CHICOS 3

Nombre: Victor

Edad: 18

Lugar: Las Vegas

Estatus: vecino

Limite atravesado: sexo oral

No fue hasta los días del bachillerato cuando estuve por fin preparada para besar a un chico. De todos modos, era una adolescente tan tímida que todos aquellos que me gustaban, o bien me ignoraban, o bien se burlaban de mí, sobre todo un guapo surfista llamado Bobby Wysaki. El único crío en el colegio dispuesto a salir conmigo era Aaron Pierro. Estábamos juntos todo el tiempo, pero él hacía esfuerzos tan desesperados por meter sus manos por debajo de mi falda o por dentro de mis pantalones que nuestros encuentros con frecuencia degeneraban en lucha libre. Finalmente rompimos porque no estaba dispuesta a acostarme con él.

Poco después, mientras me bronceaba al lado de una piscina en nuestro complejo de apartamentos con mi amiga Amy, empezó a hablarme un chico mayor que yo que acababa de mudarse al piso de al lado. Me preguntó mi edad y le dije la verdad: catorce. Era italiano tenía pelo largo rubio oscuro, un cuerpo musculoso y un casco de motero bajo el brazo. Yo era menuda incluso para mi edad, mi rostro parecía de niña y los pequeños bultos en mi pecho sólo podían ser considerados pechos por un biólogo. Me resultaba increíble que él se hubiera fijado en mí en lugar de hablarle a mi amiga Amy, quien era diez veces más atractiva que yo. Ningún tío me había escogido antes de ese modo. Mirándolo retrospectivamente, no dejo de preguntarme si él no sería algún tipo de pervertido. De todos modos, mis hormonas funcionaban a todo trapo, y seducir a un tío de dieciocho años era un logro muy meritorio para una chica de catorce.

Luego de charlar con él un rato me fui a casa. Todas las noches él arrojaba guijarros a mi ventana para llamarme la atención y me dejaba notas al pie de un árbol. Vivía con su madre, pero ella trabajaba por las noches. Así que una noche inventé una excusa y fui allí con él. Deseaba ser besada, deseada, sentir su sabor a hombre en mi boca. Cuando nuestras lenguas se encontraron, mis rodillas se derritieron y mi corazón se lanzó a volar. Me había enamorado. Ansiaba que me necesitaran, que me quisieran.

Pero en esta ocasión mi padre lo descubrió todo.

—Iré a esa casa y mataré a ese chico —aulló y yo caí presa de las lágrimas, maldiciéndolo con todos los tacos que sabía, y me encerré en mi habitación dando un portazo. Sentía que aquello que llevaba tanto tiempo esperando estaba a mis pies y que papá intentaba destruirlo. Se fue a casa de Victor, lo puso contra la pared y le dijo que se mantuviera lejos de mí. Al día siguiente Victor y yo tuvimos que dejar de vernos.

Por fortuna, a Victor se le pasó el miedo rápidamente. Pronto había vuelto a arrojar guijarros contra mi ventana. Así que volvimos a salir. Al menos, eso me pareció. Lo único que hacíamos en realidad era ir a su casa después del colegio, pues papá dormía durante todo el día. Victor me daba bebidas alcohólicas y marihuana, y analizaba cuán lejos podía llegar conmigo. Su habitación era el último toque de la moda en materia adolescente. Las paredes estaban colmadas de posters con fotos de chicas, había un banderín de Dixie atravesando el techo, tenía el colchón en el suelo, las ventanas cubiertas de papel de estaño para que el cuarto estuviese siempre oscuro y las lámparas tenían bombillas negras.

Yo aún no me había desarrollado por completo y mis pechos me avergonzaban mucho. ¡Parecían tan torcidos y deformados! ¡Y uno era más grande que el otro! Lo más desagradable eran los pezones, pues las areolas se veían muy hinchadas y parecían enfermizas. Me negaba a que mis amigas me viesen los pechos. Pero Victor se empeñó y se empeñó, empleando todas las argucias persuasivas que los machos de las especies guardan en su arsenal. Por fin me rendí y le permití poner las manos bajo mi blusa.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó él—. ¡Tienes los pechos más impresionantes que jamás haya tocado en toda mi vida! ¡Tendrás unos pechos naturales realmente grandes cuando crezcas!

