Al principio fue divertido vivir con Jack. Había fiestas todas las noches y durante el día y merodeaba por la tienda de tatuajes siempre que el Predicador (cuyo club de moteros se reunía allí) no daba señales de presencia. Ignoro si alguna vez le perdoné a Jack lo que había ocurrido, pero conseguí alejarlo de mi mente. No me quedaba más remedio.

La mayoría de las chicas y moteros amigos que exhibían los tatuajes de Jack trabajaban en un club llamado Crazy Horse Too. Cuando dejé mi empleo como corista, dos meses más tarde, Jack sugirió que me uniese a ellos. No parecía nada ilógico. Después de todo, era casi como ser una corista, pero sin piezas para cubrir los pezones y con mucho más dinero. Además, todas las novias de artistas del tatuaje solían hacer espectáculos de desnudo. Y por patético que fuera, así me definía yo a mí misma por aquel entonces, como una stripper. Ya no era una hija, una hermana, una estudiante o una chica con algún tipo de identidad propia. Era sólo la novia de Jack. Y así me presentaba por lo general a mí misma. Patético.

El Crazy Horse Too era por entonces el mejor club de striptease de Las Vegas, un oasis de luces de neón en medio de una tierra yerma industrial por debajo de la autopista. La primera vez que entré ahí, pese a que eran las cuatro de la tarde, el club estaba tan oscuro que no podía ver nada.

Me limité a permanecer en el umbral, esperando que se dilatasen mis pupilas, hasta que logré distinguir dos extensos escenarios a cada lado de una barra de bebidas y una mesa de pool. Eso era lo único que había en el local, además de cabinas redondeadas dispuestas en las paredes en las que se situaban mesas con postes de strippers en el centro. Era mi primera visita a un club de strip-tease.

Una mujer de baja estatura y edad avanzada se hallaba en un puesto cercano donde exhibía recuerdos. Daba la impresión de estar allí desde el inicio de los tiempos (y, de hecho, hoy en día ella sigue ahí). En distintos puntos del club había unas veinte chicas, en su mayoría espléndidas, con cuerpos diez veces más firmes y pechos mucho más grandes que los míos.

De pronto sentí que un par de ojos se posaba sobre mí. Un italiano de baja estatura, bronceado y bien vestido, con pelo entrecano, estaba de pie a mi lado. Estaba en pleno dominio de la situación. Como un mafioso italiano, ejercía el poder sin pronunciar palabra. Sencillamente lo emanaba de su ser.

—¿Es usted el gerente? —pregunté.

—¿Qué deseas? —inquirió con tono impaciente y condescendiente.

—¿Tiene puestos de trabajo vacantes?

Ahora el «ratón» en mí había emergido, emitiendo su chillido ante una nueva figura de autoridad. Rogué que al menos me permitiese demostrarle en qué era capaz de transformarse ese ratón.

Me observó el rostro y añadió:

—Regresa cuando ya te hayan quitado esas cosas.

Entonces se volvió dándome la espalda y yo maldije al comprender que había olvidado ocultar mis aparatos dentales con mi labio superior.

Estaba harta de escuchar la misma mierda una y otra vez: «Regresa cuando te hayan quitado los aparatos», «regresa cuando seas mayor», «regresa cuando seas más alta», «regresa cuando seas coreana». ¿Cuándo se me iba a conceder una oportunidad para participar en la vida?

Volví a casa de Jack. Él no estaba, por cierto. Abrí el grifo de la ducha con agua tan caliente como pude soportarlo y me quité la ropa. Di un paso adelante y quedé absorta. Es increíble cómo, una vez que has dejado de pensar (o de intentar pensar), las mejores ideas acuden a ti. Cuando no te concentras en un problema, tu subconsciente lo resuelve para ti. Y eso fue lo que sucedió.

