso de las diez, cansado y hambriento, pero muy satisfecho; había recorrido una treintena de verstas, y muerto diecinueve becadas y un ánade, algunas de las cuales debió de suspender del cinto porque no le cabían en el morral. Sus compañeros habían tenido tiempo para esperarlo, rabiando de hambre, y para almorzar después.
El sentimiento de envidia que Stepán Arkádich experimentó al ver aquellas hermosas aves con la cabeza inclinada y tan diferentes de lo que eran en los otros pantanos, causó cierta satisfacción a Lievin, y para colmo de felicidad le dieron una nota de Kiti.
Sigo muy bien —escribía—, y si no me crees suficientemente segura, tranquilízate, porque la comadrona Maria Vlásievna ha venido ya. Dice que estoy muy bien y que permanecerá algunos días con nosotros; de modo que si te diviertes, no te apresures en volver.
La cacería y la carta hicieron olvidar a Lievin dos incidentes menos agradables: el primero era la fatiga del caballo delantero, que, maltratado la víspera, rehusaba comer; y el segundo la circunstancia de no haber encontrado nada de las provisiones entregadas por Kiti. Lievin contaba sobre todo con unos pastelillos que le gustaban mucho; pero todos habían desaparecido, así como los pollos y la carne, cuyos huesos fueron devorados por los perros.
—¡Y luego dirán que como mucho! —exclamó Oblonski, señalando a Váseñka—. No me puedo quejar de mi apetito, pero ese mozo me deja muy atrás.
Incomodado, Lievin no pudo menos de exclamar:
—Me parece que hubieran podido guardarme alguna cosa.
Hubo de contentarse con la leche que su cochero fue a buscar; pero mitigado su apetito, se avergonzó de haber manifestado tan vivamente su enojo, y fue el primero en burlarse de su cólera.
Aquella misma noche, después de terminada la última cacería, los tres compañeros emprendieron el regreso. En el camino reinó la mejor inteligencia; Veslovski no dejó de reír y bromear recordando sus aventuras con las jóvenes campesinas, y Lievin, reconciliado con su huésped, olvidó sus prevenciones contra él.