Fecha: 20 de junio de 2003
Hora: 1 P.M.
Lugar: Comedor, residencia de Tony Massoli, Scottsdale, Arizona, Estados Unidos
Protagonistas: Jenna Jameson
Tony Massoli, su hermano
Larry Massoli, su padre
Selena Massoli, esposa de Tony
Jenna: Cuando lo veo tal como es, me siento orgullosa de que lo hayamos hecho nosotros.
Tony: ¿En serio?
Jenna: Pues miro hacia atrás en el tiempo, hacia esas cosas, y me sigue sorprendiendo.
Larry: Era una verdadera receta para el fracaso.
Jenna: Sin la menor duda.
Larry: Lo que ocurrió es que tras la muerte de tu madre ya no pude seguir haciendo televisión. Siempre me había entusiasmado la idea de ser policía, pero vuestra madre se negaba a permitírmelo. De modo que esperé cerca de un año y al fin decidí hacer lo que siempre había deseado. Me convertí en este gran jodido cruzado. Como no había podido salvar a vuestra madre, iba a salvar al mundo. Imagino que fue todo un impacto cultural para vosotros cuando cambié de empleo.
Tony: Yo era muy pequeño, y por eso desde mi perspectiva esa parte de nuestra niñez fue increíble. Papá estaba haciendo redadas en los burdeles, y las pandillas querían secuestrarnos a Jenna y a mí. Pensaron que podían extorsionar a papá para que dejase de entrometerse en sus negocios. Así que uno de los pandilleros recogió a Jenna al salir del colegio en un bus escolar amarillo. Dejó varados a todos los otros chicos y se quedó solo en el bus con Jenna. Condujo con ella durante kilómetros y kilómetros. Los legisladores y el departamento del alguacil lo capturaron. Finalmente debió detener el bus y soltar a Jenna.
Jenna: Yo estaba en preescolar, apenas sí recuerdo eso.
Tony: Pues fue horrible. Un día esos tíos se arrimaron a mí en un Cadillac y me dijeron:
—Tu padre, Larry, nos ha pedido que te llevemos a tu casa.
Yo sabía que había algo extraño, de modo que tiré mi mochila escolar y me eché a correr por el desierto. Me escondí en un canal de drenaje. Después de escuchar que el coche se marchaba, seguí esperando allí durante un par de horas.
Jenna: Recuerdo cuando volviste a casa después de aquello, jadeante. Ésos fueron momentos muy locos. Nos pusieron escoltas policiales. Cuando salía del colegio, siempre había un agente detrás de mí.
Larry: Por entonces yo estaba muy asustado. Me habían impuesto una misión y yo estaba muy preocupado por vosotros. Lo que sucedió fue que un tío llamado Walter Plankinton había inaugurado un local llamado Chicken Ranch[11] y un par de compinches de un burdel rival fue y lo incendió por completo. Así que mi teniente me dijo:
—Recibirás una llamada ordenándote ir al otro lado del valle. Cuando recibas esa llamada limítate a hacer lo que se te diga y espera a que todo acabe, sin importar lo que suceda.
—Me niego a obedecer esa orden —repliqué. Y así evité que se vengasen. Me negué a cerrar los ojos permitiendo algo ilegal. Por eso todos en el pueblo se pusieron en mi contra. Las cosas funcionaban como en el Lejano Oeste, y no querían que nadie hiciera frente a la corrupción.
Tony: ¿Recuerdas cuando tuvimos que escondernos en el ático de Johnny Whitmore?
Jenna: Lo había olvidado.
Tony: Yo estaba durmiendo por entonces en el comedor, en un sillón, y al escuchar un crujido entre las rocas supe que alguien merodeaba por allí. Miré fuera y vi una sombra. Así que fui al cuarto de papá, que por entonces estaba casado con Marjorie.
Larry: ¡Por el amor de Dios, Marjorie! Necesitaba a alguien que me ayudase con los niños. Fue un gran error.
Tony: De modo que llamé a su puerta y Marjorie salió gritando:
—¡Cierra la puta boca y vuelve a la cama!