Tras unos diez minutos bajo el agua, viví una epifanía. Salí de la ducha de un salto, corrí chorreando hasta el armario del pasillo y cogí unos alicates para agujas y unos cortadores de alambre de la caja de herramientas de Jack. Regresé a toda prisa al lavabo, froté la superficie del espejo hasta dejar un círculo libre de vapor y empecé a desprender los alambres que afirmaban mis aparatos dentales. A continuación quité cada unión metálica de mis dientes, una a una. Grité, lo juro, y me doblé de dolor. Pero conseguí quitarme la mayor parte de esos condenados alambres. El único inconveniente era que no fui capaz de arrancar cuatro refuerzos metálicos de mis muelas inferiores (eran mucho más grandes que los otros y tenían ganchos para las bandas de goma), pero eso carecía de importancia pues nadie podría verlos. Entonces hice añicos y limpié el cemento dental que quedaba en mis dientes y sonreí ante el espejo: era una sonrisa adulta.

La tarde siguiente regresé al Crazy Horse Too vistiendo una blusa demasiado estrecha para mis pechos y un par de pantalones cortos blancos de adolescente. Caminé directamente hacia el tío italiano que me había descartado y le sonreí.

—Ya no los tengo —le dije—. Ya no tengo los aparatos dentales.

—¡Has de estar bromeando! —respondió con genuina impresión, algo curioso en un tío que parecía haberlo visto todo—. ¿Has ido a que te quiten los aparatos?

—Me los he arrancado yo sola —le expliqué.

Echó su cabeza hacia atrás y profirió una risa larga y gutural. Me limité a observarlo, con la esperanza de que eso implicase que se me concedería una audición.

—¿Qué edad tienes? —indagó.

—Diecisiete —respondí y la voz volvió a fallarme, convirtiéndose otra vez en un chillido.

—Lamento que hayas pasado por todo eso, niña —se excusó—, pero no tienes edad suficiente para trabajar aquí.

No estaba preparada para una negativa. De hecho, nunca me había agradado la palabra «no».

—Escucha —insistí dirigiéndole la más seria y convincente de mis miradas—. Haré para ti un montón de dinero. Soy buena y conozco el oficio.

En realidad, no conocía absolutamente nada, pero sabía que si me lo proponía, pronto sabría qué hacer. Nunca me había sido posible creer en palabras como «imposible» o «desconocido». En cambio, debía actuar como si lo supiese todo. Caso contrario, no me darían la oportunidad de intentar nada.

Bajó la cabeza y examinó mi cuerpo.

—Entonces, vale. Vete atrás y vístete.

—¿Qué quieres decir? —tartamudeé.

—Vete atrás y vístete —repitió, bien impaciente, bien fingiendo estarlo—. Saldrás a escena.

De pronto la mera idea me conmocionó. Tendría que demostrarlo todo sin aviso previo. No habría ninguna audición, ningún ensayo, ningún preparativo. Me desvestiría ante un centenar de tíos.

—Soy Vinnie —se presentó él—. ¿Qué nombre utilizas?

Mencioné el nombre que siempre había empleado en mi imaginación para mi yo de fantasía: Jennasis.

—¿Como en In the beginning? —preguntó.

—Exacto.

Mandó llamar a un apuesto italiano y le dijo:

—Gino, llévala atrás y dale un armario. Ella será la siguiente.

Mientras caminábamos, Gino me preguntó con qué canciones me gustaría bailar. Escogí Fire de Jimmy Hendrix y Black de Pearl Jam.

El vestuario era inmenso, con luces brillantes, y estaba lleno de mujeres en distintas etapas del vestir y el desvestir. Había allí pelirrojas, rubias, morenas, e incluso algunas con la cabeza rapada o rasgos aborígenes norteamericanos. Entre sus prendas destacaban bikinis con diseño de piel de leopardo, camisones de satén, sujetadores de algodón y vestidos de noche sin tirantes. Había mujeres jóvenes y viejas, y muchas de ellas parecían agotadas y carentes de entusiasmo. Todas se volvieron para mirarme a medida que avanzaba. Supongo que yo representaba para ellas dinero que se les iría de los bolsillos.

