Capítulo 30
9 de junio de 1988
Victor,
Un chico, o quizá deba decir un hombre, se mudó ayer o anteayer a nuestro edificio. Amy y yo estábamos paseando y nos topamos con uno de sus compañeros de curso.
Conversamos durante un rato junto a la piscina y él me habló de un atractivo amigo suyo llamado Victor. Lo describió como rubio, divertido y bronceado. Y eso, por supuesto, me pareció atractivo. Interiormente deseé conocer a ese hombre misterioso. Pero soy demasiado tímida y no me animé a encontrarme con un desconocido. Así que Amy propuso que sencillamente fuésemos frente a su presunto apartamento y nos sentásemos en el césped. Eso hicimos.
Nos sentamos allí y mantuvimos algunas conversaciones superfluas
hasta que vimos dos negras siluetas moviéndose a un ritmo veloz.
Los dos a la vez se sentaron a nuestro lado en el césped. Uno tenía
pelo oscuro, parecía bastante mayor y se sentó sobre el casco de su
moto. Del otro me costó alejar la mirada. Me pareció un poco del
estilo salvaje, alguien capaz de sacar a la luz mi deseo de ser
querida de un modo seductor, de ser tratada y mirada como una mujer
atractiva. Alguien que dejase a un lado la tendencia general a
mirarme como a una chica guapa bonita pero demasiado
joven. A medida que pasaba el tiempo, me pareció cada vez más
sensual. Pero no me era posible exteriorizar mi deseo secreto de
acariciarlo. Creo que se percató de cuánto lo deseaba, pues se
aproximó a mí quedando inusualmente cerca de mi ardiente cuerpo. Me
hizo sentir como ningún otro chico u hombre me había hecho sentir
antes. Se estaba haciendo muy tarde, así que me incorporé y empecé
a marcharme, pensando cuán tonto era de mi parte pensar que podría
siquiera en parte satisfacer sus necesidades.
Pero a poco de alejar esa idea de mi cabeza, cuando ya estaba a unos metros de él, salió de sus labios una frase que yo deseaba secretamente escuchar:
—¿Cuándo volveré a verte?
—Mañana —respondí con el corazón embebido de pasión.
Lo cierto es que al día siguiente no tenía la menor ocasión de verlo. Pero a eso de la 11:30 P.M. me asomé por la ventana y allí estaba él. No, no era una ilusión de mi mente. Era real. Estaba de pie junto a mi ventana abierta, clavándome la mirada. Nos saludamos y yo añoré poder abrazarlo, como tantas veces lo había deseado. Él me dio su número de teléfono y desapareció en la oscuridad. Al día siguiente me encontré sola en su habitación, y él sostenía mi cuerpo contra el suyo.
Me brindó unos pocos besos juguetones en los hombros y en el rostro. Y luego me propinó el beso más profundo y apasionado que yo hubiese soñado que podía existir. ¡Dios mío! Habría querido permanecer en sus brazos y hacerle el amor una y otra vez hasta que mi cuerpo estuviese tan fatigado que tuviese que detenerme. Pero debía marcharme. Quisiera estar con él noche y día. Pero no creo que tú, querido diario, sepas lo que es eso. Intenta comprender cuánto quiero y necesito estar contigo. Lamento que haya pasado tanto tiempo pero de otro modo no habría podido contarte todo esto.
Nunca dejaré de quererte.