CHICOS 1
Nombre: Sam
Edad: cinco años
Lugar: Panama City, Florida
Condición: vecino
Límite atravesado: desnudez
Fue idea mía.
Quería ver cómo era el sexo de los chicos. Sabía que papá tenía algo colgando de allí, pues cada vez que iba a orinar podía observar desde atrás cómo se sacudía. Sabía, por lo tanto, que los chicos eran diferentes a la chicas; sólo quería comprobar cuán diferentes. Así que le pedí al chico vecino que jugásemos a los médicos.
Él y su hermana dormían en una litera. Nos poníamos debajo de las mismas y por turnos nos bajábamos los pantalones y nos tocábamos mutuamente. Él resultó ser todo un pequeño pervertido. Siempre quería frotarse contra mí. No era nada malicioso ni sucio. De hecho, era cariñoso y se sentía bien. Pero nuestros juegos no duraron mucho: una tarde sus padres nos hallaron desnudos bajo la cama y me enviaron a mi casa. Desde entonces nunca me permitieron regresar. Y la verdad es que no puedo culparlos.
A partir de entonces seguí explorando sola. A los seis años, gracias a los chorros del jacuzzi de un vecino, descubrí que podía gozar de un orgasmo. Me situaba contra el chorro hasta que mis caderas se cerraban y mi piel se arrugaba. Cada orgasmo se abría camino por mi cuerpo durante lo que parecían ser quince minutos. Años después descubrí que podía reproducir el efecto con el grifo de la bañera. Debieron de transcurrir varios meses de insomnio hasta que aprendí a excitarme sólo con mi mano. Por entonces no asociaba de forma consciente mis orgasmos con la sexualidad. La tragedia es que, cuando por fin lo hice, mis orgasmos se habían vuelto mucho más breves.