XIX
A pesar de su vida mundana y de su aparente ligereza, Vronski aborrecía el desorden. Cierto día, estando aún en el cuerpo de pajes, se halló escaso de dinero, y habiendo pedido una cantidad a préstamo, recibió una negativa. Desde entonces juró no exponerse jamás a semejante humillación y guardó su palabra. Con más frecuencia o menos, unas cinco veces al año hacía su balance, y conservaba así sus asuntos en orden. Llamaba a esta ocupación faire la lessive.
Al día siguiente de las carreras, habiéndose despertado tarde, Vronski se puso su capote de soldado antes de bañarse y afeitarse, y procedió al examen de sus cuentas y el arqueo. Petritski, conociendo el mal humor de su amigo en tales casos, se levantó y se ausentó sin ruido.
Todo hombre cuya existencia es algo complicada cree fácilmente que las dificultades de la vida son una adversidad personal, una desgracia que le está reservada a él solo, y de la cual se hallan libres los demás hombres. Vronski pensaba así, enorgulleciéndose, no sin razón, pensando que cualquier otra persona en una situación igual de complicada que la suya ya se habría perdido y habría cometido algo poco digno; pero a fin de no agravar la situación, quería poner en claro cuanto antes sus asuntos, y sobre todo la cuestión de metálico, que era la más fácil.
Escribió, pues, con una letra muy fina el estado de sus deudas, y halló un total de más de diecisiete mil rublos, mientras que todo su haber no ascendía sino a mil ochocientos, sin esperar ingreso alguno antes de fin de año. Vronski clasificó entonces las deudas en tres grupos: en primer lugar, las urgentes, que importaban unos cuatro mil rublos, de los cuales mil quinientos eran para su caballo y dos mil quinientos para pagar a un individuo que estafó dicha suma a Venevski, uno de sus compañeros. Vronski quiso pagar en aquel instante porque llevaba dinero encima, pero Yáshvin y Venevski insistieron en que pagaban ellos, y no Vronski, que encima no jugaba. Todo fue estupendo, pero había dado su palabra para garantizar, y deseaba tener a mano la suma necesaria para poder arrojarla a la cabeza del prestamista en caso de reclamación.
Estos cuatro mil rublos eran, por tanto, indispensables y después venían las deudas por gastos de cuadra para las carreras, que eran unos ocho mil rublos, incluso el heno y la avena; con dos mil podía arreglar esto provisionalmente.
En cuanto a las deudas con su sastre y otros industriales se podría aplazar el pago.
En resumen, necesitaba seis mil rublos inmediatamente y solo tenía mil ochocientos.
Para un hombre a quien se suponían cien mil rublos de renta, estas deudas eran insignificantes; pero dicha renta no existía, pues la fortuna paterna que llegaba a doscientos mil rublos era indivisa entre dos hermanos. Vronski había cedido su parte correspondiente a su hermano cuando este se casó con una joven sin fortuna, la princesa de Chirkova, hija de un decembrista[35]. Alexiéi no se había reservado sino una renta de veinticinco mil rublos, diciendo que bastaría hasta que se casase, lo cual no sucedía nunca. Su hermano, cargado de deudas y siendo comandante de un regimiento que imponía grandes gastos, no pudo rehusar el obsequio. La anciana condesa, cuya fortuna era independiente, agregó veinte mil rublos a la renta de su hijo segundo, que lo gastaba todo sin pensar en la economía; pero su madre, descontenta por su manera de salir de Moscú y por sus relaciones con Anna Karénina, había dejado de enviarle dinero; de modo que Vronski, acostumbrado a un gasto de cuarenta y cinco mil rublos anuales, se vio reducido de pronto a veinticinco mil. Apelar a su madre era imposible, pues la carta que de ella recibiera lo irritaba, sobre todo por las alusiones que contenía; deseaba ayudarle para que adelantase en su carrera, mas no para continuar un género de vida que escandalizaba a toda la buena sociedad. La especie de condición impuesta por su madre le había resentido mucho, y su indiferencia para con ella era mayor que antes; el recoger la palabra generosa que diera a su hermano, algo aturdidamente, era también inadmisible. El recuerdo de su cuñada, de la buena Varia, que siempre le hacía comprender que no olvidaba su generosidad, hubiera bastado para impedirle retraerse; y, sin embargo, comprendía que sus relaciones con Anna podían hacer tan necesaria su renta como si estuviera casado.
La única cosa práctica, y Vronski se fijó en ella sin vacilar, era tomar a préstamo a un usurero diez mil rublos, lo cual no ofrecía ninguna dificultad; disminuir sus gastos y vender su caballeriza. Adoptada esta resolución, escribió a Rolandaki, que le había propuesto comprar sus caballos, envió a buscar al inglés y al usurero, y repartió entre diversas cuentas el dinero que le quedaba. Hecho esto, escribió una carta fría y algo brusca a su madre, y después de buscar las tres cartas que tenía de Anna, las leyó por última vez antes de quemarlas: el recuerdo de su conversación de la víspera lo sumió en una meditación profunda.