Se veían tan tiesas y fatigadas. No distinguí entre los suyos un solo rostro amigable. No había forma de que yo sobreviviese allí. Aquellas chicas me devorarían viva. Tenían estuches de maquillaje, perchas para sus prendas y toneladas de experiencia. Yo no había llevado siquiera algo para vestir en escena. Recorrí los rostros (la mayoría de los cuales no ofrecían ningún espectáculo agradable bajo la luz de los tubos fluorescentes) y por fin di con uno que pareció amistoso. Se trataba de una chica rubia apenas un poco mayor que yo. Le consulté si podía prestarme algo para usar en el escenario y me dio un bikini celeste y un par de zapatos negros de tacones altos. Me sentía tan incómoda allí que me escabullí para cambiarme dentro del lavabo.

Mientras lo hacía, escuché la voz del DJ anunciando por los altavoces:

—A continuación, en escena, una chica que yo sé que todos amaréis. ¡Es nueva, es joven, es rubia… es Jennasis!

Deslicé mis pies en los zapatos y corrí a lo largo del vestuario. A medio camino en dirección a la puerta, frente a todas las demás chicas, uno de mis tacones tropezó con la alfombra y caí al suelo magullándome mis huesudas rodillas. Me era posible sentir las risas de todas las demás chicas, aun si no estaban riendo realmente.

Los acordes iniciales de Fire resonaron en el vestuario. Yo era desgraciadamente inexperta para actuar frente a una muchedumbre de tíos mirando de reojo. Siempre me había preguntado cuán sexy podía resultar hacer un strip-tease, y cómo sería desnudarse ante todos esos hombres, pero en aquel momento sólo era consciente del sudor que me brotaba bajo las axilas y, de hecho, se derramaba sobre el escenario. Mi cuerpo estaba fuera de control: las rodillas entrechocaban en forma compulsiva como dientes castañeteando.

Un poco tarde, comprendí que no conocía ninguno de los movimientos de una desnudista. Afortunadamente hallé un amigo en escena: el poste metálico. Por algún motivo, no pude dejarlo atrás. Me aferré al poste y clavé la mirada en el escenario, demasiado asustada como para establecer ningún contacto visual con alguien en la audiencia. El calzado me quedaba muy grande y sentí como si estuviese a punto de caer otra vez de boca en cualquier momento. No dudaba que todos se estarían burlando de mí.

Pero acudieron en mi ayuda las lecciones de danza, los concursos adolescentes y las rutinas de corista, de modo que mi cuerpo recobró vitalidad y empezó a moverse por sí solo mientras mi mente se retorcía en interminables discusiones. Cuando la canción concluyó finalmente escuché aplausos y silbidos. Fire había sido una buena elección: había atraído a la multitud. Entonces, por cierto, comenzó Black, que fue quizá la canción más deprimente que los hombres habían escuchado en toda la noche.

Yo era tan ingenua que ni siquiera me detuve a recoger los billetes de dólar que habían dejado para mí al terminar la canción. Mientras abandonaba el escenario, comprendí que la gente me aplaudía de veras. Y cuando me senté en una cabina en un rincón alejado de la sala, esperando pasar desapercibida, noté el interés en la mirada de los hombres a mi alrededor. Me deseaban.

Cuando me tocó el turno de volver a bailar, una hora más tarde, yo ya estaba lista. Comprendí que a nadie le importaba realmente cómo bailase, ya que yo era esa menuda rubia adolescente con la que fantaseaban mientras compartían la cama con sus esposas.

Avancé en el escenario como si me perteneciese, como si fuese una competición de baile, y desarrollé una de mis viejas rutinas de los concursos. Me gané a los tíos de la sala del mismo modo que solía ganarme a los jueces de aquellos concursos: mirándolos fijamente a los ojos como si les estuviese diciendo que esa danza era para ellos. Yo tenía el pleno control (de mí misma y de los hombres que me rodeaban). Y me encantaba que así fuera: adoraba la atención y la confianza en mí misma que eso me brindaba. Aunque no tenía la menor idea de cómo realizar los clásicos contorneos del strip-tease, yo era la chica nueva y los hombres me deseaban.