—¿Cómo puedes saberlo? —indagué. Estaban a un paso de ser picaduras de mosquito.

—Sólo lo sé —respondió con la seguridad de un experto, y es probable que lo fuera. Durante los diez minutos siguientes los alabó tanto que, finalmente, me quité la blusa. Si pensaba que eran tan estupendos, era preciso que los viera.

Cada vez que veía a Victor, estábamos juntos hasta que me parecía que mis labios estaban a punto de caerse. Me cubría de elogios acerca de lo hermosa que era, lo cual me permitía lentamente ir desarrollando cierta confianza en mí misma y en mi propio cuerpo. Me emocionaba tanto el modo en que hablaba de mí que con frecuencia dejaba una mancha húmeda en su cama, justo debajo del sitio en que habían estado mis bragas. Cada vez que presionaba su cuerpo contra el mío sentía su miembro tan duro que me imaginaba los magullones que dejaría sobre mi piel.

Le llevó varias noches de presión constante convencerme de poner mi mano por debajo de sus pantalones. ¡Me impresionó tanto sentir algo así! No dejaba de sorprenderme lo grande que era. ¡Era como un árbol, como un árbol! Demoré varios días más hasta tener por fin el coraje de verla.

Y acto seguido todos sus esfuerzos se centraron en lograr que lamiese apenas la punta de su sexo. Y así, paso a paso, me rogó con todo cuidado que se lo frotase un minuto y luego lo lamiese por diez segundos. El pobre tío debió de estar conteniéndose penosamente durante todas esas noches.

Al fin empecé a lamerlo y frotarlo a la vez y así fue como un día sucedió. Se corrió. Yo quedé boquiabierta. No estaba segura de qué significaba aquello. ¿Acaso ya habíamos tenido sexo o qué? Él se lamentó mucho.

—Lo siento, lo siento —no cesaba de decir—. Intenté contenerme, pero no pude evitarlo.

Sin embargo, no me disgustó en absoluto: nada de lo que hiciese Victor hubiera podido disgustarme.

Y sin embargo, por mucho que él lo suplicase, me negaba a acostarme con él. Lo deseaba con todas mis fuerzas, tan sólo no podía. Y el principal motivo era que su pene tenía el tamaño de un tronco de árbol. Era inmenso, incluso comparado con los de los actores porno profesionales con los que he estado desde entonces. Me asustaba que pudiera lastimarme. El otro problema era que yo todavía no había empezado a menstruar, y de algún modo tenía la idea fija en mi mente de que era imposible tener sexo antes de que llegase el período.

Por último él colocó los puntos sobre las íes:

—Mira, tengo dieciocho años y tengo que tener sexo. Tienes ahora tu oportunidad: si quieres empezar a acostarte conmigo podremos seguir juntos. Caso contrario…

Con el rostro rojo y cubierto de lágrimas, le dije que lo lamentaba mucho, pero que sencillamente me era imposible.

Después de eso me sentí tan mal que no fui al colegio durante dos semanas.

En una cruel jugada del destino, me vino el primer período un mes más tarde. Pero para entonces Victor ya estaba saliendo con alguien más: sin duda una chica más extrovertida. Desde mi punto de vista, todo había sido una tierna historia de amor, aunque seguramente desde el suyo fuese un calvario.

Tres años más tarde, yo estaba en un bar y vi a Victor atravesando la sala. Estaba de licencia en el ejército. No bien lo saludé, se abrió dentro de mi corazón una caja fuerte largo tiempo cerrada. Todas las cosas que alguna vez había sentido hacia él fluyeron otra vez en un instante. Volvimos a ser unos críos y salimos en busca de una habitación donde concluir lo que habíamos iniciado hacía tanto. Pero ahora ya estaba preparada, o eso pensé, pues pese a eso me dolió y estuve varios días sin poder caminar con normalidad.

Ésa fue la última vez que lo vi.

Cómo… hacer el amor igual que una estrella del porno
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