Volví a mirar por la ventana y vi a ese tío con un pañuelo, guantes y un ladrillo en la mano. Me asusté tanto que se me cortó la respiración. Entonces el ladrillo se estrelló de lleno contra el cristal de la ventana. Y tú llegaste corriendo completamente desnudo, cogiste la ametralladora Thompson y saliste disparando por la puerta del frente. Los tiros iluminaron la noche. Lo único que se escuchaba era el brrrrrrrrrraaaaappp brrrrrrrrrraaaaappp de la ametralladora.
Larry: Se lanzó a la huida, así que me puse mi uniforme y marqué el código de emergencias para alertar al Shamrock (Trébol), que era uno de los burdeles que había incendiado el Chicken Ranch. Luego conduje el coche patrulla hasta la puerta delantera y descargué dos cargadores contra el bar con mi ametralladora Thompson al tiempo que les gritaba:
—¡Eh, cabrones, quiero que dejéis de molestar a mi familia!
Y desde entonces no volvimos a tener ningún problema.
Jenna: Recuerdo aquella vez que nos interceptaron el teléfono. Yo era tan pequeña por entonces que no comprendía lo que estaba sucediendo. En mi habitación había una ventana enorme y yo me sentaba en mi estrecha cama con las ventanas descorridas, rodeándome las rodillas con los brazos y mirando hacia afuera durante horas pues no me podía dormir.
Larry: Era una ventana enorme y afuera no había nada, de modo que podías ver todas las estrellas.
Jenna: Podía estar horas mirando las estrellas. Y luego papá venía a mi cuarto y decía:
—¡Jenna, métete en la cama! ¡No se te ocurra volver a mirar por esa ventana!
Lo decía de un modo tan sombrío y firme. Yo no tenía la menor idea del motivo de su enfado.
Larry: Me asustaba que dispararan a la casa. Era un momento muy peligroso. Tenía en mi contra tanto al gobierno como a la mafia. No contaba con nadie que me ayudase y a nadie con quien dejarte. Yo estaba siempre en medio de la mierda, y por eso tu infancia fue muy alborotada. No podía contratar a nadie que os cuidase, sin importar cuánto les ofreciese.
Tony: Se suponía que nos quedaríamos en casa, pero tuvimos a esa canguro que una vez quiso ir a la tienda. Y nosotros le dijimos:
—Vale, vamos, pero queremos ir en el asiento delantero.
El asiento trasero siempre estaba demasiado caliente en Las Vegas. Así que ella aceptó sin problemas. Cruzamos con el semáforo en verde y de inmediato, ¡bum!, nos chocaron de costado. El otro coche iba a unos ochenta kilómetros por hora. Nuestro coche volcó y ¡bang!, había cristales rotos por todas partes. Y recuerdo que los bomberos nos sacaron de allí antes de que brotasen las llamas.
Jenna: Sí, y dijeron que, de haber estado en el asiento trasero, habríamos muerto.
Larry: Una vez contraté a una pareja hawaiana para que viviese en la casa y os cuidase. Intenté no trabajar demasiadas horas desde la muerte de Judy, pero era difícil lograrlo. Así que una noche volví a casa a eso de las ocho y Tony tenía un aspecto un poco andrajoso. Le pregunté cuál era el problema y me dijo:
—John y Marsha nos llevaron al casino y entraron a jugar.
—¿Y qué habéis hecho vosotros durante todo ese tiempo? —indagué.
Jenna: Estuvimos sentados dentro del coche, en el aparcamiento, durante unas ocho horas.
Larry: La pareja estaba aún en nuestra casa esperando que le pagásemos, de modo que entré y eché a esos hijos de puta de una patada en el culo.
Jenna: ¡Sí, fue fenomenal!
Larry: Y entonces alguna compañía a la que le había pedido una canguro me envió a una mujer de un manicomio. Yo no lo sabía. Y ella me telefoneó al trabajo y dijo:
—Dado que usted estará fuera todo el rato, no veo por qué motivo no puedo ahogar a esos críos.
Tony: Sí, fue la mujer que me obligó a cepillarle el pelo durante horas.
Larry: Conduje de regreso a casa a más de ciento noventa kilómetros por hora. Llegué allí y Jenna estaba en su pequeño cochecito con esta cabrona demente detrás. La senté en la parte de atrás del coche y la llevé de vuelta al manicomio al que descubrí que pertenecía. Cuando estuve otra vez en casa, por alguna misteriosa razón había cereales esparcidos por todas partes. Fue entonces cuando decidí que volvería a casarme.