Para la última danza de la noche, los tíos se congregaron rodeando el escenario y arrojándome dinero. Fue entonces cuando me percaté de que no sólo podría ganarme la vida como una desnudista, sino que me desquitaría de todas aquellas otras chicas del vestuario que se habían burlado de mí.

Los mil dólares que obtuve aquella primera noche tampoco me dolieron en lo más mínimo.

Cómo… hacer el amor igual que una estrella del porno
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Lamina01.xhtml
titulo2.xhtml
dedicatoria.xhtml
Lamina02.xhtml
Lamina03.xhtml
Lamina04.xhtml
Intro.xhtml
Lamina05.xhtml
Prologo.xhtml
Lamina06.xhtml
01.xhtml
01-01.xhtml
01-02.xhtml
01-03.xhtml
01-04.xhtml
01-05.xhtml
01-06.xhtml
01-07.xhtml
Librillo1.xhtml
01-08.xhtml
01-09.xhtml
01-10.xhtml
01-11.xhtml
Lamina07.xhtml
02.xhtml
02-01.xhtml
02-02.xhtml
02-03.xhtml
02-04.xhtml
02-05.xhtml
02-06.xhtml
02-07.xhtml
Librillo2.xhtml
02-08.xhtml
02-09.xhtml
02-10.xhtml
02-11.xhtml
02-12.xhtml
02-13.xhtml
02-14.xhtml
Lamina08.xhtml
03.xhtml
03-01.xhtml
03-02.xhtml
03-03.xhtml
03-04.xhtml
Librillo3.xhtml
03-05.xhtml
03-06.xhtml
03-07.xhtml
03-08.xhtml
03-09.xhtml
03-10.xhtml
03-11.xhtml
03-12.xhtml
03-13.xhtml
03-14.xhtml
03-15.xhtml
03-16.xhtml
03-17.xhtml
03-18.xhtml
03-19.xhtml
03-20.xhtml
03-21.xhtml
03-22.xhtml
03-23.xhtml
03-24.xhtml
03-25.xhtml
03-26.xhtml
03-27.xhtml
03-28.xhtml
03-29.xhtml
03-30.xhtml
03-31.xhtml
03-32.xhtml
03-33.xhtml
03-34.xhtml
03-35.xhtml
03-36.xhtml
03-37.xhtml
Lamina09.xhtml
03-38.xhtml
03-39.xhtml
Librillo4.xhtml
03-40.xhtml
03-41.xhtml
03-42.xhtml
03-43.xhtml
03-44.xhtml
03-45.xhtml
03-46.xhtml
03-47.xhtml
03-48.xhtml
Lamina10.xhtml
04.xhtml
04-01.xhtml
04-02.xhtml
04-03.xhtml
04-04.xhtml
04-05.xhtml
04-06.xhtml
04-07.xhtml
04-08.xhtml
Librillo5.xhtml
04-09.xhtml
04-10.xhtml
04-11.xhtml
04-12.xhtml
04-13.xhtml
04-14.xhtml
Lamina11.xhtml
05.xhtml
05-01.xhtml
05-02.xhtml
Librillo6.xhtml
05-03.xhtml
05-04.xhtml
05-05.xhtml
05-06.xhtml
05-07.xhtml
05-08.xhtml
05-09.xhtml
05-10.xhtml
05-11.xhtml
Lamina12.xhtml
06.xhtml
06-01.xhtml
06-02.xhtml
06-03.xhtml
06-04.xhtml
06-05.xhtml
06-06.xhtml
06-07.xhtml
06-08.xhtml
06-09.xhtml
06-10.xhtml
06-11.xhtml
06-12.xhtml
06-13.xhtml
06-14.xhtml
Epilogo.xhtml
Gracias.xhtml
Sobrecubierta.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml